Maratón 3/3.
Sentada en el sofá reía a carcajadas aún.
Les había dicho mediante señas, porque no podía parar de reír, que no podíamos hablar en el pasillo frente a la puerta de mi habitación y habíamos bajado al salón.
—¿Por qué has placado a Néstor? —Preguntaba un Mike confuso y yo más reía con su tono de voz.
—Por... Porque... —No podía hablar.
No podía parar de reír, y no me reía solo porque Abby casi descubría, dos veces en menos de diez minutos, que yo vivía con ellos, si no por los nervios de haberme encontrado encima de Néstor sintiendo cada parte de su cuerpo contra el mío, con sus manos agarrando mi cintura firmemente.
—¡Kay, deja de reír! —Me regañó Mike y yo limpié una lágrima de risa intentando parar.
—Lo siento... —Me calmé bebiendo de un vaso de agua que Matt me había traído.
—Déjala en paz, Michael, es muy adorable escucharla. —Ian fue quien regañó a Mike, que le miró entrecerrando los ojos.
—¿De dónde has sacado la fuerza para placarme así y tirarme al suelo, pequeña? —Néstor preguntó con asombro y duda en el apodo, porque con la fuerza con que lo había derribado, dudaba que fuera tan pequeña.
—No lo sé. —Me encogí de hombros riendo un poco, pero ya no tanto. —Ha sido el momento, me he puesto muy nerviosa. —Me sinceré mordiéndome el labio inferior.
—¿Por qué? —Preguntó, esta vez, Josh.
—Porque... —Entonces caí. —¡Oh, mierda! ¡Abby! —Me levanté, salté el sofá y corrí escaleras arriba.
Cuando llegué a la habitación, me di cuenta de que el ordenador no estaba apuntando hacia la puerta, más bien hacia la ventana, lo que me llevó a pensar que me había tirado sobre Néstor sin necesidad.
Me sonrojé recordando el momento y recordando, también, lo confiada y nada asustada que me sentí con todo su cuerpo debajo del mío, con sus manos agarrando mi cintura, nuestros rostros a centímetros de distancia, pero de inmediato dejé de morderme el labio inferior despejando esos extraños pensamientos.
¿Qué coño me pasaba?
Malditas hormonas revolucionadas, maldita juventud, maldita mentalidad adolescente y malditos días del mes.
Me vino todo junto...
—Ya estoy aquí. —Me senté otra vez en la cama con el ordenador sobre mis piernas.
—Lo siento, Katie... —Se disculpó.
—¿Qué pasa? —Ella suspiró resignada.
—Mi madre vino a decirme si puedo ayudarla mañana con otra sesión de fotos antes de ir a clase. —Rodó los ojos.
—No te preocupes, lo entiendo. Yo empezaré a ir el lunes. —Asintió dando palmaditas.
—¡Lo sé! ¡Tengo tantas ganas de poder estar juntas en clase que no te las imaginas! —Me reí de su emoción.
No tardamos más en despedirnos cuando su madre volvió a la habitación para hablar con ella sobre algunas cosas de fotografía que se olvidó de contarle antes.
Me dijeron que ella era modelo y su marido era fotógrafo, que así se habían conocido, de hecho, y Abby los ayudaba a veces ya que ella también amaba ese mundo.
Lo sabía. Estaba muy bien enterada de eso.
No pude evitar sentirme extraña ante su buena relación madre-hija y al ver su enorme parecido físico. Ambas pelirrojas de grandes ojos verdes, pecas repartidas por sus mejillas y nariz, un cuerpo con curvas y con dos sonrisas deslumbrantes.
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Katie.
ChickLitKatie tiene veinte años, una vida de abusos demasiado difícil que cambia drásticamente de un día para el otro, eso sin contar el horrible temor a los hombres que padece por culpa del desgraciado novio de su madre. Dicen que el destino es caprichoso...