(1) La prohibida

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Despertar en los brazos de ese hombre, luego de tantos años de relación es algo que no puedo describir. Ese hombre, que me hacía sentir mujer en sus brazos, me había enseñado cosas de la vida que jamás pensé vivir.

"Buenos días, mi reina" me dijo Orlando tomándome entre sus brazos, cubriendo mi desnudez con las sábanas.

"Buenos días, cómo amaneciste?" respondí besando dulcemente sus labios. Aun cuando era casi treinta años mayor que yo, era increíble cómo me hacía sentir deseada.

"Como cada noche que logro compartir contigo. Eres lo mejor que me ha sucedido..." y volteándose sin esperarlo, me tenía presa entre su cuerpo y mi cama.

La puerta de mi habitación fue abierta sorpresivamente. Allí, parado en la puerta, estaba Jean, mi mejor amigo. Compartíamos mi casa, y en realidad, no había ningún problema con eso. En su lista de preferencia, no estaban las mujeres; era mi mejor amigo desde la escuela superior, además de ser modista profesional y el mejor estilista del área.

"Perdón por interrumpir. No sabía que estabas aquí, Orlando. Natalia, creo que deberías ir saliendo de la cama. Llegaremos tarde al almuerzo con mi familia; además, Orlando, no quiero que llegues tampoco tarde a tu casa" sin esperar contestación, mi amigo nos dio la espalda y cerró la puerta.

"Nunca me cansaré de esas maravillosas interrupciones de Jean..." comentaba Orlando besándome una vez más y levantándose de la cama para vestirse.

"Qué harás hoy?" pregunté levantándome de la cama al igual que él, y cubriéndome con una de las camisas de Jean.

"Probablemente saldré con la familia, ya sabes, como todos los domingos. Sino Laura comenzará a reclamarme que no paso tiempo con ella" este no podía controlar sus impulsos, y al terminar de decir esta oración, me tomó entre sus brazos y comenzó a besarme.

"Irás mañana a la oficina?"

"Tengo un gran motivo por el cual asistir a diario..." me respondió con esa sonrisa de medio lado que me hacía caer a sus pies.

En realidad, Orlando era el dueño de una de las más grandes empresas de mi país. Era un hombre multimillonario, y yo era la directora del departamento de finanzas de su empresa. Llevaba tres años trabajando para él, aunque nuestra relación había sobrevivido ya por cinco.

"Igual yo. No olvide, Señor Ramírez, que mañana tenemos una importante reunión con todos los directores de departamento" y riendo ante mi comentario, entré a darme una ducha. Probablemente cuando saliera, ya este no estuviera allí.

Bajo el agua caliente, recreaba lo bien que la habíamos pasado la noche anterior. La cena sorpresa que le había preparado, y lo bien que lo habíamos pasado luego. Recordaba el momento desde que entramos a mi habitación entre besos y caricias, hasta esta mañana cuando el gran Jean nos interrumpió.

"Piensas salir de esa ducha hoy?" preguntó Jean abriendo la cortina del baño, con algo de desesperación en su rostro.

"Deseara algo de privacidad, si me lo permites..." dije con algo de coraje, terminando de sacar el jabón que tenía en mi rostro.

"No te vistas aun, necesito probarte un vestido que te diseñé."

La ventaja de tener un amigo como Jean, era que no tenía que pensar que ponerme cuando surgía alguna cena de negocios, o algún acontecimiento social. De igual manera, mi cabello y mi rostro siempre estaban regios; este se encargaba de todo.

En realidad, era su forma de pagar por dejarlo vivir aquí. Nunca le había cobrado nada, y en realidad jamás lo haría. Jean era especial y siempre había estado a mi lado; especialmente cuando mis padres murieron trágicamente en un accidente de avión.

Duele ser infielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora