Mi maldición.

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Entre mi cumpleaños y el de Mario solo hay dos semanas de diferencia y para celebrarlos hicimos una cena en nuestro recién inaugurado piso.

Yo cumplí 22 y él 31, ese precisamente ha sido el único problema de nuestra relación, la diferencia de edad. Al principio Mario lo vio como algo insuperable, yo era demasiado joven, no quería robarme fases de mi vida que debía vivir y él no se veía reviviéndolas.

Al final acabó dándose cuenta de que tengo poco que ver con la idea que él tiene de las chicas de mi edad, que por desgracia he vivido mucho más de lo que debería y eso me ha cambiado, para bien o para mal.

Se rindió, Mario tiende a torturarse poco, sobre todo con las cosas que no tienen remedio, si no probábamos nunca sabríamos si lo nuestro podría funcionar y de momento funcionaba, a las mil maravillas, de hecho. Por eso decidimos vivir juntos. Él es así, vive el momento, disfruta de la vida y eso me encanta.

Me costó mucho decidirme a vender el piso de mi madre, tenía que seguir adelante y ese piso ya no me recordaba a mi madre sino a Coco y Dani y su recuerdo se me hacía insoportable. Lo vendí y con el dinero me llegó de sobra para comprar uno más pequeño en una zona menos acomodada, que sentía que iba mucho más conmigo, y para pagarme un curso de fotografía que me moría por hacer.

Mario, que no cree en la propiedad y siempre se había negado a meterse en una hipoteca, accedió a vivir en mi piso siempre que aceptara que me pagara algo así como un alquiler, cosas de orgullo masculino, hasta él lo sufre y no voy a luchar contra la corriente, además tampoco me venía mal, el fondo de mi herencia no duraría eternamente y aún no trabajaba de manera regular.

Por supuesto me negaba a aceptar dinero de mi tía y mucho menos de mi padre, a pesar de que desde su divorcio hablamos de vez en cuando, solo porque ha logrado que mi hermana y yo nos veamos una vez a la semana. Mi niña, menudo lío tenía la pobre, pero poco a poco la voy recuperando y no me voy a recrear hablando de ella que se me cae la baba.

Todo esto para explicar que hicimos una pequeña cena de inauguración del piso o más bien de bienvenida a nuestra nueva vida de pareja.

Estaban invitados mi tía, cuatro amigos de Mario, Sofía, con la que contra todo pronóstico seguía manteniendo una cada vez más fuerte amistad y un par de compañeros de mi primer curso de fotografía, con los que compartía lucha para abrirnos camino, aunque cada uno en su ámbito.

Todo eran risas y buen rollo hasta que fui a entrar en la cocina y escuché a Mario y Carlos susurrando, además de amigos eran compañeros de trabajo en el periódico. En cuanto me vieron empezaron a gastar bromas pero ya no colaba. Mario no estaba acostumbrado a mentirme y se le notaba a kilómetros.

- ¿Qué está pasando aquí?

- Que te lo cuente tu novio – respondió Carlos molesto con su amigo y no con mi interrupción – por lo visto le aburre su trabajo y quiere complicarse la vida.

- ¿De qué vas, tío? Si alguien tiene que contárselo soy yo, así que cállate.

- Pues hazlo, ¡Cuéntamelo! – repliqué – sabes que no soporto que me mientan Mario, más vale que me lo cuentes si no quieres volver a meter todas tus cosas en cajas, aún las tenemos así que estás a tiempo.

- Es sobre un trabajo, una investigación que estoy haciendo por mi cuenta, puede que sea hasta un posible libro, sabes que es lo que siempre he querido, algo que me interese lo suficiente como para escribir un libro.

- ¿Y? ¿de qué va?

- De algo demasiado peligroso – intervino Carlos antes de salir de la cocina y dejarnos solos.

- Cuando se marchen todos te lo explicaré, te lo prometo.

¿Qué puedo decir? Que la cena se me hizo eterna, a pesar de que hacía mucho que no cenaba tranquilamente y tenía tiempo para hablar con mi tía y Sofía. No estaba muy comunicativa y creo que al final todos nuestros invitados notaron la tensión repentina entre nosotros.

Así que las copas no se alargaron demasiado y a la una ya nos estábamos despidiendo de todos entre besos y abrazos, con la promesa de repetirlo muy pronto.

Mario hizo amago de recoger la mesa:

- Ni se te ocurra – le interrumpí, puede que mi reacción fuera exagerada pero no iba a volver a vivir con miedo a que mi novio no volviera a casa – creo que me debes una explicación ¿no crees?

- No es para tanto, cariño. Carlos es un viejo prematuro, se preocupa de todo como una abuela, él sería feliz escribiendo el horóscopo del periódico, pero yo no me hice periodista para eso.

- Ya lo sé. Lo que no entiendo es por qué no confías en mí.

- Confío, es que no es algo que se cuente a la hora de la cena así como si nada. Además aún no tenía demasiado, no había mucho que contar...

Fue al grano en cuanto me vio fruncir el ceño. Colocó su portátil sobre la mesa baja del salón y sentados en el suelo, me fue desgranando esa historia que lo tenía tan absorbido.

Se trataba de una organización criminal que había crecido de forma asombrosa en los últimos años, robos, drogas, extorsión. Aprovechando la caída de sus competidores por un motivo u otro dominaban el mercado. Tenían establecida su base en la ciudad pero extendían sus tentáculos por gran parte de Europa.

Lo que había acabado de atrapar a Mario era el giro que había dado la organización los últimos meses, cuando su principal cabecilla había sido detenido por la policía. El Jefe tiene dos hijos y una hija y para su sorpresa la que parecía controlar el cotarro últimamente era ella. No era muy habitual, era un mundo machista, en el que había pocas mujeres con ese poder.

- Tiene que ser una hija de puta muy dura de pelar – murmuré y Mario empezó a reírse como si hubiera contado un chiste.

- ¿Es interesante o no?

- Si, mucho, pero no quiero que te la juegues.

- Es parte de mi trabajo.

- Lo sé, lo sé... ¿tienes fotos?

- Si – volvió a reír – sabía que tu curiosidad estaba de mi parte.

- Eres un idiota – sonreí mientras pasaba las fotos – vaya, es muy guapa... y femenina, no sé por qué me había imaginado a una especie de Rambo en mujer – mi novio el aguerrido periodista volvió a reír y yo también hasta que la sonrisa se me heló en los labios, amplié la foto, como si estuviera sola y mi actitud ansiosa fuera la más normal del mundo. En muchas de las fotos aparecía un hombre que me era terriblemente familiar, ese cuerpo, esa silueta, no podría olvidarla aunque quisiera.

- ¿Qué te pasa, Cris?

- ¿Quién es ese?

- No lo sé, siempre va con ella, uno de sus guardaespaldas, supongo, la verdad es que aún no he investigado a la "nueva cúpula" la Jefa tiene a sus propios hombres de confianza, se ha quitado bastante del medio a la vieja guardia de su padre.

- ¿Y lo vas a investigar?

- Claro, es parte de mi trabajo, ¿Le conoces?

- No estoy segura...

Y no le mentía, no estaba segura de conocerlo.

Era Dani, si, a pesar de que la foto no era muy nítida, de que no podía ver claramente su cara en ninguna de las fotos, sabía que era él. Pero desde luego no estaba segura de conocerle. Ese no era mi Dani, él jamás se envolvería en algo así.

Estaba claro que el dolor lo había trastornado, igual que su aparición inesperada me había trastornado a mí.

Esa noche evité que Mario me tocara, le dije que estaba cansada y por supuesto no se lo creyó pero no dijo nada. Se dio media vuelta con un te quiero al que yo simplemente asentí. Escuché su respiración hasta que se quedó dormido y entonces me levanté y volví al salón, amplié y revisé cada una de las fotos, torturándome una y otra vez con mis fantasmas del pasado.

Sintiéndome una vez más culpable y miserable.

Te encontré en el infierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora