Capítulo 4

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Por alguna extraña razón Frank olvidó la existencia del ascensor y comenzó a correr escaleras arriba con una estúpida y enorme sonrisa dibujada en los labios, y el corazón totalmente desbocado. Era una sensación extraña y no tenía palabras para describirla, pero se sentía totalmente agradable e infinitamente cálida. Aunque posiblemente la calidez venía porque llevaba ya cuatro pisos y no estaba en el mejor estado físico. Jadeando se detuvo y trazó el camino hasta los ascensores. Las puertas dobles no tardaron en abrirse ante él, y con el rostro completamente rojo terminó de subir los cinco pisos hasta su nuevo y mínimo hogar.

Tal y como suponía, a simple vista estaba vacío. Todas las luces estaban apagadas al caminar a través de la habitación que hacía de recibidor, sala de estar y comedor. Lo único genial era la vista, sobre todo a esas horas que la ciudad entera estaba iluminada y era casi innecesario usar luz artificial en el departamento porque la luminosidad se colaba a través de los amplios ventanales que abarcaban toda la pared. A través del pasillo encontró una débil luz que se colaba por los bordes de la puerta de su hermana menor.

— ¿Frank, eres tú?

Él sonrió.

— No, soy un ladrón. Abre la maldita puerta y dame todos tus productos Apple y merchandising de One Direction.

— Vete a la mierda —respondió su hermana.

— Si mamá te escucha diciendo eso te va a castigar.

— Pero mamá no está.

— Yo soy mamá.

— No bromees, Frank —ahora gritó—. Hay media pizza en el refrigerador. Es toda tuya, yo estoy aburrida de comer pizza.

— No entiendo cómo es que eres mi hermanita —bufó Frank, y sin ánimos de seguir conversando a través de una puerta cerrada, siguió el camino hacia su propia habitación.

Era pequeña y deprimente, como todo lo demás ahí. Su cama de una plaza estaba pegada a la pared y junto a ella estaba la mesita de noche plagada de cosas que no recordaba haber adquirido. Cerca de ellas estaba el escritorio con su computador portátil encima y una pila de libros y cuadernos que posiblemente nunca en la vida ordenaría. Las puertas de su armario estaban abiertas, dejando ver el desastre al interior. Y a los pies de la cama, en un soporte anclado a la pared estaba su televisión. Su padre la había puesto ahí para ahorrar espacio, aunque Frank creía que iba a caer en cualquier momento e iba a quebrar sus piernas, o algo así. Gracias a Dios era una pantalla plana y no una de esas televisiones cuadradas y enormes.

Dejó su mochila en la silla del escritorio y luego se quitó también el calzado y la chaqueta. Sin más se lanzó a la cama y se quedó mirando al techo. Había tantas cosas que quería hablar con su madre, o con su hermana. Pero no sabía cómo demonios abordar el tema y estaba totalmente seguro que, de contarles que estaba increíblemente emocionado porque había hecho un amigo, ambas se reirían de él en su cara. Era patético. Aunque, para ser justos, él mismo se consideraba un ser bastante patético de todos modos.

Sin muchas ganas de seguir pensando, abandonó la cama y luego de cambiar sus prendas por su cómodo pijama con motivo de Star Wars, salió rumbo a la cocina para recalentar aquél delicioso trozo de pizza.

Era viernes, y su madre conducía a través de las pocas calles que distaban hasta la escuela para ir a dejarlo. Era obvio que ella no iba a caminar aquél tramo en tacones, y era también obvio que no quería ir a dejar a su hijo. Se lo había repetido durante todo lo que iba de la mañana, y cada vez que Frank alzaba la mirada, volvía a decirlo.

the drama club • frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora