CHARLOTTE
Mi despertador emitió un sonido espantoso, lo que me hizo exaltarme y salir de la cama hasta el suelo.
—Tengo que cambiar de tono— me dije. Me levanté del suelo y me sobé el golpe en el brazo derecho.
Fui directo al baño; me lave la cara, cepillé un poco mi cabello, lave mis dientes, me coloque mis gafas y salí en busca de lo que sería mi atuendo del día. No soy de esas chicas que tardan horas en elegirlo, o que se preocupen por combinar colores, accesorios y esas cosas; agradezco infinitamente que los miércoles nos dejen llevar ropa normal, en lugar de ese espantoso uniforme, sobre todo porque ya está entrando el invierno; los primeros jeens de mezclilla que salieron del clóset, una camiseta blanca sencilla, mis zapatillas converse y una sudadera para mantenerme caliente es lo único que necesito.
Salí de casa con el tiempo medido para llegar al Instituto. Subí a mi bicicleta y comencé a pedalear.
Y justamente cuando creí que todo iba bien, fue cuando me di cuenta de no llevaba el suficiente peso sobre mis hombros.
Me di un par de bofetadas mentales. Mi mochila se había quedado en casa. Aceleré como nunca antes.
Regresé a mi casa, adentre la llave lo más rápido posible y saque mi mochila, ¿no podría tener un día normal en toda mi vida?
Llegué al Instituto y deje la bicicleta en el lugar exclusivo para éstas al lado de unos grandes árboles. Corrí hasta mi aula, llegaría tarde a la clase de Ciencias, y eso sólo empeora mi mañana. Toque la puerta y de inmediato el profesor me abrió la puerta; me miro con cara de pocos amigos. Yo lo miré en busca de comprensión o algo, pero no obtuve nada; ese profesor es más amargado que alguien soltero a los 50, y se supone que tiene 32 (nadie le cree).
— ¿A visto la hora Señorita Gómez?— preguntó mirando su reloj de muñeca, para después posarlo prácticamente sobre mí cara. Entiendo, uso gafas, pero creo que es para eso… ver mejor ¿no?, no era necesaria una indirecta tan directa.
—Lo siento profesor. Le prometo que no volverá a pasar— respondí apenada. Volví a mirarle y le sonreí tímidamente, él suspiró pesadamente.
—Eso espero señorita, tiene suerte, no había dado aún el pase de lista— serio se hizo a un lado para dejarme pasar. Entré y busque mi asiento con la mirada, pero no lo encontré, estaba ocupado; ¿quién además de mí le gustaría sentarse justo enfrente del profesor? A nadie, y mucho menos a Calum Adams, del equipo de soccer; pero recuerdo que la última clase de tanto desorden que hubo en la parte de atrás, el Prof. Miggins dijo que los separaría por el resto del curso.
Suspiré y me senté en el único asiento desocupado; junto al más raro de la clase, Alan Espinoza.
˜***˜
La clase de ciencias estuvo de verdad aburrida y realmente desesperante, 1) porque fueron dos clases seguidas 2) porque Alan estuvo lanzando bolitas de papel con saliva a todo el salón (incluyéndome), además de hablar y hablar de cosas sobre un videojuego que no importaba en lo absoluto.
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¿Apostamos?
Novela Juvenil—Esto será sencillo. Y después descubrirás por ti misma primita, que un hombre como yo no cambia, hombres como yo no nos fijamos en ese tipo de chicas. —No estés tan seguro. Charlotte Gómez: el objetivo. Nicolás Western: el apostador. Marcel Col...