Salí de ahí y seguí hasta el final del pasillo, habían tres puertas entre abiertas, sólo una tenía luz. No había ruidos, todo estaba en silencio, un silencio escalofriante.Crucé mi mano mala bajo la izquierda, con la que sujetaba el arma, garantizándome una mejor puntería en caso de que tuviera que disparar. Me adentré en la habitación de la derecha, todo estaba oscuro, habían muchas cajas, parecían estuches de armas. Todos estaban cerrados a excepción de uno, un estuche para un, según la forma, lanzallamas.
Salí de la habitación y fui a la siguiente, al final se podía ver un destello azul, intermitente. Con un par de pasos logré obtener una mejor visión del objeto.
El Dēceptōris.
Tenía una abolladura, era más como un fragmento arrancado. Estaba dentro de un cubo de cristal, golpeé el vidrio dos veces con el arma, pero no le hice ni un rasguño. Dejo el arma a un lado y cargo el cristal, lo coloco en el suelo y con mi pie lo golpeo en la parte superior, haciendo que se quiebre. Meto las manos y saco el Dēceptōris, tomé una caja pequeña y lo guardé dentro por seguridad. Busco el arma, pero no la consigo, remuevo algunas cosas y nada.
Seguro se cayó.
Salgo y me asomo en la ultima habitación. Todo parece estar en orden, vuelvo al pasillo y siento un fuerte empujón en mi cadera, seguidamente mi espalda choca contra la pared y la caja con el Dēceptōris cae.
La vista se me aclara y mis ojos enfocan los de él. Disimuladamente muevo mi mano hacia el bolsillo donde se encuentra el ultimo cuchillo balístico.
—Después de grandes aún no estamos de acuerdo— comenta con cierta gracia, revuelve su cabello hacia atrás y mantiene una estúpida sonrisa.
Munch era castaño, ojos claros, mucho más alto que yo y cuerpo cernido, también tenía pinta de boxeador. Podía lucir encantador de lejos, pero en esta situación era totalmente escalofriante.
—No creo haberte visto antes— digo, despegando mi cuerpo de la pared, ríe levemente y empieza a caminar hacia mi izquierda.
Por ende yo me muevo en dirección contraria.
—¿Segura Brooklyn?— pregunta y la piel se me eriza al escuchar mi nombre completo—. ¿No recuerdas al pequeño Jay?
Mi corazón se detuvo unos segundos, o así lo sentí, la Tierra había dejado de dar vueltas. Algo dentro de mi se rompió. Había pasado mucho desde la última vez que escuché ese nombre y aún lo recordaba con precisión.
—No sé quién eres, no te conozco, jamás te había visto antes. No sé de dónde has sacado eso, pero será mejor que lo dejes— advierto, sacando el cuchillo, da un paso largo y me sujeta de la muñeca, acercándome a él.
—Soy yo Brooklyn, sé que me recuerdas y puedes reconocerme— insiste, obligándome a verlo a los ojos—. Jay, tu hermano mayor.
—¡No!— grito, zafándome de su agarre. Retrocedo un par de pasos mientras las mejillas se me llenaban de lágrimas—. ¡Jay murió hace 16 años!
—Eso es lo que papá y Caroline te dijeron— corrige, dando un paso hacia adelante.
—No puede ser..
Lo miro desconcertada. Él sabía que Caroline no era mi madre, sabía mi nombre y sobre mi familia.
—¿Recuerdas el accidente con el caballo?— pregunta y asiento, por lo que recuerdo bien el accidente.
Se saca el suéter gira dándome la espalda, llevo una mano a mi boca por la sorpresa. Elevo mi mano hasta la cicatriz y la acaricio con la llama de mis dedos. La piel era irregular y áspera.
Cuando éramos pequeños un amigo de papá tenía una finca y solía llevarnos los domingos. Un día Jay y yo buscamos un caballo, nos antojamos de uno blanco que no estaba domesticado, claro que no lo sabíamos. Cuando nos acercamos el animal reaccionó mal, intentó patearme, pero Jay logró llegar a mi a tiempo, recibiendo él el golpe. Duró dos mes hospitalizado, a causa del golpe. Murió tres meses después de salir.
—¿Cómo es que..?
—Me mandaron a vivir con nuestros abuelos en Melbourne, siempre fui un problema para la familia y mala influencia para ti, la genio de papá y mamá— me interrumpe, colocándose la camisa de nuevo, se gira hacia mi y no puedo evitar abrazarlo.
16 años en los que fingí que Jay nunca existió, cuando me tocaba hablar de mi pasado siempre lo omitía. Caroline y mi papá decían que era lo mejor.
—No tenemos porqué pelear, ven conmigo, S.H.I.E.L.D te aceptará— suelto al alejarme, sus ojos claros enfocaron los míos y negó con la cabeza.
Ubico la caja con el Dēceptōris y preparo el cuchillo en caso de que sea necesario.
—Tú puedes irte, pero me llevaré el Dēceptōris.
—Lo siento, Jay— susurro, con un rápido movimiento lo empujo a la pared y le lanzo el cuchillo a la manga del suéter.
Tomo la caja del suelo y empiezo a correr por donde vine.
—¡Me las vas a pagar Brooke!— grita Jay a mis espaldas, me obligo a no mirar atrás y me concentro en salir.
Siento un leve retardo en mi brazo, seguidamente caigo al suelo de espaldas, miro mi brazo que ahora tenía una navaja incrustada.
Maldición, otra vez.
Saco la navaja e intento levantarme, pero siento un peso sobre mi.
—Nos encontramos otra vez— comenta con sonrisa cínica, me sacudo un poco y logro lanzarle una patada al estómago, quitándomela de encima.
Me levanto y le lanzo la navaja, enterrándola en su pecho. El cuerpo de Ximena se va hacia atrás por acto de la gravedad, recojo la caja.
Por el rabillo del ojo veo que Jay venía hacia mi, por lo que empecé a correr. Estaba indefensa ante él, no solo por estar desarmada, sino que no sería capaz de tocarlo para hacerle daño.
Me muevo con agilidad por los pasillos igual que Jay, escuchaba sus pasos y una que otra vez lo miraba por sobre mi hombro.
Realmente era él, mi hermano mayor, el que siempre cuidaba de mi, con el que compartía el color de ojos, de cabello y rasgos faciales; ahora intentaba asesinarme.
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They're Gonna Need More Than a 2nd Chance (ECAYT#2) ©
Fiksi Penggemar¿Existe tanta maldad en un ser para ser capaz de jugar con la mente de otra persona? En las renovadas instalaciones de S.H.I.E.L.D, el súper soldado Steve Rogers, se ve arrastrado en una tortuosa situación gracias a la inconsciencia de Brooke. Las...