Capitulo 24

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Hecuba conduce de regreso a casa por la autopista México-Orizaba a una velocidad de 130 km/h, diez kilómetros por encima del límite establecido.
Fuimos a la zona arqueológica de Xochitecatlen el vecino estado de Tlaxcala, a unos treinta minutos en auto.
La verdad estar en ese lugar me alegró el día,  no lo suficiente como para aparentar que lo de Jen y yo nunca pasó, pero al menos ya no estoy deprimido.
Mis ganas de continuar este día se restablecieron gracias a ese repentino paseo por las pirámides; la verdad es que caminar en medio de plantas,  en un campo repleto de césped podado a una medida estándar, subir más de cien escalones y contemplar la ciudad desde ese punto, me hizo pensar un poco mejor las cosas,  al menos por el momento.
Llegamos a mi casa, y mis amigos recogen las pocas cosas que dejaron dentro; se despiden de mí, suben al auto de Hecuba, se van y me quedo solo,  otra vez.
Entro a la cada y comienzo a levantar las cosas que están tiradas, que son básicamente unos cinco o seis vasos desechables,  una botella vacía de whisky, y las sobras de las palomitas que Hecuba y yo estábamos comiendo ayer, antes de que llegasen Judas y Elena.
Una vez que he levantado todo,  solo queda barrer para que no quede basura en la sala.
Conecto mi celular vía  Bluetooth  al estéreo de la sala, abro Spotify y enseguida busco algún álbum que no hable sobre desamores o tristeza, es el tipo de música que menos necesito escuchar en estos momentos.
No encuentro ninguno.
Voy directamente al buscador, que me da la opción de explorar,  la selecciono y me aparecen un sinfín de opciones.
Encuentro algunos que ya había escuchado, por lo que sigo arrastrando hacia abajo para nuevas opciones; me llama la atención un álbum del grupo  español Mägo de Ozpara ser exactos, el álbum Finisterra Ópera Rock.  Lo abro y le doy play,  solo para salir un poco de lo normal.
Los acordes del rock, mezclados con sonidos de violín y flautas, logran crear un efecto maravilloso, que no había escuchado antes,  y logran subirme el ánimo.
El reloj me dice que son las siete treinta, mi hora de cenar; no recuerdo si hay algo en el refrigerador, o en la alacena, así que voy a escudriñar para ver si encuentro algo, de lo contrario, tendría que salir a comprar tacos para cenar.
La alacena está repleta de condimentos, salsas y bolsas de pastas, pero no encuentro algo que sirva como cena; abro el refrigerador esperando encontrar por lo menos algo de leche, y sí, hay dos galones de leche tan frías como el aire que hace afuera, algo muy común en la ciudad en estos meses,  a punto de que la primavera llegue a su fin.
Hay una caja de cereal de chocolate (que no había visto antes) a un lado del horno de microondas, la cojo y la pongo en la mesa. Saco un tazón para cereal, sirvo leche en él, le agrego el cereal, y me pongo a comer.
Cuando termino, no me molesto en poner mi plato en el lavaplatos, total, no hay nadie que me obligue a hacerlo.
Alguien llama a la puerta.
Por suerte, ya no tengo que salir a ver quién es, porque gracias a la cámara que mandó a instalar mi padre después del asalto, solo tengo que ver en la pantalla de vigilancia que está debajo de la escalera, a un lado de la entrada al búnker.
Debería de sentir angustia, o mínimo, disgusto al ver que es Jafet quien está tocando el timbre, pero no siento nada; aunque estoy decidiendo entre dejarlo pasar (o por lo menos abrirle la puerta) , o ignorarlo, pero reflexiono a fondo y decido abrir, no me gustaría que alguien me niegue la entrada a su casa.
- Charls - dice Jafet - ¿puedo pasar?

Asiento con la cabeza.
Cierro la puerta detrás de él y lo acompaño hasta la entrada, luego a la sala y le invito a tomar asiento, invitación que no rechaza.
No me causa sorpresa alguna su visita, sino, la ansiedad y angustia que refleja su cara.

- Charls,  vengo a hablar contigo - dice, con tono fúnebre.
- Dime.
- Reflexioné un poco las cosas, vengo a pedirte perdón nuevamente, ya sabes,  no estoy tranquilo hasta dejar bien las cosas con todo mundo.
- Oh,  que bien.
- Stiffler, estoy hablando en serio, no lo tomes a la ligera; yo sé que hice algo que no debí haber hecho, solo me dejé llevar por mi instinto de venganza - se hinca enfrente de mí y me toma mi mano derecha - Charlie, te pido que me perdones, por lo que más ames en éste mundo, por Jennifer, estoy arrepentido de lo que hice.
- Jen y yo ya terminamos,  gracias por recordarme mi desgracia - retiro mi mano y suelto un suspiro de exasperación - ya te dije que es imposible que yo te perdone; no sólo dañaste mis sentimientos, mi autoestima, dañaste mi imagen ante el mundo, me hiciste quedar como una persona sin moral, sin respeto;  no me pidas algo que sabes que no haré.

