capitulo 32 ¡a saltar medianeras!

12 1 5
                                    

Miguel desequilibrado no sabe qué hacer.
Los cautivos se mueven, quieren hablar. Deben tener ganas de ir al baño.
El celular le suena, desesperado lo saca del bolsillo pero por los nervios se le cae y la llamada se corta. Tiene una llamada perdida de Cláudio. Abajo no tiene mucha señal, sube los escalones de a dos en dos y el celular le vuelve a sonar ya en el garage.

_ ¡Cláudio! ¡¿Qué carajo está pasando?!_ dice asustado y desesperado.

_ ¡Tenes que salir de ahí ya Miguel! ¡Ahora!_ el mismo tono de desesperación se escucha del otro lado.

_Pero, ¿¡por qué!? ¿¡Qué paso!?

_ ¡Se pudrió todo! ¡No pierdas más tiempo! ¡Andate! El agente de las noticias... Miguel... Miguel... ¿Estás ahí?

La vos de Cláudio se escucha desde el celular sin cortar y guardado en el bolsillo de Miguel que enciende el motor dentro del garaje, el portón automático se eleva y ve que en la acera ya han llegado tres patrulleros, entonces baja, vuelve apretar el botón del portón y corre hacia atrás.

_ ¡Por dios, por dios! ¡No puedo ir a prisión!_ piensa en vos alta_ Rosita, mi amor.

Corre hacia la puerta trasera llevándose por delante los sillones y la mesita ratona.
Se toca la cintura asegurándose de no perder el arma.

La puerta de atrás da a un gran patio con césped. Lo que tiene la casa de frente lo tiene de fondo, aproximadamente 25x30, con ligustrina y sectores de paredes en bloques, una piscina que refleja el cielo celeste en su interior y hay algunos que otros árboles y plantas desperdigados.
Obvio que Miguel no se percato de todos estos detalles, cruzo corriendo por el costado de la piscina y salto la medianera a su izquierda.
Se encontró con un patio parecido y con un gran perro encadenado. El can no es peligroso pero si sus ladridos. En el momento que los dueños de casa abrían la puerta trasera para ver porque su perro ladraba tanto, Miguel ya había saltado la medianera siguiente, hacia otra vivienda vecina.

Las personas están dentro de sus casas, hasta ahora nadie lo ha visto correr.
Tantea nuevamente el arma del sueco, no va a matar a nadie, pero si, amedrentar o amenazar. A prisión no va a ir, eso sí lo tiene bien claro.

Se encuentra sentado con la espalda apoyado en la pared que acabo de saltar. Tres pilas de leña de más de un metro de alto lo protegen de las miradas de los dueños casa.
Esta exhausto, le encantaría dejar de correr, tal vez si llegase hasta el frente de la casa, saldría a la calle y como cualquier vecino de Glew se iría caminando.

La brigada anti secuestro cruza el portón de calle. Un grupo de diez hombres rodea la casa, cinco por la derecha y cinco por la izquierda. Se apostan debajo de las ventanas esperando las ordenes.
Desde el interior de la vivienda todavía no han disparado aun, a pesar de la irrupción a la locación.
Centenares de policías están rodeando la manzana. Las calles están cortadas en un radio de diez cuadras.
Oscar Veracruz manda a colocar las vallas y a echar a los curiosos que se acercaron.
Ordena derrumbar la puerta de frente. Para esto ya varios hombres han roto los vidrios y arrojado gases lacrimógenos por la ventana. Con la puerta abajo, los hombres con mascaras y escudos entran agazapados.
El gas recorre todos los ambientes y se escapa por la las ventanas rotas. Veracruz entra.

_No hay nadie señor _ dice un agente.

_Lose, era de imaginarse. Busquemos algo que nos pueda servir. Estamos detrás de sus talones. Comuniquense con Gutiérrez, quiero saber cómo va lo de el.

En pocos minutos la puerta secreta del sótano es descubierta al lado del vehículo de Miguel y llaman a Oscar Veracruz para informarle.
Los escalones polvorientos asoman cuando los agentes corren la tapa de cemento. Se miran la cara todos los que están en el garaje como preguntándose ¿quién bajara? Veracruz palmea a uno que está en cuclillas y dice que lo acompañe.
Al encontrar la perilla y encender la luz, la cara casi se le cae del asombro, no lo puede creer y grita llamando a dos hombres más.
Al ver a los ex militares en el fondo, sabe que los secuestradores acaban de huir y con las calles cortadas deben andar cerca. Entonces da la orden:

_ ¡Que revisen casa por casa! ¡Están en la zona, no pueden salir de acá!

Los muchachos pasan la orden arriba y se ve los movimientos de los uniformados.

Veracruz está contento "caso terminado" piensa por dentro, en mas,9 con los cautivos con vida.
Esto tira por la borda todas las conjeturas de un juicio ilegal por parte de los secuestradores, seguido de un fusilamiento, esto era el pensamiento del 70% de la población sobre este caso.

Los liberan de las ataduras, las mordazas y de las capuchas. Agostini y Astiza abren y cierran los ojos fuertemente, la luz les molestas.

La Venganza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora