33 | Palabras de disculpa

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La noche había caído por completo sobre el departamento. El sonido del reloj en la sala marcaba el paso del tiempo mientras Annabeth acunaba a Azul, quien ya estaba profundamente dormida. La pequeña había sentido la tensión en el ambiente y, como siempre, se había mostrado preocupada por el bienestar de sus padres. Annabeth besó suavemente la frente de su hija, inhalando su aroma de inocencia y paz. Se preguntó cómo algo tan puro y perfecto como Azul podía darle un poco de paz en medio de sus propias tormentas emocionales.

Ella se levantó con cuidado y la llevo a su habitación, al entrar la colocó en su cama y la arropó, asegurándose de que su manta favorita estuviera bien ajustada alrededor de ella. Azul murmuró algo en sueños, un pequeño balbuceo que hizo que Annabeth sonriera débilmente, a pesar de la tristeza que aún la embargaba. Permaneció allí unos segundos más, observándola, permitiendo que el amor que sentía por su hija la reconfortara.

Finalmente, salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente detrás de ella. Cuando regresó a la sala, Percy ya había vuelto y estaba de pie junto a la ventana de la sala, mirando hacia la oscuridad exterior. La luz de las farolas proyectaba sombras en su rostro, haciendo que sus facciones se vieran más marcadas, más tensas. Annabeth sintió una punzada en el corazón; nunca le gustaba verlo así, tan vulnerable y perdido.

—Azul ya está dormida —anunció Annabeth con voz baja y cansada, cruzando los brazos sobre su pecho como si estuviera protegiéndose de algo.

Percy se giró para mirarla, sus ojos reflejando una mezcla de arrepentimiento y frustración. Asintió lentamente, dejando escapar un suspiro. Quería hablar, quería arreglar las cosas, pero no sabía por dónde empezar. La discusión había sido más intensa de lo que esperaba, y sus propias palabras aún resonaban en su cabeza, llenas de celos y rabia.

—Podemos hablar ahora, si quieres —dijo finalmente Percy, su tono suave, casi suplicante.

Annabeth asintió y, sin decir nada más, ambos se dirigieron al dormitorio. Cerraron la puerta tras de sí, y por un momento el silencio fue tan denso que se sintió como una tercera presencia en la habitación. Annabeth se sentó en el borde de la cama, cruzando las piernas, mientras Percy permanecía de pie, como si estuviera esperando el permiso para acercarse.

—No puedo creer que llegáramos a esto —comenzó Annabeth, su voz llena de frustración y tristeza—. ¿Cómo es posible que estemos aquí, discutiendo así? Esto no es lo que somos, Percy. Esto no es nosotros.

Percy pasó una mano por su cabello desordenado, bajando la vista hacia el suelo. Sabía que ella tenía razón, pero la rabia y los celos aún ardían en su interior, nublando su juicio.

—Annabeth, no puedo evitar lo que siento —replicó él, su voz tensa y cargada de emoción—. No estoy orgulloso de lo que dije, pero simplemente no puedo ignorar lo que veo. Chrisaor se está acercando demasiado a ti, y no puedo soportar la idea de que...

—¿La idea de qué, Percy? —lo interrumpió Annabeth, alzando la voz, su tono teñido de incredulidad—. ¿De que yo esté siendo amable con él? ¿De que alguien más pueda verme como tú lo haces? Porque si eso es lo que te preocupa, entonces el problema no es Chrisaor, el problema eres tú.

Percy sintió un nudo formarse en su garganta, una mezcla de ira y arrepentimiento que lo dejó sin palabras por un momento. Dio un paso hacia ella, alzando las manos en un gesto de desesperación.

—Annabeth, no entiendes —dijo, casi suplicando—. Cada vez que lo veo contigo, siento que estoy perdiendo el control. Siento que él está tratando de ocupar un lugar que no le corresponde, un lugar que es mío.