Jafet se suelta a llorar.

- Por favor, no me hagas esto - dice, entre sollozos - perdóname Charls, sabes que soy muy comprensivo.
- Hubieras sacado a relucir esa cualidad antes de haber hecho eso, no ahora - esta situación me comienza a incomodar, e incluso a desesperar - Jafet, deja de llorar,  porque tus lágrimas no van a hacerme cambiar de opinión al respecto.
- Perdóname,  te lo ruego - me suplica de rodillas.

Esto ya se salió de control.
Me levanto del sofá con Jafet abrazando mi pierna, algo que jamás me había pasado, y que además, se me hace algo irritante.

- Suéltame, por favor Jafet, no te pongas así.
- Pero es que tú no me comprendes, no comprendes que estoy arrepentido y quiero solucionar esto - comienza a dar de alaridos - ¡perdóname Charls!.

Jafet ha perdido la cordura.

Lo tomo de sus cabellos, cosa que lo obliga soltarse.

- ¡Lárgate en este momento! - le grito - no me gustan las escenas dramáticas, ten un poco de decencia, ya te dije que no te voy a perdonar, y no pienso hacerlo, es mejor que salgas de mi casa y de mi vida en este momento, no quiero volver a toparte en la calle, olvídate de mi existencia, finge que nunca nos conocimos, no quiero volver a verte nunca, Jafet.

Bruno se pone a ladrar desde afuera del cancel del patio trasero.
Voy hasta la puerta y la abro; le hago un ademán para que salga.

- No me hagas esto, Charls.
- ¡LÁRGATE!.

Sale al porche, abro la puerta que da a la calle y él sale sin decir nada.
Azoto la puerta.
Entro a la sala y me inunda una ola de coraje.
Apago la luz de la sala y subo a mi habitación para olvidar este día.

Después de unas cuatro horas de dar vueltas en la cama,  y hacer jirones las sábanas, sigo despierto; hay algo que me inquieta y no sé qué es, pero no me deja dormir a gusto. Tal vez sea la visita de Jafet la que me alteró, y en consecuencia no logro conciliar el sueño. Por otra parte, está la ausencia de mis padres, pero no tendría nada que ver, ya que después de casi cuatro años, me terminé acostumbrando a estar solo por días, e incluso semanas.  Entonces,  ¿qué es lo que me mantiene despierto?.
No tomé café, ni dulces ni algo que contenga demasiada azúcar, así que no puede ser por un alto nivel de energía; la casa está sola, y hay un silencio que invade cada habitación, cada rincón, que posiblemente escucharía cómo cae un alfiler. Todo esta abrumadora calma me parece demasiado perturbadora, pero a pesar de eso, no puedo dormir.
Comienzo a sudar debido al calor que se empieza a sentir en la habitación; el pijama comienza a estar de sobra en mi cuerpo, me saco la camisa, luego el pantalón y me quedo en ropa interior, lo cual soluciona mi problema con la temperatura.
Pero ni así me duermo.
No hay ni la más mínima sensación de sueño, ni siquiera un bostezo.
De repente recuerdo algo que ingerí hoy: medio litro de Coca-Cola que tomé esta tarde en las pirámides, combinada con unos cuantos caramelos que Judas compró y repartió entre nosotros.
Pero aún así, dudo que sea eso lo que me está impidiendo conciliar el sueño; opto por levantarme de la cama, me pongo unas sandalias y voy a tomar un vaso de agua a la cocina.
El líquido me llena un vacío en el estómago, que espero satisfaga el insomnio, porque mañana debo ir a la escuela y...
Un momento.
¿Qué día es hoy?
He estado tan absorto en mis problemas que hasta la noción del tiempo perdí, no sé qué día es hoy; si no fuese por la situación que acabo de plantearme, posiblemente hubiera seguido sin saber la fecha, a menos que prestara atención a mi celular.
Enciendo la luz de la sala,  voy hasta donde está el calendario alemán que compró mi padre cuando estuvo en Alemania, hasta que me doy cuenta de que no sirve de nada verificar la fecha si he perdido la noción del tiempo.
Apago la luz y vuelvo a subir a mi habitación, busco el móvil, y en cuanto lo encuentro, no dudo en encenderlo;  es viernes 10 de junio.
Casi me desmayo de la impresión al recordar lo importante que tengo que hacer mañana.
Tengo examen de admisión en la universidad.
Eres un idiota, Charls Stiffler.

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