La tarde era lluviosa, el viento parecía querer arrancar los arboles con la misma fuerza con la que Lucero quería que las cosas fueran diferentes. Hacia dos semanas las cosas en su vida habían cambiado drásticamente, y esta noche seria el punto de no regreso. Tendría que decirle a Santiago que lo de ellos había acabado, eso era parte del contrato que había firmado con Fernando Colunga y sin embargo sentía que no podía hacerlo, lo amaba tanto, que sentía morirse tan solo de imaginar que le tenía que decir que prefería a su hermano antes que a él.
Fernando había sido muy específico, tenía que asegurarse de quebrarle el corazón a Santiago, tendría que parecer lo más fría con él y lo más amorosa posible con Fernando. Se miró detenidamente al espejo, Fernando le había mandado un set completo para esta noche, había pensado en absolutamente todo. El vestido, maquillaje, joyas, perfume, Lucero sintió asco, Fernando era el ser másdespreciable, no podía entender cómo es que un ser podría tener tanta maldad dentro de él.
De pronto deseo estar en casa con sus padres, un día antes había pensado en irse de la ciudad, dejar todo ese nuevo infierno y regresar a los brazos de su madre, pero ya no era posible, ya había firmado el contrato, era un maldito contrato que la ataba a un ser infame por un año y que la apartaba de Santiago. En cuanto había firmado Fernando le había hecho una pregunta que la hizo pensar en algo que no se había cuestionado antes,
- ¿Que pensara de ti Santiago cuando se entere de lo que has hecho? ¿te lo va a agradecer? ¿o te despreciara?
Iba a ser algo que esta noche iba a averiguar, le daba miedo, pero era algo que ya no podía cambiar. Lo único cierto era que Santiago no iría a la cárcel, ella lo había logrado, a cambio de un año de estar al lado del hermano de Santiago. Realmente no lo conocía, solo lo poco que llegaba a hablar de él Santiago que era muy poco, pero con eso poco le había quedado claro que era un ser despreciable aunando lo poco que le había tocado conocer de él ya de primera mano.
Le había dicho que mandaría por ella a las ocho de la noche, y eran las siete cuarenta y cinco. Ni siquiera era digna de que él fuera por ella, de seguro iba a mandar a uno de sus guardaespaldas, nunca andaba solo, claro hombres como el no podían darse el lujo de andar solos por la calle, tarde o temprano alguien tenía que hacerlos pagar tanto mal que hacían. Recordó parte del contrato, por lo menos tacaño no era, aunque ella no lo había pedido había una clausula donde decía que si él estaba conforme con su desempeño como su mujer al final del año obtendría un sustantivo bono. A él tal vez le había parecido una buena idea, pero para ella había sido mas denigrante, cada obsequio de él, la hacían sentirse una prostituta, costosa, pero una prostituta al fin y al cabo.
Cuando menos pensó, escucho el toquido a la puerta anunciando que el guardaespaldas de Fernando Colunga esperaba por ella. Tomo el pequeño bolso de mano y abrió la puerta para encontrar a un tipo fortachón, bastante alto parado en la puerta, más que persona parecía un muro.
- El señor Colunga me menciono que tal vez traería pertenencias personales consigo.