capitulo 8

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Lo metieron a patadas y culatazos en el asiento trasero, dejando abandonado el auto importado de Orlando.
Antes de sacarse los anteojos negros y los gorros, le pusieron a Agostini la cabeza dentro de una bolsa de tela y le precintaron las manos. El ex represor puteaba a más no poder tras la golpiza del flaco.

Mientras Miguel manejaba nervioso
Orlando había caído desmayado sobre la ventanilla.

_ ¡Lo mataste!_ Gritaba Miguel asustado, girando medio cuerpo hacia atrás.

_ No, no, tranquilo, todavía respira, así va a ser mejor llevarlo. Sacate los anteojos y el gorro, ahora somos dos ciudadanos normales.

_ ¿Y la capucha?

_ No se la va a sacar, quedate tranquilo, está atado.

Gracias a la profesionalidad del flaco, tenían todos los contactos antes del secuestro, por eso, no se entendió lo del robo a la perfumería, había vuelto a la cocaína y a las pastillas a escondidas de su familia y de Miguel.

La cochera donde aguardarían la noche, ya estaba pactada y paga con antelación, el dueño era del palo y por una suma bastante grande de dinero, no tenia que preguntar ni mirar nada. Ellos tenían la llave para abrir y cerrar hasta la noche. Si el golpe fallaba ese día, no se podía efectuar nunca más.

Después del secuestro, se llevaron a Orlando Agostini al garaje y ahí permaneció el flaco Ernesto todo el día escondido con el ex militar en el baúl, en la zona del Abasto, pues Miguel tuvo que regresar a buscar su auto en un estacionamiento y volver a casa con Rosita. En cambio la mujer del flaco ya sabía a que se dedicaba su esposo.

Ya tenían todo planeado, el flaco lo llamaría a la madrugada haciéndose pasar por su jefe informándole que habían robado la empresa y el tendría que ir para sacar la cuenta de la suma que se llevaron los ladrones.

A la noche, la puerta del garaje se abrió y Ernesto saca el vehículo con las luces apagadas aprovechando el envión de la bajada hasta la calle, las ruedas delanteras bajaron el cordón y las traseras lo hicieron ya con el auto encendido.

La cuadra de la mansión Seré estaba oscura, Miguel se había ocupado de eso unos días antes con un rifle de aire comprimido. Los vidrios de las luces de la calle todavía seguían en el suelo.

La mansión donde esconderían a Orlando está abandonada y tenía que parecer seguir así.

A más de media hora del llamado de su amigo a la madrugada, Miguel siguió de largo por la Av. Rivadavia. Se detuvo unas cuadras más adelante sobre la calle R. de janeiro frente a unos contenedores rebalsados con bolsas de basura tiradas por todos lados. Dejo el vehículo ahí, camino y espero al flaco dos cuadras adelante en otro basural junto a un carro de cartonero que habían encadenado al poste de luz anteriormente.

Ernesto antes de salir del garaje se había disfrazado de indigente, todos sucio y despeinado, Miguel había hecho lo mismo dentro de su auto. Al encontrarse pusieron al ex militar dormido con cloroformo en el carro y lo taparon con bolsas de basura. El flaco alejo rápidamente el vehículo y alcanzó a pie a Miguel que caminaba con el carro por la calle, evitando el ruido con las ruedas de goma. Al llegar a la vereda que bordea la mansión, como arte de magia desaparecieron con el gran bulto entre la ligustrina.

*** ***

Lunes 3er semana del secuestro.

El restorán está a medio llenar, las mesas que acompañan a las paredes están ocupadas, los diarios se elevan y los sorbos de café se escuchan con eco y al unísono.
A las 10hs de la mañana el silencio y los clientes se llevan bien.

Cláudio Tamburri entra y fija la mirada en una mesita de dos sillas junto a la columna casi en al centro del salón, arriba un retrato de Dalí con sus bigotes característicos, parece saludar.

*** ***

Miguel estaciona esta vez unas cuadras más cerca, en Guamini. Está apurado, traba las puertas y baja con una bolsa, sus pasos son ligeros y agigantados pero llegando a la mansión se serenan y van tranquilos.
No hay nadie en la cuadra, tantea el hueco en la ligustrina lateral de la calle Coronel Juan Casacuberta y se deja succionar sin dejar rastro. Ya dentro, se mueve con más tranquilidad, el portón de entrada tiene una lona a altura de hombre, está un poco agujereado pero tapa la vista desde afuera.

Los lunes se preocupa mucho, en un pensamiento muy exagerado, se imagina a Orlando literalmente muerto de hambre.

La mansión Seré está igual que siempre, o peor aún, cada vez con la fachada más deteriorada.

Abre los cuatro candados de la puerta principal. Antes de entrar siempre revisa el tapiado de las ventanas, no vaya a ser que se metiera un ciruja o algunos vándalos para robar o drogarse, pero hoy ha quebrado su rutina de seguridad. Ha mirado ligeramente, no quiere perder tiempo.

Abre los cerrojos del cuarto de Agostini y ahí lo ve, todo despatarrado.

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