Al final resultó que sí, que si se puede morir de desamor.
Yo morí.
Durante semanas, meses, fue la muerte más lenta de la historia de la humanidad.
Apenas comía, no salía de la cama, como mucho me arrastraba hasta el sofá, no me duchaba, de hecho creo que la camiseta de Dani llegó a incrustarse en mi piel. Era la única manera que tenía de mantener algo suyo cerca de mí, su olor, que se diluyó mucho antes de lo que me hubiera gustado. Su olor despareció y yo seguía sin ducharme así que si, apestaba. Apestaba por dentro y por fuera, olía como me sentía, a muerto.
Ni siquiera se molestó en volver a por sus cosas o las de su hermana, cambió de teléfono, bloqueó toda posibilidad de contacto conmigo. Por si acaso, con la absurda esperanza de volverlo a ver, me había negado a salir del piso, incluso cuando me quedé sin comida, por si acaso aparecía a por algo aprovechando mi ausencia.
Pero no, nunca apareció. Se lo tragó la tierra y el infierno se abrió bajo mis pies.
Después del periodo de huelga de hambre y de higiene y de horas y horas de televisión sin ningún tipo de filtro, de insomnio y llanto, llegó el viaje por el infierno, muerte y destrucción total.
Juergas, borracheras, algún restregón con tíos que dejaba con ganas porque en realidad todos me daban asco. Quiero morirme, me decía cada mañana y cada noche me emborrachaba con la esperanza de olvidarme hasta de mi misma y mi puta pena.
Morí, si, me hundí hasta lo más profundo de mi propia miseria. Hasta que un buen día mi tía, entró en mi cochambrosa casa llena de embases de comida basura y botellas vacías, me agarró por los hombros, me zarandeó y me hizo ver que una mujer tiene que luchar por sí misma, aprender de sus errores, lamer sus heridas y salir al mundo aunque le duela el alma.
Y que si había perdido al amor de mi vida, suponiendo que hubiera tenido la suerte o la desgracia de haberlo conocido tan joven, tendría que aprender a vivir con ello y darme cuenta de que hay demasiadas cosas por ver y por vivir y demasiada gente a la que conocer como para dejarse morir de amor, cual señorita victoriana.
- No me hables de otros peces en el mar, ¿eh?- le advertí.
- Ni se me había ocurrido, no es necesario para vivir estar enamorada o vivir en pareja, Cristina, yo estoy sola y soy muy feliz, pero no sabes lo que te deparará la vida.
- No es que crea que necesite un hombre, es que le necesito a él, porque no voy a poder deshacerme de esto que siento.
- Pues tendrás que aprender a vivir con ello.
Y no es que aprendiera a vivir con ello. Es que tuve que inventarme a otra nueva yo. Una Cristina diferente, una mujer que no aspira a jugar a las casitas con el amor de su vida.
Una mujer que quiere hacer muchas cosas que la mantengan ocupada y no la dejen pensar.
... y así pasaron dos años y seis meses.
COSAS QUE ME GUSTAN DE MARIO:
· Me hace reír (suena a tópico, lo sé, pero después de tanto drama es casi un milagro).
· Nada le parece un problema realmente serio, busca soluciones y relativiza todo.
· Es inteligente, culto, interesante.
· Le vuelve loco viajar y me arrastra a los sitios más impensables.
· Su forma ridícula de bailar y su ausencia de vergüenza.
· Su risa contagiosa, es casi imposible verlo serio o taciturno.
· Siempre tenemos tema de conversación.
· Me hace la vida más fácil cada día.
· Ni siquiera sé cómo pero consigue que haga deporte.
· No intenta cambiarme ni sobreprotegerme.
· Hace que me relaje con solo guiñarme un ojo.
· Me acepta como soy, sin condiciones, sin melodramas.
Podría seguir así infinitamente.
Conocí a Mario un año y medio después de que Dani me escupiera su odio a la cara frente a la tumba de su hermana.
Bueno, Mario conoció a la nueva Cristina, la que no arrastra dramas a la espalda ni ha viajado por el infierno mucho más de lo que le gustaría.
Nos presentó mi tía, no podía ser menos, a veces creo que mi tía en realidad es mi hada madrina, enviada desde quién sabe donde para compensarme por todo lo malo de la vida. Mario es periodista y yo intentaba hacerme un hueco como fotógrafa freelance.
Él trabajaba en un artículo de investigación y buscaba un fotógrafo fresco, alguien que aportara una visión joven y poco manida, le enseñé mi trabajo y le gustó.
Así empezamos a trabajar juntos, a pasar horas charlando ante un café o una caña, a reírnos, a ir a conciertos y exposiciones. ¡Yo necesitaba tanto reírme! y hacía tanto que no me sentía cómoda con un hombre, que cuando al fin me besó todo me pareció natural, como me pareció natural volver a sentir deseo, acostarme con otro hombre que no fuera Dani.
Quiero a Mario, si, le quiero y me ha costado mucho admitírmelo a mí misma, más aún que decírselo a él. La primera vez que me lo dijo me quedé mirándole como abducida sin saber que contestar, me costó mucho que esas palabras salieran de mi boca.
Le quiero, pero no le quiero como quise a Dani, ni le deseo como deseé a Dani. Es algo con lo que he aprendido a vivir, sé que será así siempre. Que estoy condenada a vivir presa de esos recuerdos, dicen que el primer amor nunca se olvida y yo lo asumo.
Como Mario asume esa parte de mí a la que sabe que no tiene acceso.
La primera vez que dormimos juntos me desperté gritando y llorando en medio de la noche el nombre de otro, me miró consternado y me preguntó quién era Dani, creo que es la única vez que le he visto serio de verdad. "El pasado, un pasado que no va a volver y del que no quiero hablar" le contesté con la voz aún entrecortada, asintió y nunca más volvió a preguntar.
Y se lo agradezco. Le agradezco que no hurgue en la herida porque se ha convertido en una herida interna que ya no sangra pero que está ahí, siempre acechando, dispuesta a convertirse en gangrena y acabar conmigo.
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Te encontré en el infierno.
RomanceSiempre pensé que mi vida era perfecta. Tenía todo lo que el dinero podía comprar y creía que en ello residía la felicidad. Estaba encantada siendo la niña mimada de papá, como si eso me hiciera invulnerable. No sabia lo equivocada que estaba y me...