"Amor, traición y un juego de poder donde no hay reglas... Solo la promesa de destrucción."
Mi padre me quiere muerta.
Traicioné a la familia, y pagaré las consecuencias.
El hombre que alguna vez llamé padre me entregó a una jauría de lobos hambrien...
¡No olviden seguirme en mis redes sociales! En los últimos días subí spoilers de una próxima escena, hablé sobre mi punto de vista de los últimos comentarios que he recibido sobre Mónica, que se aproximan cap pesados, y hubo un espacio para preguntas sobre la novela.
¡Muchas gracias por este hermoso amor por Destrúyeme, cariño!
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Capítulo 52
Mónica
Sonreí apenas, dejando que un atisbo de burla se dibujara en mis labios antes de regresar al hotel. Agarré su mano con firmeza, casi con desprecio, y lo arrastré de vuelta a la habitación como si fuera un perro al que acaban de regañar.
Me detuve en seco al cruzar la puerta, girando sobre mis propios talones. Mis ojos se clavaron en los suyos, desafiándolo sin necesidad de palabras.
—¿Qué mierda acabas de hacer, idiota?—exploté por un momento —. Esto no estaba en nuestro planes. ¡Por Dios, Enrique! apenas llevamos días publicando nuestro supuesto noviazgo y me sales con tu mierda, ¿quién va a creer eso?
—El amor no tiene límites, Mónica —dijo con media sonrisa.
Me quedé estupefacta.
Estaba más loco de lo que había imaginado.
—¡Deja de actuar como si estuviéramos frente a las cámaras! —grité completamente enfurecida.
Estaba perdiendo el control y debía controlarme, así que tomé aire profundamente.
—Seríamos la pareja perfecta, Mónica. ¿No lo ves? —Su tono era de una arrogancia intoxicante, como si el futuro le perteneciera—. Tendré el puesto de gobernador en Acapulco, luego iré por la presidencia de México... y tú, a mi lado, seremos imparables. Seremos una jodida bomba. Con tu cártel y mi poder... podremos gobernar toda Latinoamérica. Piénsalo, seremos los jodidos amos.
Su sonrisa me erizó la piel, una mezcla enfermiza de ambición y locura brillaba en sus ojos. Antes de que pudiera reaccionar, me tomó las manos con fuerza y las llevó a sus labios, besándolas con una devoción que solo me provocó asco.
Me estremecí. No de emoción, sino de repulsión. Esa mirada, tan llena de una maniática obsesión, me dejó congelada por un instante.
—¡No! Esto es solo una fachada... no puedo tener una relación real contigo. Lo lamento...
—¡Me enamoré de ti! —gritó.
No le creía en lo absoluto.
Enrique era astuto, pero yo tenía que ser lo más, porque no solo estaba en riesgo mi vida sino la de mi bebé.
—¡Basta! —grité.
Y entonces, como si estuviera sacando un arma, deslizó su mano dentro del saco y extrajo un pequeño frasco de Tormenta Perfecta junto con una inyección. Lo sostuvo frente a mis ojos, moviéndolo lentamente, casi con una perversión divertida, como si fuera una llama viva que bailaba entre sus dedos, amenazando con acercarse a mi piel para quemarme.