Inesperado

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Habían transcurrido tres días desde que Edward y Harry habían sido castigados sin teléfono, laptop o libros. Anne también se encargó de quitarles la televisión para que se relacionaran más. Debido a su sanción temporal, los gemelos no pudieron acompañar a su familia para ir de paseo por las tiendas de Holmes Chapel. Harry aseguró que estar a solas con su gemelo acabaría con el poco juicio que le quedaba, así que bajó al jardín a desahogarse.

Se acomodó en el asiento bajo el árbol de hojas naranjas, sus ojos jade persiguiendo las hojas al danzar del viento, meditando en cómo realizar el examen de ADN lo antes posible. Debía distraer a Edward, arrancarle una hebra de cabello pero ¿A quién le daría las pruebas? Tenía que ser alguien de confianza, alguien que no diga nada por ninguna circunstancia...

¡Claro! El doctor James, su pediatra de toda la vida. Aun siendo mayor, Harry suele visitarlo algunas veces. La pregunta era esta: ¿El doctor James tenía autorización para realizar exámenes de ADN? Necesitaba investigar esa información con su madre de una forma discreta. Ya pensaría como.

***

Edward trazaba garabatos sin sentido en una hoja de papel, descargando la frustración que le mortificaba. Necesitaba sus libros, sus apuntes, estudiar o repasar. Pensaba a menudo que sufriría de un colapso de nervios cada vez que dudaba de su conocimiento sobre el ensayo que había estudiado con anterioridad. Deseaba impresionar a los decanos de Cambridge. Estresado, arrugó el papel en una bolita y lo arrojó en dirección a la cesta de basura, pero este rebotó contra el objeto y se deslizó bajo la cama.

Blanqueó los ojos y se inclinó para coger el papel, pero al extender la mano sintió algo sólido y con relieve al fondo de su cama. La curiosidad dominó su mente, percatándose de que su hermano no estuviera cerca, sacó la pieza desconocida. Lo arrastró hasta sacarlo de la oscuridad en la cual estaba escondido. La gran cantidad de polvo acumulado impedía leer con claridad las letras impresas en la caja. Sopló la ancha caja, haciendo volar las partículas en el aire y removiendo con su mano los restos de tierra. Sonrió al reconocer su contenido.

Un teclado piano de marca Yamaha estaba frente a él. Reflexionó por un momento si su madre o Harry se molestarían con él si usaba el instrumento. Entre sus sanciones, jamás le había prohibido tocar el teclado, si ella estaba al tanto de que poseía uno.

Extrajo el teclado electrónico de su caja y envoltura, colocándolo encima de su escritorio. Arrimó la silla hacia el teclado, frotando sus manos. Se trinó los nudillos, relajó las manos, y al poner la punta de los dedos en las teclas, sonrió y comenzó a tocar su nota de piano favorita: Para Elisa de Beethoven. Ama esta canción en especial, ya que fue la primera canción que le enseñaron cuando niño. Tocaba la letra de la canción con facilidad, sin esfuerzo, con emoción, alegría, facilidad. Sentía una paz en su interior y le hacía sentir mejor.

***

Harry apoyaba sus codos sobre sus rodillas, trazando su plan, cuando un acorde llegó a sus oídos. La melodía se le hacía tan familiar, ya la había escuchado antes, pero no conocía su nombre. Agudizó su sentido de la audición, buscando el origen de la música. Estuvo un rato analizando de donde provenía tan hermoso sonido, cuando se dio cuenta luego de unos minutos que provenía del interior de su hogar. Se levantó de su puesto, sorprendido e ingresó a la casa. El sonido se escuchaba con mayor claridad a medida que avanzaba.

"Viene desde arriba" pensó, mirando el techo encima de su cabeza.

Alzaba la cabeza para oír mejor. Las notas eran perfectas. Subía las escaleras sin producir ningún ruido para no interrumpir al músico. Al encontrarse en segundo piso, las notes se hicieron más claras y nítidas a sus oídos. Dedujo al fin que los únicos que se hallaban en casa eran él y su gemelo. Se acercó a hurtadillas a la habitación de Edward, asomando su mirada jade por la puerta entreabierta. Allí lo vio.

The Styles Twins Donde viven las historias. Descúbrelo ahora