Capítulo XXXI

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Marcos

Lentamente comencé a intentar abrir los párpados, me dolían además de sentirse pesados, pero sin importarme seguí intentándolo, hasta que de poco en poco los abrí, un gran resplandor daño mi retina, obligándome a cerrarlos nuevamente, abriendo y cerrando, hasta acostumbrarme a la molesta luz, hasta poder divisar la espaciosa y clara habitación, un lugar de paredes, puerta, ventana y camilla blancas, empecé a hiperventilar, el color blanco del complejo me traía un sin fin de recuerdos, todos los recuerdos referentes a Lorena trastocaban mi mente de uno en uno, hasta volverse inestables y aparecerse por completos; "la primera vez que la vi, la primera vez que me sonrió, el cómo comencé a tratarla y ella respondía a mí", todo venía a mi mente en una ráfaga de segundo, ¡más!, ¡más rápida se tornaba mi respiración!, agitada, brusca, ahogada, sentía como mi aliento se iba desvaneciendo, lentamente sentía como todo se volvía a tornar blanco, mis ojos tenían la vista nublada y me cuerpo iba decayendo, hasta que la puerta se abrió de golpe y un hombre de mediana edad, casi anciano ingresa a la habitación golpeando la puerta y avanzando rápidamente hacia mí, poniéndome un aparato blancuzco en la boca mediante una boquilla, un inhalador. Después de inhalar el gas respiro por fin aliviado, recuperando la visión, noto que el hombre frente mío no es nada más y nada menos que mi fiel mayordomo; sonrío y él me mira preocupado, casi llorando, junto a unas muecas de un profundo y temible dolor.

-Ya me encuentro mejor Claus, no necesitas preocuparte.

-Pero señor...usted aquí, en una camilla cubierto de heridas, vendas y un sin fin de aparatos conectados a su cuerpo, ¿cómo quiere que no me preocupe por usted?, si para mí usted es como mi propio hijo.-Le miré a los ojos mieles que tenían ya una edad notable, pero que aún así mantenían el brillo que alguna vez tuvo en su juventud.

-Gracias, de verdad muchas gracias, me alegra que pienses de esa manera, tú...tú me quieres más que mi propio padre, ojalá hubieses sido tú mi verdadero padre Claus.-dije a la vez que mi mirada se aislaba completamente de la de mi viejo mayordomo.

-Joven señor, no diga eso, su padre debe tener ciertas razones para comportarse de la manera en la que actúa, téngale paciencia señor, y ya verá como se arregla todo, además tome en cuenta que usted es su único hijo, y por tanto espera lo mejor para usted, y como su sangre también espera que herede la fortuna familiar.

-Si, ¿pero de verdad es necesario que siempre se comporte tan frío?-Claus me miró desconcertado-. Bueno, ya no importa eso.- Y es ahí cuando caigo en la situación, yo estoy vendado, moreteado y con una serie de cortes algo profundos, aunque no tanto para contar como algo grave; el recuerdo más reciente vuelve rápido a mi mente. "Emma y yo estábamos en el auto, ella lloraba inconsolable, al verla así el corazón se me acongojó, y es cuando un golpe fuerte nos bloqueó en el auto".-Vuelvo a mirar a Claus, el cual no deja de sostener mi cuerpo para evitar caer.-¡¿Emma?!, ¡¿dónde está Emma?!.-me paro bruscamente de la camilla, llevando conmigo los cables conectados en mis brazos, los cuales, rápidamente se salieron gracias a mi mañoso arranque.

-¡Señor!, no se levante de esa manera, usted sigue débil-dice Claus mientras me sostiene, aunque esta vez firmemente, ya que casi me desmayo nuevamente, toda la sangre en mi cabeza no me deja pensar con claridad.

-¡¿Qué pasó con ella?!.-digo ya gritando de la euforia.

-La señorita está en urgencias, siendo operada, al parecer el choque le afectó más a ella, ya que el auto golpeó la puerta del copiloto, propinándole más de alguna lesión... en estos momentos ella se encuentra luchando por su vida.

-¡¿Qué?!-alcanzo a musitar.-¡¿Qué diablos estás diciendo?, ¿cómo es posible que haya sucedido eso?!, ella y yo estábamos en el auto, estacionados.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora