Capítulo 30

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En la cama se encontraba el vestido negro que se podrían para la ocasión, aunque ella no quería estar de luto, su madre se lo había pedido, y después de todo lo ocurrido, lo que pidiera su madre, eran órdenes para ella. Su padre no había soportado la operación, y había muerto en plena operación, los siguientes meses fueron terribles para su madre, y gracias a Eduardo quien había sido como su ángel de la guarda, había logrado mantener a su mama al mismo tiempo que estudiaba. Fernando le había dejado una sustanciosa cantidad al finiquitar el contrato, pero ella no quería ni un solo centavo de él. No era que le guardara resentimiento, aunque al principio si le echo la culpa de lo de su padre, después de un par de meses se dio cuenta, que en todo caso, ella tenía más culpa que él. Aun así, ella no quería saber nada de él, ni de Santiago, finalmente estaba a punto de conseguir su divorcio, aunque Santiago había puesto miles de trabas, finalmente gracias de nuevo a Eduardo, Lucero estaría libre a más tardar en ocho meses.

 

En la sala estaban ya esperándolas Daniel, Samira y Elisa; desde lo sucedido poco a poco se habían hecho inseparables. Y de vez en cuando se llevaban a su madre con ellas, eso Lucero lo agradecía considerablemente, ya que entre el trabajo y el estudio muchas veces no tenía tiempo de estar con ella. Los ratos libres los pasaba con ella, de vez en cuando le aceptaba un café a Eduardo con la única condición de que la familia Colunga jamás fuera un tema en sus pláticas tan amenas que con frecuencia tenían.

 

Lo poco que sabía de Santiago es que definitivamente se había alejado de su madre, los primeros dos años se la paso intentando de convencer a todos que Fernando había inventado todo para desprestigiarlo hasta que un día Elisa se puso fuerte y le dijo que no quería que volviera a hablar sobre el tema o ella misma se encargaría de que se quedara en la cárcel por 20 años o los que fueran necesarios. Desde ese momento dejo de molestarla. Con ella era un historia diferente, por lo menos una vez a la semana la esperaba en el estacionamiento de la escuela para ‘hablar de lo sucedido’ y por más que ella le decía que no quería saber nada de él, el terminaba enojado y amenazándola con hacerle algo a ella o a su madre si no regresaba con él. Eduardo, le había ayudado a levantar una demanda en contra de él, y una orden de restricción lo que la hizo estar un poco más segura.

 

Alguna vez había intentado golpearla, pero por fortuna alguien la había defendido, no había alcanzado a ver quién, pero lo importante es que con un solo golpe lo había dejado noqueado. Después de eso, el jamás volvió a golpearla, pero sus insistencias a veces eran tan dolorosas como los golpes, le hacían recordar a Fernando. De Fernando había escuchado que se había ido a otra ciudad, primero porque tenía que cerrar unos negocios, después que había encontrado una mujer y que finalmente se casaría. Cuando recibió esa noticia, no le dio importancia, Fernando era cosa de su pasado, no tenía por qué importarle si se casaba o no, aunque había sido especial en su momento, después se dio cuenta que no había podido ser realmente amor, eso ya estaba muerto y enterrado. Lo había hecho el mismo día que había enterrado a su padre.

 

Termino de arreglarse y salió a la sala, aunque era el aniversario de la muerte de su padre, su madre estaba de buen humor, aunque algo nostálgica, pero cuando tenía visitas, le daba un momento en que ocuparse.

 

-          Ya estoy lista, perdón que me tardara pero anoche llegue tarde y no me quería levantar.

 

-          Oye ¿te acuerdas del profesor de matemáticas de Dany? – Samira le pregunto a Lucero.

El precio de tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora