Miré por la pequeña ventana a mi derecha, o eso intuía que veía porque mis lágrimas no me dejaban ver absolutamente nada que no fueran unas luces desenfocadas a lo lejos.
¿Había hecho lo correcto? ¿Lo estaba haciendo? ¿Fue buena idea o fue mala idea? ¿Y si no era verdad? ¿Y si acababa peor de lo que alguna vez estuve? ¿Y si todo era mentira con pistas falsas y yo me estaba arriesgando por nada?
El dinero no era problema, tenía ahorrado mucho desde que empecé a trabajar y Mike me había dicho que me ingresaría en mi nueva cuenta bancaria lo que necesitara, sin ningún problema.
La residencia donde quedarme tampoco era problema, alquilé un pequeño apartamento para mí sola que estaba más que bien porque solo tenía lo necesario; una cama, un baño y un refrigerador para las necesidades básicas.
Mi actividad social se iba a ver reducida a una pantalla de ordenador portátil y a un teléfono móvil, pues solo podría hablar con mis chicos, Mike y Abby por esos medios, al encontrarme tan lejos.
Ya los extrañaba. Los echaba tantísimo de menos, y eso que aún no había llegado a mi destino, ni siquiera había salido del país completamente, solo lo sobrevolaba en un enorme avión internacional.
Fue muy difícil la despedida hacía unas horas.
Todos habíamos llorado, algunos en mayor medida y otros en menor, pero a todos se nos habían saltado un par de lágrimas por el cambio tan drástico en apenas unos días.
Iba a ser complicado adaptarme a la nueva vida por tercera vez en mis escasos recién adquiridos veintiún años.
Iba a ser doloroso no tener a Abby para ir a todos sitios, no tener a Mike regañándome, no poder burlarme mutuamente con Josh mientras Matt me defendía, no tener a Néstor, no tener a Ian...
Sollocé y arrugué el segundo paquete de pañuelos que tenía en el bolsillo de la chaqueta, pues ya me lo había acabado, haciendo que la señora sentada a mi derecha me mirara con compasión.
Aparentaba tener entre unos cuarenta y largos, tal vez cincuenta. Era rubia con los ojos azules, pintalabios rojo e iba vestida un tanto formal; unas botas negras de tacón, un vestido y un abrigo largo hasta las rodillas que tenía abierto.
—¿Estás bien, cielo? —Me preguntó cuidadosa.
—No... —Me volví a sonar con el último pañuelo de papel.
—¿Desamor? —Su tono de voz era cálido y suave.
—No... —Negué de nuevo.
—No tienes porqué contármelo si no quieres. —Suspiré.
—Hace dos días que cumplí veintiuno, ¿sabe? —Sonreí un poco.
—Felicidades atrasadas. —Felicitó y asentí agradeciendo.
—No he tenido una vida fácil. —Asintió ella.
—Lo entiendo, cariño, la mía tampoco lo ha sido. —En sus palabras noté la pura empatía.
—¿Puedo preguntarle por qué? —Sonrió estirando los labios.
—Cuando era pequeña, mis padres peleaban todo el tiempo y lo único que tenía era a mi hermano mayor. Más tarde, conocí a un chico que me embarazó con catorce años y tuve que huir de mi casa. Tuve a mi hijo mayor sola. Luego, encontré a otro hombre con el que me casé, tuve a mi segundo hijo y mi ex-marido resultó ser un borracho violador y golpeador. Después de tanto luchar y sufrir, mis hijos viven sus vidas con tranquilidad y yo soy feliz por ellos. —Relató.
Ella se rió entre algunas lágrimas mientras se las limpiaba y supuse que fue por mi boca desencajada de impresión, mis ojos abiertos y mi piel pálida al oírla hablar de algo así, tan complicado, con tanta naturalidad.
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Katie.
ChickLitKatie tiene veinte años, una vida de abusos demasiado difícil que cambia drásticamente de un día para el otro, eso sin contar el horrible temor a los hombres que padece por culpa del desgraciado novio de su madre. Dicen que el destino es caprichoso...