El golpe de Kwon a Robby resonó como un disparo en el silencio del lugar. Todos se quedaron quietos, expectantes, como si el aire mismo se hubiera congelado. Había algo tenso en el ambiente, una sensación de que algo más grande estaba a punto de desatarse.
Mi mirada iba de Kwon a Robby, intentando entender cómo había llegado todo a este punto. Pero antes de que pudiera procesar lo que ocurría, el sensei del equipo ruso dio un paso al frente y, con un movimiento rápido y violento, golpeó al organizador del torneo, dejándolo inconsciente en el suelo.
—¡Peleen! —gritó el sensei, su voz llena de rabia.
Fue como si sus palabras hubieran encendido un fuego. De repente, los gritos llenaron el estadio. Peleadores de distintos dojos comenzaron a atacar, sin reglas, sin límites. Miguel intentó ponerse frente a mí para protegerme, pero el caos nos envolvió antes de que pudiéramos reaccionar.
Todo se volvió un torbellino de movimientos rápidos y confusos. Cada giro y golpe era una lucha por sobrevivir en medio del desorden. Mis puños se alzaron automáticamente, bloqueando ataques y devolviéndolos, pero mi mente estaba en otra parte. Intentaba localizar a Robby, a Miguel, a cualquiera de los nuestros, asegurándome de que estuvieran bien.
De repente, mis ojos se posaron en Kwon. Estaba sobre Robby, inmovilizándolo con un brazo mientras su rodilla presionaba contra el pecho de mi hermano.
—¡Robby! —grité, sin pensarlo dos veces.
Corrí hacia ellos, esquivando a los demás peleadores, mis pasos tambaleantes por la adrenalina. Llegué lo suficientemente cerca para intentar apartar a Kwon, pero él se giró rápidamente y, con una patada certera, me golpeó en el estómago.
El dolor fue insoportable. Caí al suelo, jadeando, con una mano sobre mi abdomen mientras trataba de recuperar el aliento. Desde mi posición, vi cómo Kwon seguía presionando a Robby, disfrutando de su ventaja.
Miguel apareció de la nada, acompañado de Axel. Ambos se lanzaron contra Kwon, y la escena se transformó en un espectáculo de fuerza y coordinación. Axel logró desviar la atención de Kwon lo suficiente para que Miguel le propinara un golpe directo al rostro, enviándolo tambaleándose hacia una cámara de televisión.
El ruido metálico del impacto fue ensordecedor, y el rostro de Kwon se retorció de furia.
—¡Esto no ha terminado! —gruñó, sus ojos oscuros centelleando de rabia.
Miguel me ayudó a ponerme de pie mientras Axel retrocedía hacia nosotros, manteniendo la vista fija en Kwon. Robby, aún herido, intentó levantarse para apoyarnos, pero su cuerpo no respondía del todo.
—Estoy bien —murmuré, aunque mi voz temblaba por el dolor.
Fue entonces cuando todo cambió.
En su caída, Kwon sacó algo de su cinturón: una daga pequeña y brillante que reflejaba las luces del estadio. Todos los presentes quedaron en silencio al ver el arma. El aire estaba cargado de tensión; nadie se movía.
Kwon se levantó lentamente, sosteniendo la daga con firmeza mientras sus ojos nos desafiaban.
—Esto no ha terminado —dijo con voz baja pero cargada de rabia.
Con un movimiento rápido, intentó avanzar hacia Miguel. Fue un momento tan repentino que apenas pude reaccionar. Sin embargo, en su afán por atacar, dio un mal giro. El tatami resbaladizo y el peso de su propio cuerpo lo traicionaron.
Kwon cayó al suelo con un fuerte impacto, y lo siguiente que escuché fue un grito desgarrador.
La daga había encontrado su destino, enterrándose profundamente en su propio pecho.
El silencio que siguió fue absoluto. Todos los que estaban peleando detuvieron sus movimientos y se quedaron mirando a Kwon, quien ahora yacía en el suelo con la respiración entrecortada.
—¡No! —gritó alguien, pero mis oídos estaban demasiado aturdidos para identificar la voz.
Daniel fue el primero en reaccionar. Se abrió paso entre la multitud y se arrodilló junto al cuerpo de Kwon, intentando detener la hemorragia. Pero la sangre ya manchaba el tatami de un rojo oscuro.
Miguel me tomó de los hombros y me giró hacia él, apartando mi vista de la escena.
—No mires, ¿de acuerdo? —me dijo en un tono suave pero firme.
Apoyé mi cabeza en su pecho, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a correr por mis mejillas. Todo estaba pasando demasiado rápido, y el miedo me paralizaba.
El organizador del torneo, quien había recuperado la conciencia tras ser golpeado, gritó desesperado:
—¡Corten la transmisión!
Los técnicos comenzaron a desconectar cámaras y micrófonos, pero era evidente que muchos ya habían visto lo que había sucedido. El público en las gradas observaba con expresiones de horror, incapaces de apartar la mirada.
Axel se unió a Daniel, tratando de ayudar en lo que pudiera, pero la situación parecía irreversible. Kwon jadeaba, sus ojos perdiendo el brillo poco a poco.
—¡Llamen a los paramédicos! —exigió Daniel, aunque su voz temblaba.
Finalmente, comenzaron a evacuar a todos los equipos. Nos llevaron fuera del estadio mientras los organizadores intentaban contener el caos. Nadie hablaba; el ambiente era sombrío y pesado.
Miguel no soltaba mi mano, y Robby, herido pero consciente, caminaba junto a nosotros con el apoyo de Axel. Cada paso que daba parecía costarle, pero insistía en mantenerse de pie.
Cuando nos reunimos fuera del estadio, vi el rostro de todos nuestros compañeros. Sam estaba pálida, Hawk y Demetri evitaban mirarnos, y Johnny tenía una expresión de preocupación que pocas veces mostraba.
No pude contener más mis emociones. Las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos mientras apoyaba mi cabeza en el hombro de Miguel.
—¿Cómo llegamos a esto? —susurré, sin esperar respuesta.
Miguel me abrazó con fuerza, pero no dijo nada. Sabíamos que el camino que habíamos recorrido para llegar al Sekai Taikai era complicado, pero nunca pensamos que terminaría en algo tan oscuro.
El grito de Kwon y la imagen de su caída estaban grabados en mi mente, y sabía que me perseguirían por mucho tiempo. Lo único que podía hacer en ese momento era agradecer que los nuestros estuvieran vivos y juntos, aunque el costo de ese día fuera demasiado alto.