21. -Vergüenza.

7K 555 95
                                    

Eran las siete cuando sonó el despertador, pues tenía que ir a mi primera consulta con "el mejor psicólogo de la ciudad", por lo que oí ayer, y mi bajo vientre dolía como si se me estuvieran rompiendo los ovarios, lo que me hizo levantar corriendo y entrar al aseo.

En efecto, mis sospechas fueron confirmadas cuando me senté en el inodoro, contemplé mi ropa de mitad hacia abajo manchada de sangre y suspiré poniendo los codos en mis muslos, pensando en qué mierda haría ahora.

Me quité toda la ropa y entré a la ducha mientras se me ocurría algún plan momentáneo, puesto que era obvio que en la casa no había ni una sola compresa o tampón que pudiera utilizar porque eran todos hombres sin contarme a mí, la nueva inquilina.

Oí a Mike gritando por mi nombre cuando estaba terminando de quitarme el jabón del cuerpo y, enseguida, la puerta del baño sonó del otro lado con fuertes golpes de advertencia.

Salí enredada en una toalla y abrí solo lo necesario para asomar la cabeza con otra toalla tapando mi pelo como si fuera una manta, apretando la del cuerpo contra mi pecho para que no se cayera, aunque Mike no podía verme el cuerpo por estar cubierto por la puerta.

No solo estaba Mike, Néstor e Ian también estaban en mi habitación, y los tres parecían decepcionados mirando algún punto de mi cama, así que miré también viendo una mancha de sangre en medio de las sábanas, que encima eran de color claro.

—¿Qué has hecho, Kay? —Preguntó Mike llevándose las manos a la cara y restregándola.

—Mike... Eso... Es... Eh... Yo... No... —Tartamudeé, sonrojada y nerviosa.

—Estoy esperando una respuesta, por favor. —Se cruzó de brazos.

—Michael, creo que eso no es lo que estamos pensando... —Ian habló, razonando y mirándolo.

—¡¿Y qué es, Ian?! —Se enojó un poco.

—Michael, relájate... —Néstor le habló, indicándole que se calmara, también dándose cuenta de la situación.

—No, Néstor, no. Dime, ¿por qué hay sangre en el colchón si no es por lo que todos sabemos? —Se molestó, señalando mi sábana.

—¡¡Joder, Mike, porque porque me bajó el periodo como cada puto mes!! —Exclamé, molesta y con el ceño fruncido.

Me gané la atención de los tres hombres, lo que me ruborizó hasta el punto de entrar de nuevo al baño y cerrar la puerta para esconderme dentro pensando en lo que acababa de hacer.

¡Dije palabrotas en voz alta y le grité a Mike!

Y no solo contenta con eso, lo peor fue lo que le había gritado.

Sin duda, no llevaba bien los cambios hormonales de estos días menstruales y tenía que aprender a controlarlos más, como intentaba hacer en casa de Crystal y John cuando vivía con ellos.

Más de una vez había cruzado la línea de decirle algo de malos modales a aquel abusivo hombre y el castigo era peor, con mucha más sangre de la que debería salir de mis ovarios con naturalidad.

Ahora esos tiempos habían pasado, pero la vergüenza no. Era mi aliada en estos precisos momentos y mi cara había sido sustituida por una enorme bola roja rodeada de pelos en la cima y decorada con ojos, nariz, boca y orejas.

Apoyé la frente en la puerta y esperé a ver qué iba a pasar hasta que oí la de la habitación cerrarse, así que miré por la cerradura para ver la habitación vacía y la cama sin sábanas, únicamente estaba el colchón, por suerte no manchado, unos cojines y peluches de adorno.

Suspiré de alivio de que no se lo hubiera tomado a mal, ni él ni Ian ni Néstor también presentes, y me sentí una joven normal con sus cambios hormonales por culpa de la visita mensual.

Katie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora