Había acabado de ayudar a Ian.
No habíamos hablado salvo lo esencial o muy pocas palabras y eso que intentaba ser divertido conmigo, como aquella vez que me dijo "no sé para que las cortamos, si el dicho dice que mala hierba nunca muere."
No lo había entendido y no me reí a pesar de que él sí lo había hecho con cierta vergüenza al haberse reído de su propia broma mientras seguíamos con nuestro laborioso y cansado trabajo por todo el jardín de atrás.
Yo misma era consciente de que estaba sonando cortante y borde con él, así que había optado por responderle con gestos o movimientos cuando me decía o preguntaba algo.
—¡Hora del descanso! —Exclamó Matt saliendo al jardín trasero junto a los demás.
Traían unas bandejas de bebidas refrescantes que pusieron sobre la mesa redonda del porche e Ian me sonrió levantándose del suelo. Se quitó un guante y me extendió la mano, aunque solo me quedé mirándola mientras pensaba.
Apesar de lo mal que le había estado respondiendo en las simples conversaciones que habíamos tenido, no dejaba de sonreírme y tratarme bien. Tenía muchísima paciencia conmigo.
Eso me hacía sentir bastante triste por mi actitud con él porque no tenía la culpa de mis pensamientos y creía que ese fue el motivo por el que dejé de hablarle de forma seca y solo le respondía con gestos. No era culpa suya en absoluto.
Aún así, me quité un guante y acepté su mano.
Me ayudó a levantar con un suave impulso y luego me soltó con delicadeza, como si estuviera acariciando mi mano, para irse con los demás en cuestión de segundos.
—¡Nos faltas tú, Kay! —Me llamó Mike cuando me quedé de pie ahí mirando la mano que Ian acababa de acariciar.
Reaccioné levantando la mirada para limpiar el sudor de mi frente, cara y cuello con las mangas de la chaqueta, eso sin contar el terrible sudor que no podía limpiarme porque recorría mis piernas, pecho, abdomen y espalda.
Por culpa de la calidez del ambiente y del casi fuego que expulsaban los rayos solares y chocaban contra mi ropa invernal-otoñal, mis mejillas estaban ardiendo y coloradas, al igual que casi toda mi cara.
Hoy era un día de abundante calor y yo no podía usar camisetas de mangas cortas o pantalones demasiado cortos aunque me encantaría poder hacerlo en estos momentos.
—¿Por qué no te quitas la chaqueta? —Me propuso Matt sirviendo los vasos con una jarra y negué quitándome los guantes para dejarlos en la mesa.
—Deberías hacerle caso a Matthew, hace mucho calor, nena. —Josh se burló de él con su hombre entero, sentó a mi lado y rodé la silla un poco lejos de él. —¡No te voy a hacer nada, joder! —Se indignó y yo seguí arrastrando la silla más lejos.
—Josh, deja que entre en confianza. —Dijo Mike sentándose entre nosotros.
—No me deja entrar en confianza. —Se defendió bebiendo de su vaso.
—Hay tiempo para todo. Estaremos juntos por un tempo. O eso espero. —Volvió a decir mi cuidador y la conversación acabó.
Al menos esa se acabó, pues comenzaron a hablar de otras cosas mientras yo miraba el líquido amarillento de mi vaso y le daba pequeños sorbos que refrescaban mi garganta.
Estaba un poco agrio y me di cuenta de lo que era incluso cuando nunca antes había probado la limonada, pero acababa de descubrir que me encantaba su sabor.
Saqué el teléfono móvil de mi bolsillo cuando lo sentí vibrar seguido de una corta melodía de mensaje y el nombre de Abby vino a mi mente, pues nadie más me iba a escribir porque no tenía a nadie más que lo hiciera, básicamente.
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Katie.
ChickLitKatie tiene veinte años, una vida de abusos demasiado difícil que cambia drásticamente de un día para el otro, eso sin contar el horrible temor a los hombres que padece por culpa del desgraciado novio de su madre. Dicen que el destino es caprichoso...