En realidad ninguno de los dos querían ir al bar, estaban deseando quedarse los dos encerrados en ese cuarto de motel, ella ahora estaba en el baño, Fernando estaba tratando de poner atención a la programación pero aunque había carreras de motos su deporte favorito, no podía concentrarse porque su mente estaba dentro de ese baño, junto con ella. Lucero trataba de no pensar en que él estaba ahí en la habitación, mucho menos en aquella noche que había estado juntos, se obligó a pensar en Santiago, en cuando le había dado su anillo de compromiso, pero lo miraba tan distante, y simplemente no servía de nada, su mente hacia esos recuerdos rápidamente a un lado y regresaban siempre a donde mismo, a Fernando.
Fernando escucho como las llaves del agua se cerraban, era totalmente consciente del mas mínimo ruido proveniente de ese cuarto. Su mirada estaba hacia el televisor aunque realmente no tenía ni idea de lo que pasaban, podía sentir su corazón acelerado y trato de respirar profundamente, tenía que controlarse, sobre todo en el momento en que ella saliera del baño. Fernando no aguanto más la tentación, era demasiado, había llegado a su límite, y se justificó a si mismo diciendo que habían hecho un trato en el que ella seria de él, por un ano, ella había firmado de común acuerdo, así es que solo estaba tomando lo que le pertenecía.
Lucero estaba tan solo envuelta en una de las toallas, poniéndose crema, cuando vio como la puerta del baño se abría lentamente, su respiración se cortó y su corazón empezó a acelerarse. Fernando estaba parado debajo del marco de la puerta, su mirada era la misma que aquella noche en la que lo habían hecho. Ella tan solo pudo mirarlo dar los dos pasos que acortaban las distancias entre ellos, Fernando estaba parado frente a ella, no había palabra entre ellos, sus respiraciones eran densas, él puso una mano detrás de la cabeza de ella y la acerco a él, ella estaba como en un trance solo miraba como se iba a acercando a él y cerro sus ojos cuando vio que el tomaría sus labios y los aprisionaría con los de él.
Fernando besó a Lucero con tanta pasión que la succión en los labios de ella era una mezcla de dolor y dulzura que la hacían desear más. Fernando empezó a romper el beso llevándose el labio inferior de Lucero entre sus dientes, con la suficiente fuerza como para dejarle los labios marcados. Lucero abrió los ojos y se encontró con la mirada de él, llena de deseo, de pasión, un fuego especial brillaba en su mirada que hizo que su piel se erizara. Ella tenía un mano fuertemente agarrada a su toalla, al principio la había tomado para que esta no se le cayera, pero ahora era simplemente porque necesitaba sentir que estaba agarrada de algo porque sus piernas estaban debilitándose más y más.
Esa mirada de perversidad, de ángel oscuro de nuevo aparecía en Fernando, y se dirigió hacia la mano que sostenía su toalla, ella sabía muy bien lo que sucedería, y también sabía que no solo no tenía fuerza de voluntad de detenerlo sino que en realidad no quería detenerlo. Fernando quito la mano de ella suavemente, con una mínima fuerza, la mirada de los dos estaba fija en el otro, al quitar la mano, la toalla cayó al suelo, y al mismo tiempo que caía la respiración de los dos se aceleraba.
Fernando la veía totalmente hipnotizado, su respiración acelerada hacia que sus pechos subieran y bajaran de una forma que lo invitaban a saciarse en ellos. Fernando la pego a su cuerpo y la beso tiernamente, lentamente, saboreando sus labios, sintiendo la textura de ellos, la humedad, el calor. Se separó solo un poco de ella, la tomo de la mano para llevarla a la habitación. Ella no oponía resistencia alguna, tan solo se dejaba llevar por lo que él quisiera hacer con ella. Fernando se sentó en la orilla de la cama, y la acerco a él, ella estaba de pie frente a él, le empezó a besar su vientre lentamente, su cuerpo aún estaba húmedo, aun había gotas de agua por sobre su piel y Fernando las bebía como si estuviera sediento. Las manos de Lucero estaban sobre la cabeza de Fernando, para sostenerse, porque sentía que sus piernas eran tan firmes como las de una muñeca de trapo, sentir la boca de él paseando por su vientre era algo que jamás había imaginado se pudiera sentir tan bien. Fernando bajaba por su vientre hasta su pelvis haciendo un camino de besos húmedos, a veces pasaba su lengua y ella sentía que su piel estaba hirviendo, el bajaba hasta su monte venus donde la besaba dolorosamente lento, exquisitamente excitante, hacía que su corazón se acelerara de estar expectante de su próximo lugar de exploración. Las manos de Fernando estaban sobre sus caderas, pero nunca estaban quietas, siempre subían y bajaban, pasaban por sus caderas bajas, por sus glúteos, la presionaban contra él y después la acariciaban tan suave que la hacían casi sentir que el piso desaparecía debajo de ella.