Eric García

95 10 0
                                    

Cuando todo a tu alrededor se desmorona, cuando sientes que has perdido el rumbo, hay algo que te mantiene en pie. Algo tan fuerte que te impide rendirte. Yo tenía esa algo, y ese algo se llamaba Eric.

Es extraño cómo un sentimiento puede ser tan profundo, tan intenso, que no te das cuenta de cuándo te atrapó. Al principio, era solo una amistad. Solo miradas furtivas en los pasillos del vestuario del Barça, sonrisas compartidas entre entrenamientos, alguna conversación casual después de los partidos. Pero, con el tiempo, todo eso se transformó en algo más. Algo que ni él ni yo éramos capaces de entender.

Pero yo sabía que era real.

Sabía que estaba completamente perdida en ese amor callado que no pedía nada a cambio, pero que lo deseaba todo.

Y entonces, un día, ocurrió. Estábamos en la cafetería del club, él sentado en la mesa junto a la ventana, mirando por la cristalera mientras tomaba un café. Yo, sin pensarlo, me acerqué a él. Sentía esa extraña conexión, como si mi cuerpo ya supiera lo que mi corazón se negaba a admitir.

—¿Tienes un minuto? —le pregunté con la voz un poco temblorosa. No quería que notara lo nerviosa que me ponía hablar de esto, pero ya no podía ocultarlo más.

Él levantó la vista, y al instante, sus ojos se encontraron con los míos. Por un segundo, todo a mi alrededor se desvaneció. Solo quedábamos él y yo, suspendidos en el tiempo.

—Claro, ¿qué pasa? —me dijo con esa sonrisa que siempre me desarmaba, que me hacía sentir como si todo en el mundo estuviera bien.

Me senté frente a él, buscando las palabras. Sabía que lo que estaba a punto de decir cambiaría todo, pero ya no podía dar marcha atrás.

—Eric... —empecé, pero mi voz se quebró. Respiré hondo y seguí—. Quiero que sepas algo. Algo que he estado guardando durante mucho tiempo.

Él se inclinó un poco hacia adelante, como si le interesara cada palabra que iba a decir.

—¿De qué se trata? —preguntó suavemente, sin prisa.

Me quedé mirando sus ojos, esos ojos que siempre parecían entenderme sin necesidad de que hablara, y, finalmente, lo solté.

—Eric, estoy completamente perdida por ti. No sé cuándo ni cómo, pero... estoy profundamente enamorada de ti. Y lo he estado durante tanto tiempo... sin que tú lo supieras. Pero ya no puedo seguir guardándomelo.

Guardó silencio. Solo por un momento, pero fue suficiente para que mi corazón se detuviera. En mi mente, me decía que había cometido un error, que quizás todo esto estaba mal, que lo estaba arruinando todo. Pero entonces, me sorprendió.

—________... —susurró, y su voz estaba llena de una mezcla de sorpresa y algo que no podía identificar. Su expresión era seria, pero también había una ternura en sus ojos que me hizo sentir un poco de esperanza—. Yo también siento lo mismo por ti.

Mis ojos se abrieron con incredulidad. No lo podía creer. Después de tanto tiempo guardando mis sentimientos, él sentía lo mismo. Mi corazón comenzó a latir más rápido, pero al mismo tiempo, el miedo se apoderó de mí.

—¿De verdad? —pregunté, temerosa de que fuera una broma, una ilusión creada por mi corazón, pero él asintió lentamente.

—Sí, ______. He intentado no darme cuenta de lo que siento, pero es imposible. Eres todo lo que quiero, pero siempre he tenido miedo de arruinarlo, de que algo nos separe, de que tú no sientas lo mismo. No quería perderte.

Sus palabras me inundaron como una corriente cálida, y en ese momento, supe que no podía esconder lo que sentía por más tiempo. Al igual que él, yo temía lo mismo. Pero lo que sentíamos el uno por el otro era más fuerte que cualquier miedo.

—¿Entonces qué hacemos ahora? —le pregunté, sin poder dejar de mirarlo, sintiendo cómo mi mundo comenzaba a reconstruirse a su lado.

Eric sonrió suavemente, acercándose más hacia mí, y aunque la incertidumbre seguía ahí, sentí que con él todo era posible.

—Lo único que podemos hacer, _______... es estar juntos. No importa lo que venga, yo quiero estar contigo.

Y en ese momento, algo dentro de mí se rompió. No en el sentido negativo, sino de una manera liberadora. Ya no tenía que esconderme más. Ya no tenía que seguir negando lo que había estado sintiendo desde el primer día en que lo vi.

—Yo también te quiero, Eric —le susurré, y antes de que pudiera decir algo más, sus labios se encontraron con los míos. Un beso suave al principio, como si ambos tuviéramos miedo de que esto fuera un sueño del que despertaríamos en cualquier momento.

Pero no fue un sueño. Era real.

El tiempo pasó, y aunque al principio las dudas seguían rondando, lo que sentíamos el uno por el otro era más fuerte que cualquier inseguridad. No necesitábamos palabras para entendernos, solo un gesto, una mirada. Porque, al final, aunque el amor pueda parecer complicado, cuando es verdadero, no hay nada más sencillo que rendirse ante él.

—¿Sabes qué? —me dijo un día mientras caminábamos por la ciudad después de un partido—. Estaba esperando que me dijeras algo así, pero me daba miedo que fuera demasiado tarde. Me alegra que hayamos hablado.

—Lo sé. Yo también tenía miedo —le respondí, sonriendo—. Pero creo que, al final, siempre estuvimos destinados a estar juntos. No importa cuánto haya tenido que esperar.

—Y yo seguiré esperándote, amor, todos los días si es necesario. Porque te quiero, y siempre seré tuyo, pase lo que pase.

No importaba lo que el futuro nos deparara, porque sabía que, en ese momento, estaba exactamente donde quería estar: junto a él. Y eso era lo único que realmente importaba.

—Y yo estaré siempre contigo, amor. Porque ya no hay vuelta atrás, ya no hay dudas. Estoy completamente devota a ti, de la misma forma en que tú lo estás a mí.

One Shots de Futbolistas 0.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora