El tiempo pasó al igual que las vidas de los jóvenes.
Olivia Price superó a su amiga imaginaria, encontró nuevas personas en su vida, muchas personas.
Aprendía de a poco lo que la sociedad le ofrecía. Aprendía muchas cosas poco a poco.
No estaba interesada en seguir la misma carrera de su padre, simplemente siguió sus metas y soñaba con conseguirlas.
Ya no necesitaba ir a las clases obligatorias que los psicólogos le asignaban. Era libre. Libre de hacer lo que quisiera sin que nadie le dijese nada en su contra.
Libre de poder sentir lo que quisiera.
Había encontrado sus emociones de a poco.
Reconocía cuándo hacía las cosas mal y cuándo quienes la rodeaban la ayudaban a mejorar.
Encontró a las personas de las que quería estar rodeada.
Se dio cuenta que era un milagro el simple hecho de existir. Que le debía muchas cosas a su madre y con disfrutar de su vida se las pagaba plenamente.
Que tal vez su padre trabajaba mucho, pero aún así la quería, tanto como a su madre. Su madre era su inspiración, la imagen que se formaba en su cabeza al recordar las descripciones que el rubio le daba a veces.
Y entonces llevaría su nombre con orgullo. El nombre de su madre, el que obtuvo el mismo momento en que su padre se enteró que ella había fallecido en pleno parto.
Se concentraría en apreciar cada segundo de su vida.
- No creeis que se haya olvidado ya?.- Les preguntó nervioso el castaño Rubén.
Todos lo miraron sonrientes y negaron a su pregunta.Este primero suspiró y colocó las flores recién compradas en su mochila.
- Os acordais de la apuesta de hace unos años?.- Soltó Miguel mientras emprendían viaje a casa de la peliverde.
Todos lo miraron sonrientes.
- Qué ha sido de esa apuesta??.- Rió Willy.
Se encogieron de hombros.
- No lo sé, tal vez ya hemos ganado hace bastante y ni cuenta nos dimos.- Comentó Fransisco.Siguieron caminando mientras pensaban en preguntarle si era feliz. Aunque primero pasarían la tarde haciéndole compañía para no ser tan directos.
Y probablemente las orquídeas azules le recordarían a los primeros días de clase hace unos años, cuando todos eran unos jóvenes y bobos adolescentes. Aunque a decir verdad, lo siguen siendo pero más inteligentes que antes.
Apenas colocaron un pie en la entrada, la puerta de la casa se abrió, permitiendo ver los verdes cabellos de la niña y su carita iluminada.
Corrió a los brazos de Rubén, principalmente, dio un pequeño salto y se engancho a su cintura con sus delgadas y largas piernas.
Él besó su cabeza entre risas.
- No sabía que vendríais!.- Exclamó emocionada mientras los saludaba uno por uno con un fuerte abrazo.
- Nuestra hermanita está enfermita, hombre! Samuelito no podría dejarla solita.- Acarició y jugó un poco con una de sus mejillas.
Rieron todos y ella cerró sus ojos sonriente.
- Y... n-no puedo salir... os voy a contagiar.
- Da igual, trajimos juegos.- Alzó de mochila Alejandro.
Ella miró la misma sorprendida.- Pues... pasad.- Soltó una risilla.
Todos entraron en la casa y se acomodaron en la sala. Alex y Frank acomodaron las consolas y los juegos mientras Willy y Samuel traían y llevaban gunas bebidas y aperitivos.