f o u r

6.1K 417 19
                                        

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


















Observé el pequeño departamento recordándolo exactamente como cuando me había ido.

Me senté al lado de mi hermano, quien parecía no querer soltarme, cosa que me hacía reír.

—Mamá...

Me abracé a la mujer, quien se veía realmente cambiada. Mi hermano me había contado que había aceptado entrar a terapia y ahora estaban más estables que nunca. Cada uno de nosotros se encontraba mejor, o eso creía.

—Entonces... ¿Cuándo te mudas con nosotros? Tu cama sigue ahí.

Miré algo apenada a Robby, dándole una mirada a mis padres, quienes suspiraron pesadamente.

—Cariño, tu hermana ha decidido vivir con Johnny.

—¿Estás bromeando?—su tono de voz subió de inmediato y su mirada reflejaba pura incredulidad.

—Robby, _________ también es mi hija.

—¿Sí? ¿Entonces dónde estuviste cuando terminó la escuela? ¿Cuando se fue a México? ¿Tú estuviste con ella tratando de quitarle el miedo a la oscuridad? No tienes derecho sobre ella. No después de todos estos años.

—Yo lo decidí, Robby—dije sintiendo su fría mirada sobre mí.

—¡Esto es ridículo!—Se levantó de golpe, empujando la silla con fuerza—¿Cómo puedes hacer esto? ¿Después de todo lo que hemos pasado?

—No es tan simple, Robby...—intenté explicar, pero él ya no me estaba escuchando. Su mandíbula se tensó y sus puños se cerraron.

—¿Sabes qué? Haz lo que quieras. No me importa.

—¡Robby, por favor, escúchame!—Me levanté rápidamente, pero él ya estaba abriendo la puerta con brusquedad.

—¡No! ¡Haz lo que quieras! Pero no esperes que esté ahí cuando te des cuenta de tu error.

El portazo resonó por todo el departamento, dejándome con un nudo en la garganta.

Vaya reencuentro.

Me quedé en el departamento un rato más, sintiéndome inquieta. Robby nunca había sido así conmigo, y su reacción me dolía más de lo que quería admitir. Cerré los ojos y, sin querer, un recuerdo de nuestra infancia volvió a mi mente.

Era una noche de tormenta. Tendríamos unos ocho años. Yo estaba en nuestra pequeña habitación, abrazando mi manta con fuerza. El sonido de los truenos me aterraba.

—No puedo dormir—murmuré con voz temblorosa.

Robby, que estaba en la litera de arriba, se asomó con el ceño fruncido.

—¿Otra vez?

Asentí. Él suspiró, pero en vez de quejarse, bajó de su cama y se metió conmigo bajo la manta.

—Mamá dice que los truenos no pueden hacerte daño. Es solo ruido.

—Pero es muy fuerte—susurré.

—Entonces haremos ruido más fuerte—dijo con una sonrisa y comenzó a contarme un chiste tonto que había escuchado en la escuela. No tenía sentido, pero me hizo reír. Poco a poco, mi miedo desapareció.

Días después, cuando me costaba hacer mi tarea, Robby se sentó a mi lado y me explicó con paciencia. Aunque apenas entendía las cosas él mismo, siempre intentaba ayudarme.

Ese recuerdo me dejó con un sentimiento de nostalgia y culpa. Robby siempre había estado ahí para mí. Pero ahora... Ahora las cosas eran diferentes. Me mordí el labio y tomé el celular, viendo el último mensaje de Sam.

"Cobra Kai no es lo que era antes... Y Johnny ha cambiado. Confía en mí."

Suspiré, tratando de convencerme de que esto era lo mejor. Tenía que serlo.

---

Desperté bastante temprano gracias a Johnny, quien me levantó para ir a desayunar con la familia Díaz.

No tenía ganas de cambiarme, así que decidí irme en pijama, dejé suelto mi cabello y salí detrás de mi papá. Este tocó la puerta, siendo recibido por el ya conocido Miguel.

—Creo que me sigues—señaló dándome paso a su vivienda.

—No estaba en mis planes saber dónde vivías—hablé adentrándome al lugar.

—¡Mira a esa hermosa niña! ¿Es novia de Miggy? Se parece a ti, Johnny—reí levemente al entender a la mujer.

No es mi papá, es mi niñero.

—¡Y habla español! Miguel, papito, ponte las pilas.

Nuevamente reí al ver cómo el mencionado se sonrojaba notoriamente. Carmen intervino en la plática al poner el desayuno sobre la mesa, tomé asiento al lado de Miguel, quien se ofreció a servirme el plato.

—Hoy me acompañarán a buscar una nueva alumna—ambos miramos confundidos a Johnny—No es que no confíe en ti... Será como una suplente.

—No hay problema, quién sabe. Tal vez no quería pelear a última hora—bromeé formando una pequeña sonrisa. El rubio rodó los ojos, dejando un suave golpe en mi cabeza.

—Ve a cambiarte y deja tus bromas para después—ordenó señalándome. Asentí riendo antes de agradecerle a la familia por el desayuno.

Me adentré al que ahora sería mi hogar, yendo a mi habitación para buscar mi cambio de ropa. Finalicé trenzando mi cabello y, una vez lista, salí nuevamente, encontrando a mi papá con Miguel ya cambiado de igual forma.

Subimos a la camioneta camino a West Valley. Miré confundida a Miguel cuando Johnny me dio pequeños anuncios sobre el dojo. Caminé detrás de los dos hombres, viendo al mayor buscar a varias chicas.

—Aquí entrenan la mayoría de las chicas, ¿seguro que podrá?

—Mira, cuando era joven era genial en karate y hablando con chicas. Mira y aprende, Díaz. Mira y aprende.

—Esto va a salir mal—susurré corriendo al lado de Miguel sin perder de vista a Johnny.

Teníamos más de media hora observando cómo la mayoría de chicas con equipo rechazaban las ofertas del hombre. Definitivamente no tenía práctica en esto.

—¿Otro plan?—preguntó Miguel, a lo que Johnny lo miró sonriendo—Oh no...

Traté de no reír al ver cómo obligaba a su alumno a quitarse la camisa para dejar al descubierto sus fornidos brazos. Nada mal.

—Créeme, a las chicas les gusta eso—murmuró—. Debes aceitar cada parte.

—¡Es mucho, es mucho!

—Muéstrame la pelota de playa. También ayudarás—señaló al ver que no dejaba de reír—. Cuando les dé la señal, ¿de acuerdo?

Ambos asentimos colocados en nuestros lugares. Al ver que el hombre nos señalaba, abrí mis manos enseñando a Miguel, quien se encargaba de mostrar sus brazos. Por más que batallé, no pude evitar soltar una gran carcajada. Era ridículo.

—¡No era necesario eso!—dije al ver cómo besaba sus músculos—. Ahí va otra.

—Me gusta tu risa.

Miré a Miguel, dándole una sonrisa en forma de agradecimiento. Me quedé junto a él, observando cómo se vestía nuevamente. Al ver a mi padre venir hacia nosotros, caminé detrás de ellos dos, como lo había hecho desde horas atrás, observando cómo hablaban con otra mujer.

—Tal vez quieran consejos para abordarla...

—Dios, sí.

Who? // Miguel Díaz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora