John

483 37 4
                                    

Acababa de salir del colegio. Me había ido como siempre, aprendiendo cosas nuevas y divertidas. Gracias a eso escribía mejor y conocía más palabras. Llegué a casa y hablé con mis padres. Mi hermana no estaba en el salón. Se había ido a su cuarto, supongo. Comí un buen plato de carne con un buen vaso de agua. Mi madre, llamada Rosie, decía que era importante beber agua y comer bien después estudiar. Terminé y me dirigí al cuarto de Ia. Abrí la puerta y la encontré sentada en su cama leyendo un libro.
—¡Hola, hermanita! —le saludé.
Ella levantó la cabeza de su lectura y me sonrío. Su sonrisa era encantadora y me hacía tan feliz verle.
—¿Cómo estás, John? ¿Cómo te ha ido en clase?
—Bien, he aprendido muchas cosas.
—Eso está muy bien. Estoy revisando el libro que tanto te gusta, le he cambiado cosas. ¿Quieres que te la lea? —me preguntó haciéndome un hueco a su lado.
Ella leía más rápido y mejor que yo, ya que era más mayor y era escritora.
Acepté y me senté junto con ella. Busca la primera página y comienza.
—Érase una vez, en un universo donde nadie existía, vivían dos dioses. Ellos veían que todo estaba triste y vacío, y decidieron usar su poder para crear. Uno de ellos creó un lugar que no tenía vegetación y era todo rocoso y caluroso. También hizo unas criaturas que se parecían a él, y los llamó demonios. Satisfecho con su obra, sugirió al otro dios que hiciera lo mismo. Y lo hizo. Creó un lugar donde el suelo eran nubes y era todo blanco y hermoso. Creó a unos seres con parecido suyo y le incluyó unas bellas alas blancas, y les puso de nombre ángeles. A él le gustó su creación y decidieron unir los dos lugares como uno solo. Las criaturas se llevaban bien, y la paz y la armonía reinaban.
»Pero, uno de ellos no estuvo contento con su obra y decidió crear en siete días un nuevo lugar, que era abundante en vegetación y en criaturas, y lo llamó paraíso. Junto a éste, creó a unos seres creados a igual semejanza, por humanos tomó su nombre. Convivió con ellos a escondidas del otro todopoderoso. Les enseño muchas cosas y les cogió mucho cariño.
»Por desgracia, uno de ellos escapó y se fue al infierno. Le encontraron los habitantes y lo ejecutaron. El otro dios, al descubrirlo, le declaró a él y a los suyos una guerra, siendo la primera guerra de la creación. El dios de los humanos decidió expulsarlos a la Tierra para protegerlos de Satanás, el otro dios. Este dios, llamado Creador, se enfrentó s él y le venció. Pero el cielo e infierno se separó...".
—Hermanita —interrumpí—. ¿De verdad pasó eso?
—No, John. Solo son cuentos, no existen.
Me quedé callado para que siguiera contándome esa historia.
—"Los ángeles evolucionaron y vivieron de una manera distinta que los demonios. Aprendieron la magia blanca y a ser grandes luchadores y expertos en medicinas. En cambio, los diablos aprendieron magia negra, un modo de batalla muy bruta y la construcción de edificios.
»Después de muchos años, Satanás atacó al otro dios de manera astuta, y, así, empezó la segunda guerra de la creación. Esta vez, en el cielo e infiernos se hizo una gran grieta que llevaba a la Tierra y cayeron un montón de ellos. Los demonios derrotaron a los ángeles y algunos de ellos que lograron vivir fueron obligados a unirse a los demonios. Otros cayeron a la Tierra y murieron. Pero... En un problema, siempre hay una solución. Uno de los ángeles que cayeron sobrevivió. Era diferente, oscuro y con sed de venganza. Luchó contra el dios de los infiernos y le ganó. A pesar de tener un corazón vacío, lleno de odio y dolor, tenía una llama de luz en su interior. Mucho después, se convirtió en la reina de la Tierra y de los infiernos... —cerró el libro después de leer la última página.
Hice una exclamación de sorpresa y la miré esperando más.
—¿Ya no hay más? —pregunté con ansias.
—No, tengo que terminarlo. ¿Te ha gustado? —suelta una risita sin dejar de sonreír.
Asentí. Me sentía muy afortunado teniendo una hermana como Ia. Ella es... tan alegre, simpática y me daba el cariño que necesitaba. La admiraba, le quería.
Ella tenía unos veinte años, de pelo castaño claro, piel clarita, ojos marrones, delgada y una sonrisa que reflejaba felicidad. Ella decía que no necesitaba a ningún hombre ni contraer matrimonio para ser feliz, porque ya lo era.
Me abrazó y acarició. Sus suaves dedos se deslizan por mi castaño y rizado pelo. Al rato, acabé durmiéndome entre sus brazos. 

Dirty Angel©(#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora