Capítulo 40

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A la mañana siguiente, me levanta el grito de Darren

—¡Maldito perro del infierno! Acaba de ponerme sus bolas en mi cara.

Otto está sentado en la puerta de la habitación luciendo todo inocente.

—Aún no tiene sus bolitas bien formadas, no seas exagerado.

—¿Qué no sea exagerado? —brama, completamente indignado—. Mataré a ese animal.

—Ven cariño, ven con mami —digo. Otto corre hasta mi cama y se recuesta en mis brazos.

—Ah no, no dejaré que te acurruques con él.

—Solo están celosos. Deben amarse... por mí —Hago pucheros.

—No estoy celoso de un perro

—Sí lo estás.

—No.

—Sí, pues es Otto quien se come las donas.

—Lo sabía. Sabía que se las estabas dando a él. ¡Es un perro! —gruñe. Rio, me encanta sacarlo de sus casillas.

—Es mi bebé. —Me encojo de hombros.

—Arrrgg es un jodido perro.

-No le digas así, hieres sus sentimientos. —Como si entendiera, Otto deja escapar un chillido conmovedor—. Ves —Trato de permanecer seria, pero el rostro de Darren no me lo permite.

—Esto es increíble —murmura, de camino al baño. Me recuesto en la cama mientras mi querido Otto me besa y yo me rio.

Después de prepararnos, le pido a Darren que me lleve al hospital para ver a Daisy. No será fácil teniendo en cuenta que sus padres me odian.

La sala de urgencias del hospital está muy concurrida, un matrimonio no salió bien y varios de sus invitados necesitan algunas puntadas.

En recepción preguntamos por Daisy, está en una de las habitaciones del tercer piso. Gracias a los cielos, los padres de Daisy no se encuentran cerca. Al llegar a su habitación decido ir primero, no quiero alterarla viéndonos entrar a Darren y a mí juntos.

Se encuentra recostada en la cama, sus manos tocan su vientre, su cabeza esta baja y sus hombros se mueven... está llorando.

—¿Daisy? —Su cabeza se levanta. Sus ojos están rojos, tiene sombras debajo de ellos y piel pálida.

—Celeste. —Su voz es un susurro bajo

—Hola, yo... —Dudo.

¿Qué debo decir? "lamento golpearte y asesinar a tu bebé"

Me quedo ahí de pie como idiota, observando a la chica que, hasta hace unos días, consideraba mi enemiga y ahora es una persona rota, triste y vacía.

—Gracias —vuelve a susurrar. Me sorprendo ¿gracias?—. Por estar conmigo ahí. Yo... lamento mucho lo que hice, si no hubiera ido, si no hubiera saltado sobre ti, tal vez mi bebé aun estaría vivo —solloza—. Yo lo maté... maté a mi bebé.

—No —Me acerco un poco más—. No es tu culpa, yo debí estar pendiente, debí frenar, debí dejarte en paz, no enfrentarte.

—Pero fui yo quien se abalanzó a tu auto cuando decidiste terminar, soy yo Celeste. Se supone que debía cuidarlo y ¡Mira! mira lo que le hice.

—La culpa no nos llevará a ningún lado...

—Quería tanto a este bebé, y sin embargo lo usé —dice, interrumpiéndome. Entierra su cabeza en sus manos y llora—. Lo usé como si fuera un objeto y ahora ya no está —Levanta sus ojos atormentados, arrepentidos y llorosos hacia mí—. Lo lamento tanto. Quisiera devolver el tiempo y no ir a su casa, no decir eso en el gimnasio... —Llora—. Si tan sólo lo tuviera otra vez.

Tu Plato De Segunda MesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora