8. -Extraña pelirroja.

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No podía creerme que había abrazado a Mike, pero no podía creerme que había abrazado a un hombre después de haber estado años huyendo de todos menos de John, porque no podía huir de él, básicamente.

Lo había intentado en muchas ocasiones, me había llegado a fugar del apartamento donde vivía con él y Crystal, saliendo del barrio incluso, pero siempre me encontraba por unos motivos u otros y el castigo era peor.

Por una vez de tantas, me encontraba despejando esos horribles pensamientos de mi cabeza sentándome en un sofá en suma soledad y silencio, pues los chicos se habían ido ya con sus sonrisas por lo que yo había hecho.

Me había atrevido a hablarles. Les había hablado. A ellos. A cinco hombres. Yo. Y lo más extraño era que había abrazado a uno.

No sabía cómo tomarme eso.

Suspiré mirando alrededor y pensé en qué haría una joven normal de veinte años en una casa que todavía era desconocida estando completamente sola hasta no sabía qué hora.

No quería destrozar la casa organizando una fiesta como en esos libros que siempre leía en la biblioteca de mi antiguo instituto o como en las películas que solía ver en el piso para entretenerme, pero recordé que no tendría a nadie a quien invitar.

Mi circulo social siempre había sido cero desde que tenía trece años y me mudé con Crystal, así que nunca había tenido esas amistades que tanta envidia me daba ver en la televisión, leer en libros o que veía cuando iba por la calle.

Me levanté del sofá de nuevo, fui hasta la cocina y me di cuenta de que las tazas que tenía que haber fregado, no estaban porque ya alguien las había limpiado.

¿Por qué? Era yo quien tenía que hacerlo.

Me resulto extraño eso, pero no podía hacer nada si ya no había nada sucio aquí, así que aproveché para limpiar el suelo, los muebles e incluso las ventanas poniendo un poco de música en el teléfono y cantando a pleno pulmón aprovechando la soledad.

Toda mi mañana la pasé así, limpiando y recogiendo entre canciones, pero estaba acostumbrada a que esto pasara cuando llegaban los fines de semana o cuando aún estaba en el instituto y volvía a aquella casa, así que no me molestaba.

Además, John decía que yo era mujer y había nacido para estas cosas, para limpiar, recoger, cocinar y cuidar de los hombres que vivieran conmigo. Se enfadaba cuando no hacía lo que él quería y, aunque ahora él no estaba, esos pensamientos seguían ahí porque era la forma en la me había criado; para bien o para mal.

Cuando acabé, todo relucía y pensé en que me encantaría ver la cara de los chicos al volver y ver todo tan limpi...

No.

No quería ver la cara de nadie al ver todo tan brillante.

Era lo que tenía que hacer, ¿para qué sentirse orgullosos de que hubiera recogido la casa cuando era mi obligación?

Suspirando con resignación de que nadie nunca podría sentirse orgulloso de mí, me di cuenta de que era la hora de comer así que, como buena mujer, entré a la cocina a hacer el almuerzo.

Le dejaría hecho algo a los chicos también porque no quería que se molestaran conmigo por haberme olvidado de ellos o por haber comido sola y no dejarles nada.

No me quedaba otra opción más que buscar la comida, abrir armarios para buscar ollas donde hervir o buscar algunos otros útiles para poder cocinar, aunque seguía dándome respeto husmear por aquí.

La cocina olía a almuerzo recién hecho y, como siempre había cocinado desde mi escasos trece años para Crystal y John, sabía cocinar casi cualquier cosa.

Katie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora