Después de dos semanas mi madre perdió la batalla contra aquel accidente.
Parecía que estaba bien anoche y recuperándose cuando salí de verla en el hospital, pero de madrugada recibimos la llamada de que se había ido para siempre.
Me sentía una pésima hija porque no podía llorar su pérdida. No la echaría mucho de menos después de estos últimos seis años en los que me había estado ignorando todo el tiempo.
Cuando yo tenía trece años, mis padres se divorciaron porque Crystal, mi madre, le era infiel a Jayden, mi padre, así que ella se fue con ese hombre y mi padre desapareció del mapa. Literalmente.
Nunca se supo donde estaba su paradero, si estaba vivo, si estaba muerto, si tenía otra familia, si trabajaba y dónde... Nada, era como si se lo hubiera tragado la tierra.
John, el novio de mi madre, era un completo cabrón conmigo desde que cumplí los quince años. El mismo día de mi cumpleaños, por la noche, abusó de mí y había seguido haciéndolo hasta hoy, cinco años después.
No podía huir de ellos. Lo intenté muchas veces sin éxito alguno. Incluso cuando ya no era menor de edad, me seguían buscando para llevarme a su casa. Siempre me encontraban para traerme de vuelta diciendo que estaba mentalmente enferma y no podía valerme sola o estar sola, así que nadie les decía nada porque pensaban que ellos eran los que tenían razón.
De todos modos, no importaba dónde me escondiera o dónde fuera porque siempre me traían de vuelta, así que al final lo di por perdido, me di por perdida a mí misma. Ya no podía soportar sus castigos, lo acepté y me rendí.
Crystal trabajaba de noche y no sabía dónde porque nunca hablaba de eso, pero solía escucharla llegar muy tarde a su departamento cuando esos tacones altos resonaban en las baldosas del piso.
Incluso olores extraños entraban por la rendija de la puerta de mi habitación. Olía a humo, alcohol y fuertes perfumes masculinos entremezclados, así que solo podía sentir dónde trabajaba y qué hacía.
Sabía que ella había sido enfermera durante mucho tiempo cuando yo era pequeña, pero luego dejó de hablarme y dejó de decirme cosas, así que no sabía casi nada de ella. Solo podía sospechar.
Ya tenía veinte años.
Mi madre acababa de morir hace dos semanas y mi padre no estaba a la vista. John y Crystal no estaban casados y yo ya era 'mayor', sí, pero como no estaba mentalmente estable necesitaba a alguien que me cuidara por mi propio bien como aquella terapeuta en el hospital en el que estaba mi mamá me dijo cuando me revisó.
Para ser sincera, ni siquiera terminé la secundaria porque no podía soportarlo más. No podía concentrarme en nada más que en lo que sucedía en aquel piso en ese momento, así que dejé mis estudios y me aislé del mundo.
Esa fue la razón por la que tuve que volver a estudiar en una escuela especial para adultos y la razón por la que necesitaba a alguien que me cuidara.
La persona que figuraba en los papeles como la persona a cargo de mí si algo les pasaba a mis padres cuando yo era menor era el mejor amigo de mi padre, un hombre llamado Michael, así que decidieron que él iba a ser 'mi tutor', o mi cuidador mejor dicho, mientras me recuperaba de todo esto y mi salud mental se recuperaba.
Por alguna razón, ese nombre no me sonaba, pero me recordaba a uno muy similar, 'Mike', y ese me parecía mucho mejor. Me sonaba muy familiar.
Vagamente tenía recuerdos de mi infancia, preadolescencia y adolescencia. No recordaba tener más familia ni hermanos siquiera, porque Crystal había empezado de cero con John, no queriendo saber nada de su antigua vida.
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Katie.
ChickLitKatie tiene veinte años, una vida de abusos demasiado difícil que cambia drásticamente de un día para el otro, eso sin contar el horrible temor a los hombres que padece por culpa del desgraciado novio de su madre. Dicen que el destino es caprichoso...