Capítulo 63
Calix
La oscuridad los devoraba.
Encontrar a ese par fue completamente fácil.
Cada vez terminaba con los cárteles de México, por lo que, cada vez era más fácil dejarlos desprotegidos.
No saben cuántos días han pasado. En este pozo húmedo y putrefacto, el tiempo dejó de existir. El agua helada les llegaba hasta el cuello, sus cuerpos tiritando sin control, y cada segundo se arrastraban como una agonía que nunca terminaría. La sed les quemaba la garganta, el hambre los convierte en animales famélicos, pero lo peor es el silencio.
El hermoso silencio.
Solo escuchaban sus propias respiraciones entrecortadas y el golpeteo del agua contra las paredes de piedra. Pero a veces, en la negrura absoluta, susurros irreales les erizan la piel. Pasos que no deberían estar ahí resuenan en la nada. Me ven sin verme. Me sienten sin que yo esté realmente ahí. Estoy esperando. Paciente. Hasta que sus mentes se resquebrajen.
Justo lo que hicieron con Mónica.
Uno de ellos empieza a sollozar. No aguantaba más. Sus uñas estaban desgarradas intentando escalar las paredes resbalosas, su cuerpo es un cascarón consumido por el frío y la desesperación. El otro balbucea incoherencias, la mirada perdida en un punto inexistente. La locura los estaba devorando.
Y entonces, cuando están al borde de la quiebra, decido que es hora.
Las cadenas chirrían.
Se tensan y mis hombres los arrastran fuera del pozo.
El aire frío golpea sus cuerpos entumecidos. No pueden sostenerse en pie; sus piernas flaquean y caen de rodillas sobre el suelo de concreto. Jadean como perros moribundos, parpadeando ante la luz débil que les quema los ojos después de tanto tiempo en la oscuridad. El terror los paraliza.
Llevaban un mes dentro de ese pozo.
No lo suficiente para saciar mi sed, pero sí lo suficiente para haberlos dejado así de mal.
Frente a ellos, mis botas resuenan. Lentos. Implacables.
—¿Se divirtieron? —pregunté.
Los observé desde arriba, la sombra de mi figura proyectándose sobre sus cuerpos destrozados. No hay prisa en mis movimientos. No hay un solo rastro de humanidad en mis ojos. Solo un vacío absoluto.
Uno de los hombres comienza a temblar, arrastrándose hacia atrás con torpeza, como si pudiera alejarse de lo inevitable. Incliné la cabeza, divertido.
—¿Duele, verdad? —murmuré, sacando un cuchillo—. La incertidumbre, el miedo. ¿Cuántas veces la hicieron suplicar?
Nadie responde. No tienen fuerzas ni para llorar.
Me agaché frente al más débil, aquel que no deja de balbucear como un lunático. Su aliento apesta a desesperación. Sin previo aviso, clavé la navaja en la palma de su mano y la arrastré lentamente hasta su muñeca. Un grito ahogado resuena en la habitación, pero yo solo observé con frialdad mientras la sangre se derrama.
—No quiero que mueran rápido —musité—. Quiero que entiendan el infierno que desataron.
Tiré del hombre por el cabello y lo arrastré como si fuera un saco de carne. Lo encadené a una silla de metal y pasé a los otros. Uno por uno. Mis movimientos son meticulosos, sin apuro. Disfrutaba el proceso. La venganza no era solo sangre y muerte; era el arte de despojar a alguien de su propia cordura, de reducirlo a algo menos que humano antes de finalmente extinguir su existencia.
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Destrúyeme, cariño (+21)
Romance"Amor, traición y un juego de poder donde no hay reglas... Solo la promesa de destrucción." Mi padre me quiere muerta. Traicioné a la familia, y pagaré las consecuencias. El hombre que alguna vez llamé padre me entregó a una jauría de lobos hambrien...