Capitulo 18

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Eso no me lo esperaba.
¿Quién le dijo que yo estaba aquí?
O ¿fue casualidad?
No lo creo.
En el mejor de los casos, le diría que él me besó.
Y en el peor de los casos, le tengo que decir la verdad.
-Jen - titubeo.
- No hace falta que me digas nada, ya vi suficiente como para que intentes excusarte de la realidad - contesta Jennifer.
Acto seguido, tira al suelo una rosa blanca que, supongo, era para mí, y se da la vuelta.
Empujo a Jafet y voy tras de ella, con el corazón latiendo a mil por hora. Corro hasta alcanzarla, la tomo del hombro con mi mano derecha y la volteo; ella responde con una bofetada.
- ¿Por qué lo hiciste? - pregunto, agarrando mi mejilla izquierda.
- Y todavía preguntas por qué - contesta, sarcástica - ahora me dirás que lo que vi no es real, ya vi bastante, así que no intentes excusarte de la realidad.
- Jen, por favor, escúchame - le digo.
- Ya te he escuchado durante más un año y medio, y ahora me doy cuenta de lo estúpida que fui al enamorarme de un joto.

¡Auch!
Tantas palabras con dolor en un solo día, aunque ya debería haberme acostumbrado.

- ¿un joto? - pregunto, con una voz rota.
- Bueno, ¡lo que seas! Me da igual. Déjame en paz por favor Stiffler, ¿no entiendes que lo nuestro es historia? Nadie más que tú provocó este desastre, te toleraba todo ese rollo de los mensajes, y de tu bisexualidad, pero esto no se lo perdono a nadie. No el hecho de la infidelidad, porque te lo pasaba hasta con la más puta de las mujeres pero ¿con un hombre, Charls? Es sin escrúpulos. Tu amor me hizo sentir alguna vez en el cielo, y con esto me acabas de arrastrar hasta el mismo infierno, pero esto me pasa por ser tan buena persona y ser indiferente a todas las cosas que ocurrían en torno a tí; no más Charls, esto se acabó, se terminó gracias a tí por ser tan poco hombre.

Aparta mi mano de su hombro, y se va corriendo hacia el otro lado del estacionamiento, donde supongo está el auto que le regaló su padre.
Volteo y veo a la causa de todos estos problemas justo donde lo dejé, mirando a unos veinte metros todo lo que ocurrió. Saco las llaves del bolsillo de mi pantalón, abro el auto con el control, paso de lado junto a Jafet, me subo al auto y lo arranco; justo cuando estoy por meter reversa, Jafet toca la ventanilla del auto; bajo el vidrio para ver que ocurre.
- ¿Qué quieres? - le espeto.
- No te vayas, no he terminado de hablar contigo.
- Pero yo contigo sí, adiós Jafet.

Saco el auto del estacionamiento, me incorporo al bulevar y me largo a casa.
El camino se regreso me parece una eternidad por dos sencillas razones: voy a sesenta kilómetros por hora; y por el fin de mi relación con Jennifer; todo el trayecto tengo en la cabeza el mismo pensamiento, lo intento cambiar, pero sin éxito, aún no logro asimilar que la pareja Stiffler Sandoval ya no existe, ya pasó a mejor vida. Pero no lloro para nada, ya he derramado bastantes lágrimas en tan poco tiempo, y ya estoy cansado de parecer un enclenque llorón quejándose y rompiendo en llanto cada vez que algo malo me sucede; como si no tuviera bien puestos los pantalones.
A medio camino, un semáforo me marca luz roja, y aprovecho para encender el estéreo y sincronizo vía Bluetooth mi celular, para que éste suene en el sistema de sonido del auto. Abro la biblioteca de Spotify, y le pongo play al primer álbum que veo, "Purpose" de Justin Bieber; no presto atención a lo que está sonando en las bocinas, simplemente quería intentar distraer mi mente de todo este embrollo en el que me he metido gracias a mi insensatez; la luz cambia a verde, meto la velocidad, pero en lugar de avanzar hacia adelante cuando suelto el embrague y comienzo a acelerar, el auto comienza a avanzar en reversa, por suerte reacciono al mismo tiempo en que la camioneta Toyota que está atrás de mí me suena el claxon; cambio de velocidad lo más rápido que puedo y ahora sí avanzo hacia el frente; la camioneta a la que estuve a punto de pegarle con la defensa del Seat acelera, se empareja a la misma altura a la que voy, baja el vidrio oscuro del lado del chófer, y la mujer que conduce, me enseña el dedo medio, luego acelera por unos dos segundos con su mirada aún en mí, hasta que choca con el coche que va enfrente de ella. Eso se merece por grosera. Cuando paso al lado de ella, solo me río, ladeo la cabeza y continúo con mi camino a casa.
Después de unos tres o cuatro kilómetros, me encuentro con un problema de tráfico, y avanzo a vuelta de rueda; sólo me faltaba esto para complementar un día lleno de mala suerte. El lento desfile de carros avanza al menos unos cuatro metros por cada minuto transcurrido, y yo me comienzo a desesperar un poco, además, se empieza a sentir calor aquí dentro; acciono el botón para bajar las ventanillas y así lograr que entre un poco de aire dentro del auto; podría poner el aire acondicionado que trae incluido, pero no me gusta el ruido que hace, y me gusta más el aire natural, lleno de polución, pero natural.
Después de unos quince minutos, y de haber avanzado al menos cien metros, veo la causa del tráfico. Se trata de una carambola entre una Kia Sorento, un Chevrolet Malibú y una GMC Sierra; aparentemente la camioneta Kia fue quien tuvo la culpa, a juzgar por el golpe que recibió la GMC en la puerta del chófer, y el otro auto se estampó detrás de esta. Hay más automóviles estacionados en el carril de baja, junto con los afectados, y cuando estoy más cerca de ellos, puedo ver que se trata de las aseguradoras, quienes vienen a pagar los deducibles del percance.
Después de dejar atrás el accidente y el tráfico, el bulevar está libre y transitable, como normalmente suele estar. Voy a una velocidad moderada, puesto que ya no tengo prisa alguna, y con lo que acabo de ver, ya no me dan ganas de pisar a fondo el acelerador, ni mucho menos en un auto que no es mio. En el siguiente semáforo me vuelve a tocar luz roja, detengo el auto y aprovecho para quitarme el suéter; había olvidado que lo llevaba puesto; lo lanzo a los asientos de atrás, vuelvo a abrocharse el cinturón de seguridad, y al girar mi cabeza hacia la derecha, veo una patrulla de tránsito, me está diciendo que me estacione en el carril de baja.
No entiendo por qué me hace señales, respeté la luz roja, me detuve antes del cruce peatonal, las luces están bien (deberían estarlo, porque no tiene ni dos meses que mi papá compró el auto), llevo el cinturón, he prendido las luces direccionales, en fin, no tengo más remedio que obedecer.
El semáforo concede el cambio de luces, y acelero un poco para poder tener espacio entre la patrulla y yo al cambiar de carril, supongo que los oficiales piensan que me voy a escapar, porque suenan la sirena, pero la apagan en cuanto prendo la luz direccional derecha.
Nada más me estaciono en el camellón lateral, y ya tengo al oficial en la ventanilla.
-Buenas tardes joven - me dice, con una voz terriblemente sexy - ¿me permite su tarjeta de circulación y su licencia?
-Buenos días oficial, claro, espere un momento - respondo.
Abro la guantera del auto, saco la tarjeta, y busco mi cartera en mi bolsillo trasero, agarro mi licencia y le tiendo ambas cosas al oficial.
- Está bien, permítame revisarlos - camina hacia el cofre del auto, apoya su trasero en éste, mientras revisa los documentos; regresa hacia mí - usted no es el propietario del vehículo ¿cómo es que conduce un auto que no es de usted?
- Es de mi padre - respondo a la defensiva - mi permiso está en regla, ahí están los nombres de mi padre y el mio.
- Está bien, joven - saca lo que parece ser un block de notas de la bolsa de su camisa, y me entra pánico al recordar de qué se trata : un block de formulario de infracción. Escribe unas cuantas cosas en una hoja, y luego me lo tiende en la mano - ésta es la dirección a la que debes ir a renovar tu licencia, está a punto de vencer, y es la provisional, así que ya necesitas tramitar la licencia oficial, ¿de acuerdo?
- De acuerdo.
-Aquí tiene su licencia y la tarjeta, que tenga un excelente día, y disculpe las molestias - se sube a la patrulla, y se va tal y como llegó.
Arranco el auto, comienzo a avanzar los últimos dos kilómetros que restan para llegar a mi casa; lo hago de la manera más serena y pacífica posible.
Por el momento no me apetece ir rápido, sucedieron tantas cosas en tan solo unas horas, y no estoy de ánimo para hacer las cosas que solía hacer.
En menos de diez minutos llego al fraccionamiento, que es inconfundible por el estilo arquitectónico que tiene en su fachada, al igual que sus jardines de la entrada; el vigilante que está en la entrada presiona el botón que abre la enorme reja de hierro macizo, que supongo, pesa como mínimo, media tonelada, pero con los enormes pistones automatizados a control remoto, no es gran problema.
Entro e inmediatamente se cierra.
Cuando estoy a unas dos manzanas de llegar a mi respectiva casa, se comienza a reproducir una canción que no estaba en el álbum, se trata de Hasta la raíz, de Natalia Lafourcade, la canción que una vez Jennifer y yo decidimos que nos identificaba.
Me suelto a llorar, pego un grito y apago el estéreo de un manotazo.

Hoja de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora