32 | Momento madre e hija

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Más tarde, esa misma tarde, Annabeth estaba sentada sola en la cocina, mirando fijamente su taza de té que ya se había enfriado. La discusión con Percy seguía resonando en su mente como un eco persistente, y sentía una mezcla de frustración y tristeza que no podía ignorar. Se pasó una mano por el cabello, tratando de despejar los pensamientos oscuros que la invadían, pero la tensión aún apretaba su pecho.

Había decidido llamar a Chrisaor después de que Percy saliera del departamento. No porque Percy se lo hubiera prohibido, sino porque simplemente no tenía cabeza para salir y fingir que todo estaba bien. La idea de pasar la tarde con Chrisaor le parecía imposible en ese momento; su mente estaba demasiado abrumada por lo que había pasado.

Tomó el teléfono, miró el nombre de Chrisaor en la pantalla y respiró hondo antes de marcar.

—Hola, Chrisaor —dijo, tratando de sonar normal—. Solo llamo para decirte que no voy a poder ir hoy. Me surgieron algunas cosas en casa, y no creo que sea buena compañía ahora mismo.

La voz de Chrisaor, siempre amable, respondió con una nota de preocupación.

—No te preocupes, Annabeth. Entiendo perfectamente. Espero que todo esté bien. Si necesitas algo, sabes que puedes contar conmigo.

Annabeth forzó una sonrisa, aunque sabía que Chrisaor no podía verla.

—Gracias, Chrisaor. Lo aprecio. Nos vemos en otra ocasión, ¿de acuerdo?

—Claro, cuando tú quieras. Cuídate, Annabeth —respondió él antes de colgar.

Annabeth dejó el teléfono sobre la mesa y dejó escapar un suspiro largo y tembloroso. Sabía que Chrisaor no había hecho nada malo, pero la situación se había vuelto demasiado complicada, y no podía ignorar el hecho de que Percy estaba cada vez más celoso y desconfiado. ¿Cómo habían llegado hasta este punto? Se preguntaba si ella había sido demasiado ingenua al no ver lo que Percy veía, o si él realmente estaba proyectando sus propias inseguridades.

Mientras estaba inmersa en sus pensamientos, oyó pasos suaves entrando en la cocina. Levantó la vista y vio a Azul, quien la miraba con curiosidad desde la puerta. La pequeña tenía una muñeca en una mano y la cabeza ligeramente inclinada, como si estuviera evaluando el estado de ánimo de su madre.

—Mami, ¿estás bien? —preguntó Azul con esa voz suave y preocupada que siempre usaba cuando sentía que algo no estaba bien.

Annabeth se enderezó un poco, tratando de sonreír para tranquilizar a su hija.

—Sí, cariño. Solo estaba pensando en algunas cosas. ¿Por qué preguntas? —dijo Annabeth, tratando de sonar ligera, aunque el peso en su voz era evidente.

Azul se acercó, dejando la muñeca en la mesa y subiendo a la silla junto a Annabeth. La miró con esos grandes ojos verde mar que tanto le recordaban a Percy, llenos de inocencia y preocupación.

—Pareces triste, mami —dijo Azul, tomando la mano de Annabeth entre las suyas pequeñas—. ¿Papá te hizo enojar?

Annabeth sintió cómo su corazón se apretaba al escuchar la pregunta de Azul. Era increíble cómo su hija podía percibir tan bien sus emociones, incluso cuando ella trataba de ocultarlas. Tomó una respiración profunda y acarició el cabello de Azul con ternura.

—No estoy enojada, cariño. Solo estoy... un poco cansada —respondió Annabeth, eligiendo sus palabras con cuidado. No quería que Azul se preocupara más de lo necesario.

Azul frunció el ceño, claramente no satisfecha con la respuesta. Apretó más fuerte la mano de Annabeth, como si con ese gesto pudiera transmitirle todo el amor y la seguridad que una niña de su edad podía ofrecer.

—¿Papi está enojado? ¿Ya no se quieren? —preguntó Azul, mirando hacia la puerta como si esperara verlo entrar en cualquier momento.

Annabeth dejó escapar un suspiro, sintiendo una mezcla de tristeza y ternura. Se inclinó hacia Azul, acercando su frente a la de su hija.

—Papá y yo tuvimos una discusión, pero eso no significa que no nos amemos —dijo Annabeth suavemente—. A veces, incluso las personas que se aman mucho pueden pelear. Pero no tienes que preocuparte por eso, ¿sí?

Azul la miró con una expresión seria que hizo que Annabeth se preguntara si realmente entendía más de lo que dejaba ver.

—Papá siempre dice que eres la mejor —dijo Azul con convicción—. Y yo creo que él está triste porque no quiere que te sientas mal.

Annabeth sintió cómo una lágrima involuntaria amenazaba con escaparse de sus ojos. Azul era tan pequeña, pero sus palabras eran tan sinceras y llenas de amor que hacían que todo el dolor momentáneo pareciera más llevadero. La abrazó con fuerza, enterrando su rostro en el cabello suave de su hija.

—Gracias, mi amor —susurró Annabeth contra su cabello—. Tú siempre sabes cómo hacerme sentir mejor.

Azul se separó ligeramente y la miró con una sonrisa, levantando una mano para secar la lágrima que finalmente había escapado del ojo de Annabeth.

—No llores, mami —dijo Azul, con voz suave y reconfortante—. Todo va a estar bien. Yo te cuidaré.

Annabeth rio suavemente, maravillada por la dulzura de su hija. La levantó en brazos y la colocó sobre su regazo, abrazándola como si fuera la única ancla que la mantenía a flote en ese momento de tormenta emocional.

—Te amo tanto, Azul —murmuró Annabeth, dejando un beso suave en la frente de su hija—. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Azul sonrió ampliamente, rodeando el cuello de su madre con sus brazos y apoyando la cabeza en su hombro.

—Yo también te amo, mami. Y también amo a papá. Ustedes son mis favoritos.

Annabeth sintió un nudo en la garganta al escuchar eso. Sabía que tenían que resolver este problema, no solo por ellos, sino por Azul. Su hija los amaba a ambos incondicionalmente, y lo último que quería era que la inseguridad y los celos de Percy comenzaran a afectar su pequeña burbuja de felicidad.

Mientras acunaba a Azul en sus brazos, Annabeth miró hacia la ventana, donde la luz del sol empezaba a desvanecerse, teñida por los tonos anaranjados del atardecer. Sabía que tendría que hablar con Percy cuando él regresara, enfrentarse a sus propios miedos y tratar de entender los suyos. No podía permitir que esta tensión creciera hasta romper lo que habían construido juntos.

Pero por ahora, decidió disfrutar del momento con su hija, abrazándola con fuerza y dejando que el amor puro e incondicional de Azul fuera su refugio temporal en medio de la tormenta.

Mi mejor amigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora