El amor con ropas....

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Subimos los escalones hasta llegar al pasillo que nos dirigía a la habitación de Sebastián. No puedo negar que estaba nerviosa aunque sabía que nada malo podía suceder si estaba con él. Tal vez piense que no me di cuenta cuando su mamá lo miró de aquella forma, recriminándole. Seguramente porque no quería que estuviéramos solos en su habitación. Entramos en ella y al cerrar la puerta, puso el cerrojo. Ahora entendía por qué se había ganado aquella mirada de su madre.

--Ven.—dice y hace señas para que me siente en la cama a su lado. Ahora sí que no puedo negar que estaba nerviosa.

--Tranquila.—vuelve a decir pero esta vez lo escribe. –Quería estar un momento a solas contigo.

Se queda mirándome a los ojos como si tratara de leer mis pensamientos. Esos que ahora mismo me abandonaron porque tengo la mente en blanco.

--Eres tan hermosa – la besó en el hombro – levantó su cara para que lo mirara. En sus ojos vio el brillo del deseo. Era virgen pero no tonta. Era como si la hipnotizara – Me tienes loco ¿lo sabes verdad? – le besó la oreja y cerró sus ojos, se sentía flotar, era como si todo a su alrededor desapareciera y solo existieran él y ella. Sebastián le rozó sus labios suavemente y los humedeció con la punta de su lengua. Ella gimió de placer entreabriendo sus labios. La sonrisa de Sebastián hizo que sonara una alarma en su cabeza, pero qué importaba, esto era increíble. El la besó entrando su lengua suavemente en su boca, explorando con lentitud. Se abrazó a él llevando sus manos alrededor de su cuello pegándose más a él. El beso se hizo profundo, correspondiéndose ambos con la misma intensidad.

--Eres perfecta de la manera en la que eres, totalmente intacta, dulce, real. Me gustan todas esas cosas de ti. —empujó una hebra de su cabello. –Quiero estar contigo siempre.—le decía.

Me atrajo hacia él y me recostó sobre la cama. Se acurrucó contra mí y pasó un brazo por encima de mi cabeza. Envolvió mis caderas con una pierna, atrapándome. Inhalé con dificultad y contuve el aliento. Era demasiado. Demasiado rápido.

–Eres hermosa –su mano acarició mi cara y mi piel cobró vida bajo su palma–. Tu piel es suave, de seda –me quedé sin aliento, pero me era imposible hacer funcionar mis pulmones. Deseé ser alguien que disfrutara de esto en lugar de sentirme como una virgen aterrada, por más que lo fuera. Sentí que el rubor subía por mi cuerpo y se reflejaba en mi rostro. Acercó su cara a la mía, sus labios rozaron mi oreja con su aliento cálido. Me moví, buscando esa caricia. Era un momento perfecto.

–Te amo, Sebastián –susurré. Ya estaba dicho. Era la primera vez que se lo decía.

Sebastián...

Con un movimiento lento, arrastré mi dedo hacia su blusa y noté, el estremecimiento que sacudió a Grace en cuanto la yema de mi dedo tocó su sensible pezón, que al instante se irguió por debajo de la tela. Con la misma suavidad, trazé pequeños círculos sobre él, sin apartar la mirada de ella. Tenía muy claro que había conseguido excitarla —sólo de pensar en que quizás era el primer hombre que lo había logrado me sentí feliz —; ella lo estaba llevando a él hacia el límite de su resistencia. Debía terminar en ese mismo instante con ese juego, se dijo; sin embargo, siguió acariciando su pezón.

Grace....

Mis últimas reservas se esfumaron. Metí mis manos en su pelo. Era como seda en mis palmas. Palpé la forma de su cabeza, acaricié la suavidad de su nuca. Lo besé con mayor profundidad presionando a la vez mis caderas contra él. Saboreé su boca. No era yo en ese momento.

–Me gustan tus manos sobre mí –gruñó. No entendía que me decía.

A mí me gustaba tocarlo, sentir su piel, sus músculos sólidos y firmes. Mis palmas recorrieron su espalda, acariciándolo. Adoraba todo de este hombre.

–Demonios, qué tierna eres –exclamó sobre mis labios. Se restregó contra mí. Podía sentir su erección. Su dureza. Un grito mudo de necesidad se despertó en lo más profundo de mí. Comenzó un movimiento rítmico haciéndome respirar con dificultad. Su aliento acariciaba mi oreja. Puso una de sus manos entre mis piernas y me frotó. Dejé escapar un gemido al tiempo que por instinto elevé mis caderas buscando el contacto de sus caricias. Friccionaba con sus dedos la tela del pantalón que me cubría, aumentando la presión cada vez. Acomodó su mano de tal manera que apretó sobre algún punto exacto y mágico de mi cuerpo. Empecé a temblar. Aferrándome a sus brazos, empujé nuevamente mis caderas contra él.

–"Oh, Dios"pensé –cerré los ojos y me mordí los labios intentando evitar cualquier gemido que saliera de mi boca. Experimentaba un placer como antes nunca aun con mis pantalones puestos.

–Vamos, todo está bien –susurró.

Cerré los ojos ante el dolor intolerable que se formaba dentro de mí. Mi súplica interna estalló entre mis labios.

Era la primera vez que hacíamos el amor pero con ropa....

Susurros del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora