Capítulo XXXIX

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Emma

Salí de la habitación que tantos recuerdos tenía de nosotros dos, desde los besos apasionados que teníamos cada mañana, hasta las despedidas y lágrimas que sólo mi cama fue testigo, todo, cada acontecimiento, cada caricia, cada muestra de afecto prohibido. Bajé las escaleras y al llegar al último escalón golpee mi rostro con ambas manos en las mejillas, suspiré y esbocé una forzada pero casi auténtica sonrisa juguetona, la típica de las mañanas. Nadie, no había nadie en el comedor, ni una sombra, una voz, una persona. Borré de inmediato la tonta sonrisa de mi cara; me acerqué a la mesa comedor, una nota.

"Damian, cuida de tu hermana, por asuntos urgentes tuve que ir a París. Cuando le den el alta tráela ha casa, y ten confianza, ella tarde o temprano se terminará acordando de ti". Te quiere mucho, mamá.

Sonreí, lenta y vilmente, hasta que mi mirada comenzó a nublarse, la visión antes nítida que me prestaban mis ojos, de repente se volvía borrosa, nebulosa, confusa; y no fue hasta que vi la gorda gota de agua caer al piso, que me di cuenta, estaba llorando, unas finas lágrimas recorrían mi rostro, empapándalo,cayendo en cuenta, en el dolor, el cual, recorría siniestramente mi alma. Este pequeño sueño, estas lindas memorias que tanto nos había costado y hemos disfrutado, un sin fin de emociones de todo tipo, desde las más amargas hasta las más felices y llenas de ternura, todo, todo lo que por algún momento me había pertenecido, "no sería nada más que un recuerdo, un maldita memoria que me seguiría hasta los infiernos". Limpié mis lágrimas con las mangas de mi chaqueta y sonreí lentamente, formando una pobre silueta de lo que esperaba, una fingida sonrisa.

Me levanté y fui directo al baño, lavé mi cara, pálida, sin vida, un deje de melancolía la inundaba, "que gran ironía", hace tan sólo unas horas mi cuerpo entero rebosaba del dulce aroma que ese hombre le impregnaba, sudaba al ritmo de sus caderas, la fragancia efímera estaba desapareciendo, y los besos dulces, ya no se mostraban. "Claro", todo ya está acabado.

Tomé mi mochila, salí de casa y suspiré, una suave brisa levantó mis cabellos, a lo que tomé como una nueva prueba, otro destino, y por supuesto, el irremediable fin de nuestro amor.


Damian

Fui en dirección al auto, me subí e inmediatamente encendí el radio, dando paso ha la rítmica melodía de Chopin, "Nocturno", la cual me hacia olvidar, penetrando cada hebra de sonido por mis oídos, llenándome de un éxtasis incomparable; sonreí, lloré, ya casi no recuerdo toda la ola de emociones que sentí allí, en mi auto, en ese pequeño momento, el cual tomó, sólo del hotel hacia la Universidad; y aunque sin duda alguna me revolví en el asiento pensando en que debía asimilar todo esto, porque al fin y al cabo era verdad, "el fruto que había probado me había abierto  las ganas irascibles  de seguir devorándolo", y lentamente lo lamenté, me frustré por sus palabras, las del mensaje, y las que estoy seguro, me diría en un rato más, miré la camelia, y sonreí, una pequeña inclinación en mi rostro junto a las calladas lágrimas que desbordaban mis ojos. Debía mirar hacia el futuro, olvidar a mi amada, y dar por hecho una vida al lado de la mujer que había estado dañando durante este par de años...

***

Marcos

Sonreí, me levanté de sopetón, de la cama grande con madera de roble, suave, enigmática, y a pesar de todo, aún callada, de todas las escenas de amor que alguna vez presenció, desde la primera vez que hice a Lorena mi mujer, hasta cuando la misma yacía recostada, llena de sangre, y una rosa en la mano derecha...

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora