44. -Desconfianza.

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Me metí en la ducha rápidamente para quitar el sudor s que recorría todo mi cuerpo y los fluidos que recorrían mis piernas, sintiendo mi entrepierna mucho más sensible cuando el agua de la ducha, propiamente dicha, me cayó directamente ahí.

Recordé lo que había sucedido.

Intenté reaccionar a lo que había hecho con Néstor, con el amigo de Mike, con un hombre al que tendría que ver todos los días durante, probablemente, unos meses más.

Se sentía muy diferente de cuando John me obligaba y a cómo me lo imaginaba, a lo agradable que podría ser si el hombre en cuestión sabía cómo tratarme.

Néstor fue atento, estuvo pendiente de mí todo el tiempo, preocupado de hacerme sentir cómoda y confiada, haciéndome estarlo durante todo el momento. Incluso sonrió abiertamente, se rió y me contó esa historia surrealista para hacerme sentir más tranquila.

Dolió lo que tenía que doler al principio, pero eso debería de ser normal, puesto que fue algo rápido a pesar de habernos tomado nuestro tiempo en sentirnos confiados, sobretodo yo.

No me importaría repetirlo con más tiempo a nuestro favor.

¿De verdad quería repetirlo?

Sí, definitivamente.

Quería que me enseñara lo que le gustaba, lo que me podría llegar a gustar a mí o diferentes formas de dar y recibir placer, pero lo más importante que me enseñara a disfrutar.

No solo que me enseñara a disfrutar con un hombre, también conmigo misma.

Pensándolo bien, y recordando lo que había hecho él, creía que ya me había hecho saber, de algún modo muy sutil, cómo hacerlo. Solo me quedaría explorarlo por mis propias manos, aunque iba a seguir preguntándole para que me enseñara.

Salí de la ducha, me miré en el espejo y me di cuenta de que no podía dejar de sonreír, y eso fue porque me veía diferente. Me veía bien, contenta, no como hacía una semana, cuando llegué siendo una niña asustadiza y apagada.

Mi vida había cambiado muchísimo en una semana en todos los sentidos:

Tenía una pequeña familia que también eran mis amigos, tenía una extraña y loca amiga llamada Abby, había retomado mis estudios en una buena escuela, sin mencionar que yo misma había cambiado demasiado mentalmente, pero también personal y físicamente.

Me veía con más brillo, tanto en la piel como en el pelo, los ojos y labios. Mi sonrisa se veía sincera y real. Mi cuerpo ya comenzaba a dejar atrás eso de estar en los huesos y, aunque seguía siendo muy delgada de complexión, no estaba rozando lo enfermizo.

Me gustaba esta nueva Katie, creciendo, haciéndose una mujer y siendo fuerte, confiada.

Estábamos casi a mediados de abril, en ocho meses iba a cumplir veintiún años y este cambio me venía demasiado bien.

Mordí mi labio aguantando una carcajada de felicidad y envolví mi cuerpo en una toalla sacada previamente del armario del baño para ir hasta la habitación, la cual estaba vacía, pero oía las voces de todos en el salón, identificándolas una a una.

Me vestí con ropa de estar por casa después de ponerme la ropa interior: pantalón largo de pijama acompañado de camiseta normal, y comencé a recoger la habitación; hice la cama y eché perfume por todos lados.

El ambiente se sentía cargado de sudor y sexo. No sabía si era yo, porque sabía lo que había pasado, o porque realmente en el aire estaba esa sensación de que en este dormitorio dos personas tuvieron relaciones íntimas.

Katie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora