Capítulo 27.

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Daniel

-Joder -me quejo cuando un fuerte llanto me despierta-. No son ni las cuatro de la mañana -susurro mirando el reloj de la mañana.

-En Estados Unidos se dormía mejor, ¿verdad? -ríe Lorena levantándose de la cama-. Voy yo, cariño. Descansa -ordena dándome un beso en la mejilla.

Sin nada que  objetar, me acomodo en la cama y cierro los ojos mientras ella va a la habitación de los mellizos. Hace un par de semanas que duermen solos en su habitación porque no queremos que se acostumbren a estar sobreprotegidos. Aunque para qué mentir. Duerman donde duerman les voy a sobreproteger.

Un par de minutos después, lejos de calmarse, los llantos han ido a más y me levanto de la cama preocupado.

-¿Qué les pasa? -pregunto acercándome a la cuna de Martín para cogerle en brazos.

-No lo sé, no se duermen -se desespera Lorena intentando acunar a Lucas.

Misión imposible.

Tumbo a Martín sobre mi pecho y empiezo a dejar alguna que otra caricia en su espalda para relajarle. Normalmente es así como consigo dormirle, pero hoy se me está resistiendo.

-Voy a darles un paseo -decido momentos después.

Sin dejar que conteste, voy a nuestra habitación y tumbo a Martín en el colchón para ponerme unos pantalones largos de chándal, una sudadera ancha y unas chanclas. Después, bajo las escaleras y le tumbo en el carro sin que deje de llorar.

-Toma -dice Lorena bajando con Lucas en brazos.

Después de echarle en la otra silla del carro, salgo de casa. Camino de un lado a otro en nuestra calle durante más de veinte minutos y no consigo que dejen de llorar.

-¿Qué queréis, enanos? -suspiro cogiéndoles en brazos y sentándome en un banco-. Son las cuatro de la mañana y estamos en mitad de la calle mientras lloráis. No podéis tener hambre, los pañales están limpios y papá está con vosotros, así que... ¿qué os pasa?

Me quedo ahí sentado unos minutos, hasta que me doy cuenta de que estamos justo frente a la puerta de mi cuñado y río mirando a mis hijos.

-Será mejor que volvamos a casa a averiguarlo antes de que el tío nos mate -río tumbándoles de nuevo en el carro.

Les abrocho y les echo una manta por encima antes de retomar la marcha. Pasa poco tiempo hasta que me empieza a entrar sueño y decido empezar a tararear para tener algo en lo que concentrarme.

Al hacerlo, noto cómo los mellizos se callan, provocando que deje de andar sorprendido. Dejo de cantar unos segundos y vuelven a echarse a llorar, hasta que retomo el soniquete y consigo que se vuelvan a tranquilizar.

-Genial -sonrío mirándoles-. Tengo unos hijos gemeliers.

Sonrío para mí mismo y continúo cantando hasta que llegamos a casa. Esto es increíble.

-¿Todavía? -se preocupa Lorena cuando nos ve aparecer por la puerta y los niños lloran.

-Ya sé lo que hay que hacer para que se tranquilicen -sonrío cogiéndoles en brazos y subiendo las escaleras.

Bajo su atenta mirada, tumbo a cada uno en su cuna y subo al ático a por un reproductor de música. Después, lo enchufo en su habitación junto al cambiador y miro a Lorena con una mueca divertida.

-¿Qué se supone que estás haciendo? -suspira apoyada en el marco de la puerta.

-Quieren demasiado a su padre -le explico poniendo el último disco que hemos sacado mi hermano y yo.

Nada más escuchar nuestras voces se callan, haciendo que suelte un suspiro de alivio y Lorena observe la escena sorprendida. Sonrío mirando a mis hijos y apago las luces después de comprobar que se han quedado tranquilos, tocándose la oreja y a punto de dormirse con el chupete en la boca.

-Eso es amor a su padre y a la buena música -susurro saliendo de su habitación y caminando hacia la nuestra-. Qué orgullo de hijos.

Escucho cómo ahoga una carcajada y nos acostamos en la cama.

-Te quiero mucho, Dani -sonríe cuando nos tumbamos y la abrazo-. Eres el mejor.

Siempre Tú II [RESUBIDA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora