Me quedé mirando con los ojos abiertos, mi boca casi desencajada y una expresión de horror como jamás había tenido mientras todos los recuerdos se arremolinaban en mi mente hasta el punto que dolía de tantas cosas que había pasado.
John no podía estar aquí.
Simplemente no era posible porque él se quedó en Nueva York cuando yo me fui de allá.
Seguro que mi mente me estaba jugando una mala pasada, era todo producto de mi imaginación debido a la sensación abrumadora que tenía y este abusivo hombre no estaba aquí, de pie frente a mí esperando una reacción por mi parte.
Me levanté del banco para irme con sutileza apartándole la mirada a esta increíble ilusión, pero se acercó a mí sin dejarme ir, puso una mano en mi abdomen y un horrible escalofrío recorrió mi cuerpo entero cuando lo sentí.
No era ninguna ilusión.
Estaba aquí de verdad.
—¿No te acuerdas de papi? —Dijo con esa asquerosa voz rasgada alcoholizada.
Odiaba que se refiriera a sí mismo como "papi" o similares porque no era mi padre, nunca lo fue y nunca lo sería.
Mi padre jamás sería capaz de hacerme algo como todo lo que él había sido capaz de hacerme o de hacerme sufrir en general.
Mi padre, Jayden, siempre fue el único hombre del que nunca, jamás, llegué a pensar ni dudar un solo momento si lo viera y del que nunca dudaría si me lo llegara a encontrar alguna vez en la vida.
No podía hablar, aunque tampoco quería ni debía con John.
Mi cuerpo se había congelado, mis cuerdas vocales se habían partido y mis ojos no podían mirar otra cosa que no fuera el suelo, aunque ya mi visión comenzaba a ser nubosa por las lágrimas.
Se inclinó aún con la mano en mi vientre, acariciándolo por encima de la fina tela del vestido blanco que Ian había elegido para mí aquel día, su aliento de cigarrillos y de alcohol barato de cartón entremezclados chocó contra mi oído.
Ccomencé a entrar en pánico silencioso.
Mi respiración era pesada, me costaba seguir inhalando y exhalando aire limpio, que no estuviera contaminado con su presencia. Intentaba tomar oxígeno a un ritmo constante, pero los espasmos de los sollozos me hacían imposible la tarea.
—¿No sabes hablar, Katie? —Susurró pegado a mi oreja.
Su mano comenzó a tocar mi abdomen haciendo círculos hasta que la arrastró llevándola a mi cintura y bajando hasta mi cadera, sin importarle que yo estuviera llorando o sollozando, pero claro que no, porque eso nunca le importó él.
Nunca le importó nada.
Aún pegado a mí, oí su lengua ser pasada por sus labios haciendo ruido con la saliva para que yo supiera lo que estaba haciendo y luego la sentí en mi cuello, subiendo hasta mi oreja y trazando el contorno de ésta mientras yo lloraba deseando que esto fuera una pesadilla.
—¿Por qué tu teléfono suena tanto? —Preguntó molesto separándose para mirarme a los ojos aunque yo no lo hacía.
Mis pensamientos casi en blanco solo podían pensar en Mike.
Quería que él me ayudara, quería que él estuviera aquí, quería que él me salvara, quería que él me brindara ese cariño paternal del que llegué a carecer durante años con ese abrazo tan reconfortante suyos.
Necesitaba a Mike ahora mismo.
—¡Respóndeme, joder! —Gritó John y yo lloré más fuerte.
—Yo... —Murmuré con mi labio inferior temblando.
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Katie.
ChickLitKatie tiene veinte años, una vida de abusos demasiado difícil que cambia drásticamente de un día para el otro, eso sin contar el horrible temor a los hombres que padece por culpa del desgraciado novio de su madre. Dicen que el destino es caprichoso...