Florian Wirtz

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El amor no debería sentirse así. No debería ser esta espiral de dolor y deseo, de idas y vueltas que nunca terminan. No debería quemar tanto ni doler en el pecho como una herida abierta. Pero con Florian nunca ha sido fácil. Nunca ha sido simple.

Y, a pesar de todo, sigo aquí.

Sigo volviendo.

Nos conocimos hace tres años, en una de esas noches que parecen sacadas de una película. Luces tenues, música vibrando en el aire y él, con esa sonrisa torcida y esa mirada que prometía peligro. No el tipo de peligro que te hace huir, sino el que te atrae como un imán. Y yo, estúpida de mí, caí de lleno.

—No deberías mirarme así —me dijo esa noche, con una copa en la mano y los labios curvados en un desafío.

—¿Y cómo te estoy mirando?

—Como si no supieras que jugar conmigo es una mala idea.

Debería haberle creído.

Desde el principio, todo con Florian ha sido una montaña rusa sin frenos. Nos besamos la primera noche y no nos separamos en semanas. Nos enamoramos demasiado rápido, sin pensar en las consecuencias. Éramos fuego, sin darnos cuenta de que estábamos ardiendo demasiado rápido.

Y luego, sin previo aviso, se alejó.

Ya debería estar acostumbrada. Florian es así. Desaparece cuando todo empieza a ser demasiado real. Y luego vuelve, como si nada, con esa sonrisa que desarma mis defensas, con palabras bonitas que hacen que me olvide de todo el dolor que dejó cuando se fue.

Como esta noche.

—No puedes seguir haciéndome esto —le digo cuando aparece en mi puerta después de una semana sin hablarme.

Está empapado por la lluvia, el cabello pegado a la frente y los ojos brillando con algo que no sé si es arrepentimiento o deseo.

—No puedo estar sin ti, _______.

—Florian...

—Dímelo —susurra, acercándose un paso más—. Dime que no sientes lo mismo y me iré.

Pero no puedo. Porque sí lo siento. Porque el amor que tengo por él me duele en los huesos, pero sigo aferrándome a él como si fuera la única verdad que conozco.

—Eres un cabrón —murmuro, sintiendo mis propias lágrimas mezclarse con la lluvia.

—Y tú eres mía —responde antes de besarme.

Y en ese momento lo odio. Lo odio porque sabe que siempre le abro la puerta. Lo odio porque me conoce demasiado bien, porque sabe que no tengo la fuerza de dejarlo ir.

Lo odio porque lo amo más de lo que me amo a mí misma.

Florian nunca ha sido fácil de amar. Tiene el alma de un tormento, de alguien que nunca ha aprendido a quedarse. Pero cuando estamos juntos, el mundo deja de importar. Todo el dolor, toda la incertidumbre, se desvanecen en el instante en el que sus labios rozan los míos.

Nos peleamos, nos rompemos, nos juramos que es la última vez. Pero entonces él me toca, me mira, me susurra cosas al oído, y todo lo demás deja de importar.

—Te odio —le digo una madrugada, con su brazo enredado en mi cintura, su respiración tranquila contra mi cuello.

—No me mientas —susurra, con una sonrisa perezosa.

No puedo mentirle. No a él.

—¿Por qué siempre vuelves? —me pregunta, deslizando sus dedos por mi espalda desnuda.

One Shots de Futbolistas 0.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora