El estallido del neumático de la camioneta es tan fuerte que hace retumbar el suelo (o techo) en el que estoy parado, y hace que los sujetos que intentan abrir la puerta suban sin vacilar al vehículo, pero no para huir, sino para bajar sus armas.
Tal y como lo dijo mi papá, no vienen desarmados.
Detonan unos seis tiros en el aire, como advertencia de que ellos también están listos para matar a quien se cruce en su camino; le quito el silenciador al revólver y apunto nuevamente al otro neumático y disparo sin rodeos.
Esta vez los estallidos de la bala y la segunda llanta, me producen un zumbido en mis oídos.
Ellos responden con unos tiros a la puerta de la entrada, a la que le hacen agujeros al instante.
Me comienzo a poner nervioso y le doy vueltas a la idea de esconderme en el búnker de la escalera.
Corto el cartucho del arma y detono un tercer tiro, y me sorprendo al ver el coste de mi puntería, ya que fue a dar hasta reventar otro neumático, el del lado izquierdo, en la parte delantera. Justo cuando estoy cortando el cartucho para dar un tercer tiro, uno de los sujetos con pasamontañas me ve, apunta y siento el impacto de la bala cuando me da en el hombro derecho. Me inunda un dolor inmenso al instante, y hace que tire el arma al suelo, junto conmigo, me sujeto el hombro intentando detener el sangrado, y oigo como exitosamente abren la puerta principal.
-"Estoy muerto" - pienso.
Pero reúno todo el coraje y valor que me es posible, cojo con dolor el revólver y bajo la escalera hasta la planta baja, donde intentan romper los vidrios de la ventana, pero sin éxito, ya que por medidas de seguridad y en caso de algún sismo, mi padre compró vidrio blindado para todas las ventanas y canceles de la casa.
El único punto débil, y que realmente me preocupa, es la puerta, ya que está hecha de madera. Me preparo para disparar al primero que entre. Pero sucede un milagro, si se le puede llamar así.
Una patrulla de la policía federal se estaciona violentamente al frente de mi casa, bajan unos siete agentes, armados hasta los tobillos con cascos, chalecos antibalas y caretas de seguridad, sosteniendo pistolas eléctricas. Entran a toda prisa y disparan sin vacilar a los sujetos, que intentan escapar al patio trasero por la cochera, pero sin éxito. Se comienzan a retorcer en el suelo debido a las descargas eléctricas que les producen las pistolas. Los agentes se colocan encima de ellos, los esposan y uno de ellos toca la puerta.
Lanzo el revólver a la cocina y abro la puerta.
- Dígame oficial - respondo, con una voz temblorosa de pánico y sosteniéndome el hombro con la mano izquierda.
- ¿Te encuentras bien muchacho? - me dice el agente, con una voz muy grave y segura.
- Me hirieron con una bala cuando estaba en la azotea.
- ¿Que hacías en la azotea?
- Subí por motivos de seguridad me vieron, y me dispararon.
- Vi que tenías un arma en la mano ¿donde está?Mierda.
Meto mi mano al bolsillo del pantalón, en el cual piensa que tengo el arma, pero lo que no sabe, es que tengo el dinero. Saco la mitad y le digo.
- ¿Qué dijo? - le extiendo el dinero discretamente.
- Ah, nada hijo, quizás solo fue mi imaginación, no vi ningun arma, no hay problema, soy el comandante Jiménez descuida, nadie tiene que enterarse.
- ¿No lo sabrá la prensa, verdad? - le digo, sacando la otra mitad del dinero y dándoselo.
- Ni siquiera la prensa, pero necesito que te atiendas esa herida y que tú o tus padres pongan una demanda, ¿eres mayor de edad?
- Si, tengo dieciocho.
- Bueno - toma aire el agente - puedes ponerla tú, no hay problema, pero si quieres evitarte todo el proceso y mandar de una vez a estos pendejos a la cárcel, te va a costar un poco más.
- ¿Cuánto quiere? - le espeto.
- Unos cinco mil pesos nada más.
- Hecho.
No tengo que ir al cajón de mi padre para sacar el dinero, ya que hasta este momento, recordé que tengo unos quince mil pesos ahorrados en una caja fuerte. Voy a mi habitación, abro la caja, con todo el dolor de mi alma saco el dinero y bajo a toda prisa.
- Listo, aquí tiene.
- Bueno hijo, no hay problema, ya está todo en orden, pero sí necesitas atenderte esa herida. Cuídate y diles a tus padres que refuercen más esa puerta.
- Lo haré.
Salen con los sujetos medio inconscientes y los suben a la patrulla. En cuestión de dos minutos, llega una grúa y se lleva la Chevrolet Suburban.
Pasó todo tan deprisa.
Ni veinte minutos desde que subí a disparar.
Subo a mi habitación, cojo tres mil pesos, y pongo los dos mil que le tomé a mi padre en el fajo de billetes. Voy de vuelta a mi habitación, busco entre mis cosas alguna venda, pero solo encuentro corbatas. Funcionará igual. Amarro la corbata entre mi axila y mi hombro derecho haciendo un torniquete para que ya no sangre demasiado, pero siento la bala incrustada en mi hombro, y no es algo muy cómodo que digamos.
Salgo con el resto del dinero en mi cartera, cojo mi celular, las llaves de mi casa, y salgo con rumbo al Hospital Betania, a media hora de camino en autobús. Cierro la puerta con un candado, ya que tumbaron la cerradura.
Veo que William, uno de mis vecinos, se acerca con una expresión de sorpresa en el rostro.
- Charls ¿Que pasó? - dice William.
- Intentaron asaltar mi casa y me dieron con una bala.
- Que horror, Charls, te llevaré al hospital, espera, voy por el auto.
Va corriendo hasta su casa, donde entra y sale rápidamente con las llaves de su auto, un Volkswagen Golf GTI. Me hace señales para que me suba al auto, voy hasta donde él; arranca el auto y le pisa a todo lo que da el acelerador.
Va tan rápido que nós pasamos cuatro señales de alto en los semáforos, y por fortuna no hay tanto tránsito, porque este torniquete aguantará solo unos minutos antes de que corra el riesgo de perder el brazo.
Llegamos al hospital en unos diez minutos.
Bajamos rápidamente del auto, entramos a la sala de emergencias, donde me atendieron cuando me rompí el tabique nasal; al verme, dos enfermeras corren rápidamente hacia mi, haciendo preguntas y órdenes al mismo tiempo : "¿qué te sucedió?", "¡Preparen una jeringa con anestesia! " , " ¡De prisa!" .
William no tiene otra alternativa más que quedarse en la sala de espera, mientras a mi me meten a una habitación de curaciones.
Me recuestan en una camilla, me quitan el torniquete y la playera que está empapada de sangre, y me preparan para limpiarme la herida de bala, veo por el rabillo del ojo que una de las enfermeras prepara una inyección, que supongo es penicilina, me comienzo a poner un poco nervioso al ver la jeringa; siento como introducen la aguja en mi brazo, y el dolor de la herida se multiplica, lo que provoca que suelte un alarido.
Llega quien supongo es el anestesiólogo con un pequeño portafolio blanco, lo abre y saca unas jeringas con agujas enormes, también saca un frasquito que evidentemente contiene anestesia. Prepara la jeringa y yo me preparo para el segundo piquete, que duele menos que el anterior. En cuestión de segundos mi brazo se comienza a relajar, y el dolor desaparece poco a poco.
El doctor se acerca y revisa el agujero de la bala.
- Hijo - me dice - tenemos que operar de inmediato, lo más seguro es que la bala se alojó en la clavícula y probablemente esté dañada, ¿eres mayor de edad?
- Si - contesto, nervioso.
- Perfecto, permíteme tu credencial de seguro y en un momento regreso con el formulario del quirófano, pero antes, debemos tomarte una radiografía para estar más seguros dónde está la bala.
Solo de escuchar la palabra "quirófano" me hiela la sangre.
Extiendo mi mano izquierda hasta el bolsillo trasero de mis jeans, saco la billetera y la tarjeta del seguro. Se la doy al doctor y se va por el formulario, no sin antes dar la orden de llevarme a la sala de rayos equis.
Hasta ahora no había prestado atención a las enfermeras, ya que justo a mi lado, hay una enfermera muy guapa, que está despejando su área de trabajo; tez blanca, labios rojos, ojos grandes y grises, cabello negro azabache; es como si tuviera a mi lado a Katnisss Everdeen, la protagonista de Los Juegos del Hambre. La enfermera voltea hacia mi, y no puedo mandar un beso y guiñarme el ojo, a lo que ella responde con una gran sonrisa. Me llevan ella y otras dos enfermeras hasta la sala de radiografías, me meten, nuevamente me ponen las mismas gafas oscuras que la vez anterior, toman la radiografía y me llevan de vuelta a donde estaba.
Al cabo de diez minutos, el doctor regresa con la radiografía revelada, y acompañado del cirujano que estuvo en la operación cuando me rompí la nariz. Veo que me reconoce al instante.
- Charls, no me alegra verte - dice el doctor, en tono lúgubre - bueno, al menos en la situación en la que estás; ya revisamos la radiografía, y efectivamente te vamos a operar, la bala se alojó en la clavícula, pero por fortuna no dañó el hueso o alguna arteria, quiero que te relajes y te prepares mentalmente para entrar al quirófano en media hora.
- Gracias doctor, ¿usted me va a operar?
- Claro, pero también el doctor Pacheco, que en un momento viene, es muy bueno y es especialista en operaciones óseas.
¿Doctor Pacheco?
No se por qué, pero por una extraña razón, siento que lo conozco.
Justo en ese instante, entra un doctor con un cubre bocas puesto, sosteniendo el formulario, en cuanto se quita el cubre bocas , lo reconozco, sé quién es, pero él no sabe quien soy yo.
Es el doctor Ricardo Pacheco.
El padre de Jafet.
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Hoja de papel
Teen FictionCreo firmemente que todo llega a su tiempo, y aunque me muera de ganas por ser abrazado, por recibir besos y caricias en la oreja, por sentir la compañía y el calor de alguien que esté a mi lado acariciando mi cabello mientras escribo sobre mis "p...