Como siempre la mañana con su frio infernal hacia que nadie quisiera saltar de la cama, a menos que llevara a cuestas las cobijas o cobertores que aun guardaban el calor de la cama. Aunque habían dormido, no todos habían descansado, unos por frio, unos por ansias de saber que les deparaba las próximas horas y otros por saber si lo que hacían era lo correcto o no. Para las nueve de la mañana ya todos estaban de pie, haciendo diferentes cosas, las mujeres haciendo el desayuno, Lucero se encargaba de la mesa, Ricardo estaba dirigiendo a Santiago a que prendiera la chimenea.
Lucero no pudo evitar pensar que estaría haciendo Fernando, era el único que faltaba en la casa, y de pronto se dio cuenta que de alguna manera u otra, él siempre era aislado, siempre su madre y su hermano, terminaban haciéndolo a un lado, y de pronto se sintió culpable, porque ella de alguna manera también lo había hecho. Como cuando le había salido de corazón ayudar en la casa de sus padres, ella en vez de agradecérselo, había sido una tonta y lo había tomado de una forma errónea. Sintió como se le apachurraba el corazón, Fernando era tanto o más víctima de las circunstancias de lo que ella lo era.
Lucero no había podido realmente descansar, no quería quedarse dormida, quería ser la primera en levantarse. Temía que mientras todos dormían a Fernando se le ocurriera venir por su auto y entonces ella iba a perder la oportunidad de hablar con él. Anoche había recordado cuando habían estado juntos, y simplemente no podía evitar las ganas de volver a repetir cada instante cada momento que había pasado entre ellos. Ya no sabía que era lo que sentía por Santiago y empezaba a dudar si estaba o no enamorada de Fernando, de lo que si estaba segura era de que necesitaba sentir un abrazo de él, necesitaba un beso, una caricia, que le susurrara al oído. Algo que la hiciera sentir como solo él la hacía sentir, es que, parecía tan tonto, pero lo empezaba a extrañar.
Lucero termino de poner la mesa, Ricardo se acercó a su hija le dio un pequeño abrazo y le dio un beso en la frente,
- Te hace falta un lugar más en la mesa.
- ¿Cómo? – en cuanto dijo eso, tocaron a la puerta, como una niña salió corriendo rumbo a la puerta gritando – yo abro! – estaba sonriendo por primera vez en un poco más de veinticuatro horas y todo era gracias a que él estaba frente a ella.
- Buenos días, - su mirada al igual que todo su rostro era seriedad, como la primera vez que lo había visto, esa cara de ogro que empezaba a encontrar algo encantadora – ¿puedo pasar? – ella le respondió con una sonrisa, aunque algo mas tímida, su seriedad había apagado parte de esa alegría que había sentido al verlo.
- Claro que si pasa. – de pronto se sintió nerviosa, como toda una quinceañera que recibe la visita por primera vez del chico que le gusta en casa de sus padres, se moría por abrazarlo y besarlo y tenía que fingir que todo estaba tan normal como cualquier otra persona que estaba ahí en esa habitación.
- Gracias. – sus miradas se encontraron y por primera vez ella sintió realmente como el sentia una alegría al verla.
- Pasa muchacho, siéntate que ya está listo el desayuno. – Lucero volteo a ver a su padre, era extraño que estuviera siendo tan educado con Fernando, cuando hacia menos de un día lo había cacheteado y lo había corrido de ese mismo lugar.