Annabeth se levantó de la cama, enfrentándolo con una mirada llena de dolor y rabia. Estaban tan cerca que podía sentir su respiración, rápida y agitada.

—¿De verdad crees que no me daría cuenta si alguien estuviera intentando algo conmigo? —dijo Annabeth, su voz temblando por la intensidad de sus emociones—. Y lo peor es que pienses que yo podría hacer algo para alentarlo.

Percy apretó los puños, sintiendo cómo la frustración lo consumía.

—No es eso —dijo él, su voz rompiéndose ligeramente—. Es que tengo miedo, Annabeth. Miedo de que él te gane como lo está haciendo con todos, de que yo no sea suficiente para ti.

Annabeth sintió cómo toda su ira se desvanecía ante esa confesión. Vio a Percy no como el hombre fuerte que todos conocían, sino como el hombre que amaba, con todas sus inseguridades expuestas. Dio un paso hacia él, levantando una mano para acariciar su mejilla.

—Percy, tú eres todo para mí —dijo Annabeth con voz suave, su tono lleno de amor y sinceridad—. No hay nadie más. Eres mi mejor amigo, eres el hombre que amo. Tienes que confiar en eso. Tienes que confiar en mí.

Percy levantó la vista, encontrándose con los ojos de Annabeth. Vio la verdad en ellos, la seguridad, el amor inquebrantable que siempre había estado ahí, incluso cuando él dudaba. Sintió cómo el peso en su pecho empezaba a aliviarse.

—Lo siento tanto, Annabeth —susurró él, tomando su rostro entre sus manos—. No quería hacerte sentir así. No quería lastimarte. Solo estaba... estaba asustado.

Ella dejó escapar un suspiro tembloroso, apoyando sus manos sobre las de él.

—Yo también lo siento —murmuró Annabeth, sus ojos llenos de lágrimas—. No debí reaccionar así. No debí dejar que esto se interpusiera entre nosotros. No quiero pelear más, Percy. No quiero que esta inseguridad nos destruya.

Percy no pudo contenerse más. Se inclinó hacia ella y la besó, primero con suavidad, como si fuera una disculpa silenciosa. Annabeth respondió al beso con igual fervor, deslizando sus manos por el cabello de Percy, atrayéndolo más hacia ella. Sintió cómo toda la tensión y el dolor de la pelea se disolvían en ese momento, reemplazados por un amor ardiente y desesperado.

El beso se volvió más intenso, más apasionado. Percy la rodeó con sus brazos, levantándola ligeramente del suelo mientras Annabeth envolvía sus piernas alrededor de su cintura. Ambos se movieron hacia la cama, sin dejar de besarse, sus manos explorando con urgencia, como si necesitaran reconectar cada parte de sus cuerpos para recordar que estaban juntos, que se pertenecían.

Se dejaron caer sobre el colchón, con Percy encima de ella, sus labios nunca separándose de los de Annabeth. El calor entre ellos creció, y todo lo que habían sentido antes, la rabia, los celos, la inseguridad, se transformó en un deseo abrumador de reafirmar su amor.

Annabeth deslizó sus manos por la espalda de Percy, acariciando su piel mientras él la besaba con una intensidad que no había sentido en mucho tiempo. Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad, sus frentes apoyadas la una contra la otra.

—Te amo tanto, Annabeth —susurró Percy, su voz llena de emoción y verdad.

—Y yo a ti, Percy. Siempre —respondió ella, acariciando su mejilla antes de besarlo de nuevo, esta vez con más suavidad, como una promesa silenciosa.

Se quedaron abrazados, enredados el uno en el otro, dejando que el amor y la calma los envolvieran. Sabían que aún había cosas que resolver, pero por ahora, el silencio compartido y el calor de sus cuerpos eran todo lo que necesitaban para recordar lo que realmente importaba.

En ese momento, en los brazos del otro, sabían que, a pesar de todo, nada ni nadie podría separarlos.


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⏰ Última actualización: Nov 17 ⏰

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