𝐄𝐍-┊Donde los Enhypen son seres sobrenaturales.
Apaticos, reservados, misteriosos y de aspecto peligroso. Nada es lo que parece y eso es lo primero que descubre Ryul al llegar a su nueva escuela. Una familia en particular que hace cosas totalment...
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[JAKE]
Siempre lo sentía. Como un eco constante en mi interior, como un zumbido que no podía apagar. Sunghoon. No importaba cuán lejos estuviera, no importaba si no habíamos cruzado palabra en días; su presencia se colaba en mí, como veneno infiltrándose en cada grieta. Era esa conexión que nunca pedí, un vínculo que no entendía por qué debía soportar, ni por qué seguía existiendo. A veces me preguntaba si nuestra madre había sido demasiado cruel al traernos juntos a este mundo, si aquel lazo mágico que nos unía no era más que una maldición disfrazada.
Podía sentirlo todo: su odio, su furia, su resentimiento. Era como si esas emociones me atravesaran, quemándome por dentro. Había noches en las que cerraba los ojos, y las imágenes de lo que hacía —de lo que él era capaz de hacer— aparecían en mi mente como si fueran mías. Pero no lo eran. No quería que lo fueran. Él mataba sin remordimientos, disfrutaba de la destrucción, del caos. Y, a veces, me aterrorizaba lo fácil que era para mí comprenderlo.
Aún peor era el reflejo. Porque no importaba cuánto me resistiera, había algo en esa conexión que no podía controlar, una fuerza que me arrastraba hacia la oscuridad que habitaba en él. Si él se dejaba consumir por la violencia, yo lo sentía como una picazón en los dientes, un hambre insaciable que no quería alimentar. ¿Cuánto tiempo más podría resistir antes de convertirme en aquello que juré nunca ser?
Y luego estaba ella. Gyul. Mi cáliz. Mi suplicio.
Quererla era mi peor condena. No porque no la deseara —porque lo hacía, cada fibra de mi ser la deseaba—, sino porque desearla era peligroso. Ella me hacía sentir humano, y yo no podía permitírmelo. No podía darme ese lujo cuando todo en mí era un riesgo para ella. Mi control era frágil, una cuerda tensa que podía romperse con un solo movimiento en falso, y sabía que si alguna vez perdía esa batalla, ella sería quien pagara el precio.
La odiaba tanto como la quería. Odiaba cómo su sangre me llamaba, cómo el mero sonido de su respiración hacía que todo mi cuerpo se tensara. La odiaba porque me importaba más de lo que jamás podría admitir, porque su sola existencia me recordaba lo vulnerable que realmente era. Había tratado de alejarla, de hacer que me odiara. Pero ella siempre regresaba. Siempre.