Capítulo 8

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El ascensor era usualmente rápido, pero en ese momento en particular parecía que volaba. O quizás era él quien volaba y estaba llevándose a la caja metálica consigo. Hubiese sido genial, sin embargo, sobrevolar la ciudad en un ascensor así como en Charlie y la Fábrica de Chocolates; de poder hacerlo viajaría hasta Gerard sólo para obtener de él un segundo beso. Beso... la sola palabra le ponía nervioso y el recuerdo hacía que sus mejillas se encendieran. Sabía que estaba sonriendo, lo que no sabía era como dejar de hacerlo porque al parecer a su rostro le importaba bastante poco lo que él deseaba. Y realmente deseaba que nadie en su hogar notara su emoción porque sinceramente no sabía cómo demonios explicar que su primer beso había sido con un chico. No veía a sus padres como homofóbicos, y realmente esperaba que no lo fueran... pero no sabía cómo iban a reaccionar, y no quería que su hermana se burlara de él. Aunque claro, ella se burlaría ya fuera un chico o una chica puesto que su hermanita ya había dado varios besos y él recién estaba iniciándose en eso.

— Un beso... —suspiró para sí mismo.

Mirando a su reflejo en la superficie del ascensor sentía que sus labios lucían diferentes, como más hinchados, más rojos o más brillantes. ¿Era eso lo que los besos provocaban? Incluso su sonrisa lucía diferente, como si sus comisuras hubiesen decidido alzarse o algo así.

Caminó sobre algodón de azúcar a través del pasillo y desde el bolsillo pequeño de su mochila extrajo las llaves para abrir la puerta. Una vez la cerró a sus espaldas soltó un suspiro y comenzó a reír como un imbécil. Hasta que abrió los ojos y descubrió que su hermana menor y otra chica estaban sobre el sofá, mirándolo como si estuviera realmente loco. Y quizás lo estaba, un poco.

— Mamá me dio permiso para traer una amiga a casa —comentó su hermana, mirándole con una ceja alzada—. Vamos a pedir comida china, ¿quieres tú también?

— No creo que mamá te deje ver Orange is the new black. Las escuché hablando de eso la otra noche —respondió Frank, de alguna forma tenía que recuperar la compostura. Además la amiga de su hermana le miraba raro.

— No seas aguafiestas, ya casi terminamos la cuarta temporada —dijo su hermana—, si te quedas callado prometo guardarte el secreto.

— ¿Qué secreto? —Frank le miró extrañado.

— Que estás rojo como un tomate y que tus ojos brillan como si hubiesen muchos fuegos artificiales ahí dentro —ella comenzó a reír, y también lo hizo su amiga. Frank bufó por lo bajo, pero no dijo nada y arrastrando los pies fue a encerrarse a su habitación— ¿Quieres o no?

— ¡Menú vegetariano para mí! —gritó antes de cerrar la puerta.

Una vez resguardado en su propia habitación pudo volver a reír como un imbécil. Lanzó la mochila a la silla del computador y él se acostó sobre la cama, escondiendo el rostro contra las tapas para ahogar sus propios sonidos. Era tan estúpido reír sin motivo alguno, aunque tampoco podía evitarlo. Simplemente se sentía tan feliz.

Una de sus manos fue a los bolsillos de su pantalón para buscar su teléfono, y junto a él extrajo un papelito doblado en varias partes. Cuando lo estiró volvió a sonreír, y un sonoro suspiro abandonó sus labios entreabiertos. Era una lista de canciones que Gerard le había dado durante el almuerzo. "Son mis canciones favoritas" había dicho, "al menos son las que creo que podrían gustarte."

Con los recuerdos el interés por lo que había en su celular fue reemplazado por las canciones, y aunque su cuerpo se sentía bastante cansado se lanzó a la silla frente al computador para comenzar a buscar las canciones una a una. Había algunas que conocía y otras que en su vida había pensado escuchar porque eran de bandas aburridas o demasiado viejas, pero las canciones eran geniales y pensar en que Gerard solía escucharlas las hacía todavía más geniales. Y en cierto modo, eso lo ayudó a sentirse más cercano a él.

the drama club • frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora