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Día 3, Primera hora 1/2.

Frank llegó al instituto más temprano de lo normal. Dejó sus cosas en su casillero y se quedó mirando la puerta principal, donde muchos estudiantes entraban y algunos salían.

Hasta que esa cabecita cruzó la misma.

Fransisco sólo la observó, no quería agobiarla apenas entrara en el instituto, estaría adormilada y probablemente de mal humor.

Pero se veía que esos no eran los planes de Miguel, quien ya se encontraba detrás suya, mirándola fijamente. El pelinegro abrió sus ojos sorprendido al ver que su amigo también había madrugado.

De todos modos continuó como espectador, no era momento de intervenir. No ahora.

Vio cómo Mangel le tocaba el hombro suavemente y ella se volteaba con sus ojos hinchados por el sueño. Su amigo le dijo o le preguntó algo y ella señaló hacia alguna parte del instituto para luego darse la vuelta y seguir su camino.

Pero el castaño la detuvo, nervioso.
El pelinegro rió al ver la escena.

Miró cómo Miguel intentaba hablarle a toda costa, cómo intentaba sacarle las palabras de la boca desesperadamente.

Cuando los ojos de su amigo se posaron en él, conectaron sus miradas, y Frank, quien se encontraba recargado en una pared, hizo una sonrisa burlona.

Mangel volvió su vista a ella para seguir hablándole.

Se vio a Garbancito sacudir su cabeza y girarse una vez más para alejarse del chico de gafas.

Este se acercó a su amigo, rendido.
- Qué pasa, crack?. Te he visto ahí... madre mía.- Rió y su amigo se unió.

- Para qué vienes temprano si no piensas hablarle.- Alzó una ceja.
- Porque mi plan es distinto.- Dejó de entrelazar sus brazos para colocar sus manos en los bolsillos.

Miró hacia la puerta que conectaba con la cafetería y palmeó el hombro de su amigo, sonriente. Se dirigió a pasos tranquilos hasta allí.

No le costó reconocer a la pequeña, ya que había pocas personas y sus cabellos resaltaban sobre todas las cosas. Ella estaba caminando hacia la puerta que daba al campus.

Estaba en el exacto mismo lugar que la otra vez donde la castaña la amenazaba.

Él se quedó en la cafetería, pero desde una zona donde pueda verla.

Le pareció raro que se hubiera sentado en el suelo, apoyada en la pared. Sus delgadas piernas estaban flexionadas y sus bracitos rodeaban las mismas.

De pronto alzó su vista, como si algo le hubiese llamado la atención.

El pelinegro presenció sus labios moverse, hablándole a la nada.

Cuánto pagaría por escuchar su voz en ese momento...

Se fijó en la hora y anotó la misma en una libreta, al lado escribió:cafetería/campus.

Guardó la misma en su mochila y volvió hacia ella.

Seguía hablando sóla, perseguía algo con la mirada y sus expresiones eran de confusión, enojo, asombro y, algunas pocas veces, felicidad.

Pasados unos 6 minutos, decidió salir para hablarle.

Abrió la puerta de cristal y se hizo el desinteresado hasta verla sentada allí.

Le dedicó una sonrisa y ella sólo hizo una mueca, bajando su cabeza. Se acercó a ella y se sentó a su lado. Vio cómo encogía su cuerpo, tímida.

- Buenos días.- Le susurró sonriente.

Asintió.

- Estás bien?.- La miró.

Asintió frunciendo el ceño.

Silencio.

- Sabes? Aún no sé tu nombre.- Vovlió su vista al frente.

Se encogió de hombros.

- Parece que hablo sólo.- Rió mirando al suelo.- No me molesta.

Sintió su mirada.

- Sabes? Eres... eres hermosa, tus ojos son lindos.- Sonrió.

Ella lo miró sorprendida.

- Y me agradas.- Susurró.

Silencio. Se quedaron mirando los ojos del otro, ella seria y él nervioso.

- No te caigo bien, hm?.- Murmuró con una media sonrisa.

Ella asintió rápidamente, junto a una mueca de emoción. El pelinegro lo tomó como un sí, queriendo decir que sí le caía bien.

- Me llamo Fransisco, puedes llamarme Fran o Frank...- Sobó su nuca.- Puedes llamarme como quieras.

Asintió.

Silencio.

- Quieres ir a por un café o algo para desayunar?.- Alzó una ceja.
Ella asintió dudosa.

Frank sonrió y se levantó del suelo cargando su mochila en su espalda.

Extendió su mano para ayudarla pero simplemente negó y se puso de pie ella sóla.

El pelinegro cogió su mochila pero Garbancito se la arrebató asustada.

- Vale, lo siento.- Susurró.

Caminaron hasta la cafetería y una señora detrás del mostrador los atendió, mirando a la chica sorprendida por alguna razón.

Fransisco pidió un café pequeño y un pastelito de vainilla.

La mujer miró a Olivia sonriente.
- Zumo y galletas?.- Alzó una ceja.
Ella asintió sonriendo.

Fransisco maldijo en su mente por no haber podido escuchar su voz, aunque por otro lado estaba sorprendido por ver su sonrisa.

La señora les extendió sus pedidos y él sacó dinero de su bolsillo.
- Pago por ambos.- Extendió el dinero.
Lo tomó dudosa y asintió. Le dio el vuelto al chico y los saludó amablemente.

Ambos adolescentes se sentaron en una mesa de la enorme cafetería, callados.

El tiempo parecía pasar más lento mientras ella abría su jugo y él soplaba su café para que se enfriase.

- Por qué pagaste?.- Susurró.

Las palabras llegaron perfectamente hasta los oídos del pelinegro, quien se encontraba con sus ojos abiertos al escucharlas.

La miró algo aturdido por el asombro.
- Ehh... s-sólo quise... no sé, fue una muestra de afecto, supongo.- Sobó su nuca.

- Gracias.- Alzó su voz, confundida.

Entonces volvió a su expresión nula. La cual de a poco fue transformándose en un ceño fruncido de enojo. Se quedó mirando la galleta mientras respiraba lentamente.

- Pasa algo?.- Preguntó Fransisco preocupado. Pero fue ignorado completamente.

La vio suspirar y mirarlo a los ojos, su nariz estaba arrugada, sus mofletes hinchados y sus labios presionados.

Soltó aire mediante un bufido y se levantó de la mesa. Cogió su mochila y la cargó hasta la inmensa galería.

Frank vio cómo al cruzar la puerta se volteó hacia un grupo de personas. Sus amigos para ser más exactos. Frunció el ceño.

Observó su mirada sobre ellos, completamente enfadada. Se levantó de la silla y posó su vista en el jugo y las dos galletas.

Guardó las dos últimas en la bolsa de papel madera, cogió el envase de zumo y salió corriendo tras ella, pero sus amigos lo detuvieron apenas pasó por la puerta.

Lo bombardearon a preguntas y él sólo logró gruñir un par de palabras.
- Callaos, coño!.

Suspiró mirando el desayuno de la pequeña entre sus manos.

O L I V I A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora