Capítulo 18

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Ya había terminado los deberes de la escuela. No sé si los habré hecho bien, sólo pensaba en las miles de historias que a mi cerebro se le ocurrían, el por qué no quieren que me una a la plática de mi tío, Haesen y Julian.

Miré el reloj y casi eran las diez de la noche ¿Será bueno bajar ahora? No tenía el valor suficiente para bajar y plantarme ahí en media conversación.
Tiré de mi cabello y solté un bufido frustrado. Esto era más importante de lo que pensaba, yo no tenía la madurez suficiente.

Escuché el motor de la motocicleta de Julian, y después el sonido lejano de que se había marchado.
-Es momento de bajar cobarde- Me dije a mí misma.
Tomé una bolsita de con dulces de la canasta y la guardé en la bolsa de mi uniforme.
Bajé escalón por escalón tratando de escuchar algo, pero nada.

Toqué la puerta del estudio de mi tío; nadie respondió y abrí la puerta un poco para poder ver a través de ella; Desearía no haberla abierto, lo que vi me rompió el corazón.

Mi tío estaba sirviendo otro vaso de licor con hielo, se le notaba triste, cansado y preocupado, tenía la cabeza hacia abajo, sus ojos azules perdidos en el suelo de madera recién pulida; no había notado mi presencia, estaba sumido en su infierno mental. Resopló y alzó la nariz al techo, nunca lo había visto de esa manera, pensaba en algo, lo analizaba con la cara alzada, dejó resbalar una lágrima por el rabillo del ojo derecho. Cuando incorporó su cabeza, dio un gran trago a su licor y carraspeó.
Un suspiro de aliento y fuerza salió de su garganta. Cerré la puerta muy lento para que no la escuchara.

Sentí pésimo verlo de esa manera, tan agobiado, tan... Triste.

Caminé al jardín trasero, quería despejarme. Salí y sentí el aire suave y frío chocar en mis mejillas. Vi a Haesen sentado en el pasto a la mitad del jardín. Tenía un halo de luz azul en la cara, a este chico le sentaba de maravilla la luz de la luna en pleno octubre. Me acerqué y me senté junto a él, estaba en su teléfono celular haciendo algo.

-Me gustaría saber...¿Quién degradó a las cartas escritas a mano por este cuadrito? -Haesen también se notaba cansado.

Sonreí. Haesen podía ser muy anticuado, y eso, me encantaba.

-¿Nuevo teléfono? -Pregunté.

-No, lo tengo desde hace unos meses -Lo guardó en su pantalón.

No sabía que más decirle, no quería tocar el tema de su plática en el despacho de mi tío.
Recordé algo.

-¿Sabes? -Llamé la atención de Haesen -Me dejaste pensando...

-¿En mí? -Sonrió de lado.

-No empieces -Lo miré mal.

-De acuerdo... -Soltó su típica risita. -¿En qué pensabas?

-En que tienes razón -Alzó una de sus finas y negras cejas -Los dulces hechos en fábrica son horribles. Entonces... Yo preparé mis propios dulces -Saqué la bolsita con los bizcochos y se los entregué.

A Haesen le brillaron los ojos, su sonrisa mostró sus dientes y pude ver en su rostro la sonrisa infantil que se le marcaba al ver los dulces.
Un punto para mí, al menos logré relajarlo y hacerlo sonreír un poco.

-¿De verdad tú los preparaste? -Asentí - ¿Para mí? -Sonrió más ampliamente.

-No exactamente -Dudé un poco -Pero te puedo decir que quiero que los pruebes.

Me miró sonriente y sacó un dulce, lo olió y se lo metió a la boca. Masticaba lento, lo estaba saboreando. La azúcar glass estaba en la comisura de sus labios. Terminó de comerlo y me miró sin expresión.

Eternos: Juego De SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora