Capítulo 59

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Capítulo 59

Calix

Advertencia: capítulo con lenguaje gráfico. 

Diciéndome a mí mismo que no iré allí
Oh, pero sé que no me importará
Intentando lavar toda la sangre que he derramado
Esta lujuria es una carga que ambos compartimos
Dos pecadores no pueden expiar de una oración solitaria 
Almas atadas, entrelazadas por el orgullo y la culpa

-Daylight de David Kushner.

La puerta de mi oficina resonó con tres golpes secos. Apreté con más fuerza el vaso de vodka, sintiendo el frío del cristal contra mi palma. Dejé que siguieran llamando. No estaba para mierdas. No tenía paciencia para escuchar ni soportar a nadie.

El silencio se alargó, pero luego, la voz de Eric se hizo escuchar al otro lado. Un recordatorio de lo que iba a hacerle.

—Señor.

Mis dientes se apretaron.

—Tienes un puto segundo para entrar —espeté con dureza.

No hizo falta repetirlo. Eric cruzó la puerta de inmediato, moviéndose con la rapidez de quien sabe que el más mínimo retraso podría costarle caro.

—Ella está embarazada de su hijo, y aún así, ¿masacró a todo su cártel? —Ni siquiera procuró cuidar lo que me dijo. Sólo lo soltó sin más.

Me levanté de la silla con la rabia latiéndome en las sienas y caminé hacia él. Antes de que pudiera reaccionar, lo agarré por la playera y le estampé el primer puñetazo en la cara. El impacto resonó en la oficina, seguido por otro golpe aún más fuerte. Eric cayó al suelo con un gruñido de dolor.

Escupí a un lado, mirándolo con desprecio.

—Y tú sabías que lo estaba y no me lo dijiste —gruñí.

Le di una patada en las costillas, sintiendo cómo su cuerpo se doblaba por el impacto.

—Eso lo tomaré como traición —solté con frialdad—. Y tú sabes lo que les pasa a los traidores.

Me incliné ligeramente sobre él.

—Por Elián no voy a joderte, pero estás fuera de la Orden Demon. Te exilio de Grecia. Si vuelves a pisar esta tierra, vas a morir.

Los ojos de Eric se tornaron tristes, pero me importaba una mierda. Que se fuera al jodido carajo.

—No se lo dije porque no me correspondía —susurró, con la voz áspera—. Era algo que solo le tocaba a Mónica contarle. Además, me lo confiaron como un secreto... —hizo una pausa, tragándose el aire—. Y ese secreto formaba parte de mi vida personal, no del trabajo.

Lo miré con frialdad, como si ya estuviera muerto para mí.

—Lárgate —espeté, sin un gramo de piedad en la voz.

Y entonces Adonis entró, metiéndose donde no le importaba una mierda.

—Ay, Dios Santo, Calix, debes controlarte —dijo con ese tono de falsa calma, antes de agacharse para recoger a Eric del suelo.

Eric me lanzó una última mirada antes de salir de mi oficina. No dijo nada más. No tenía sentido. Ya estaba muerto para mí.

Me pasé una mano por la mandíbula, sintiendo la tensión ardiéndome en las venas.

—Quiero que reúnas a los mandos más grandes de la Orden Demon —ordené.

Entre ellos estaba el traidor. Iba a descubrirlo. Alguien tenía el suficiente poder para haber convencido a ese cabrón con lo mejor de lo mejor para que nunca abriera la boca. Pero no importaba qué tan bien jugara sus cartas. Iba a sacarlo de su escondite. Iba a hacer que pagara.

Destrúyeme, cariño (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora