Abby iba caminando unos pasos delante de mí, pero como vio que yo iba más lenta pensando en mis demonios, me agarró del antebrazo y me hizo seguir su acelerado ritmo.
En quince minutos estábamos entrando a la ciudad, pues un enorme cartel nos dio la bienvenida, y ella no tardó en arrastrarme por todos los lugares que podía como si nos conociéramos de toda la vida.
Había descubierto que Abby era una persona carismática, alegre, divertida y risueña. Siempre estaba sonriendo y haciéndome olvidar mis temores, pues por momentos me olvidé de que tenía ese temor a que se me acercaran los hombres.
Claro, a cada sitio que íbamos habían personas de sexo opuesto al nuestro, como era algo lógico, pero estaba bien mientras no me miraran, me hablaran o se metieran en mi camino.
En apenas unas horas sentía que teníamos esa amistad que tanta envidia me solía dar, pero que ahora sabía lo que era. Reímos, hablamos, jugamos y me contaba cosas como si hubiéramos sido mejores amigas en alguna otra vida.
Abby me llevó desde unos recreativos hasta el cine pasando por un enorme centro comercial, donde estábamos actualmente porque nos paramos a comer algo en una cafetería, ya que faltaban quince minutos para las ocho de la tarde.
—¿Te gusta la ciudad? —Preguntó dando un sorbo a su batido.
—¡Mierda, me encanta! ¡Es todo muy grande! —Ella rió de mi emoción.
—Bienvenida a la ciudad de Los Ángeles. —Hizo una voz graciosa de anunciadora y me reí. —Ahora... ¿Me dirás de dónde eres tú? —Cuestionó.
Sí, también era una persona muy curiosa, puesto que no dejaba de preguntarme sobre mí y yo había estado evitando este tipo de preguntas desde que comenzó a hacerlas saliendo de la urbanización de la casa de los chicos.
—Vengo de un pequeño barrio de Nueva York. —Respondí sin indagar mucho. —¿Te puedo preguntar algo yo? —Ella asintió.
—Por supuesto. —Bebí yo de mi batido.
—¿Qué hacías en aquella urbanización fuera de la ciudad con una cámara de fotos? —Abby rió a carcajadas.
—Si te lo digo me tratarás de loca. —Negué.
—¿Por qué lo haría? —Dejó de reír un poco para hablar.
—Hay mucha gente famosa viviendo en esa zona residencial, así que me gusta allí y tomarles fotos. ¡Pero no las vendo! ¡No estoy tan loca! Los guardo para mí. Es mejor y más personal que sacarlas de Internet donde todos tienen las mismas. —No pude evitar reírme a carcajadas.
—Vale, sí, tienes razón. Pienso que estás loca. —Volvió a reír conmigo.
—¿Y qué hacías tú ahí? —Me preguntó con toda la curiosidad que podía.
Dejé de reír y consideré seriamente si decirle que ahora vivía allí con cinco de esos hombres famosos, más que nada por el pasatiempo de mi nueva amiga de tomar fotos de ese tipo de personas en el área.
—Buscaba la ciudad y me perdí. —Parecía satisfecha y yo pensé en que era mi oportunidad de saber de los chicos. —¿Qué famosos viven por ahí? —Intenté sonar neutral.
—¡Muchísimos! Mis favoritos son los cinco hombres que viven en la casa del oeste, cerca de la playa. —Nos levantamos después de haber terminado de merendar y haber pagado, aunque me invitó ella porque yo no llevaba nada de dinero encima. No pensé que esto estaría pasando.
—¿Quiénes son? —Retomamos el rumbo para salir del centro comercial.
—Pues verás, son Michael Ellison, Matthew Ford, Néstor Crowell, Ian Collins y mi favorito de todos, Josh Hale. —Los enumeró con los dedos mirando al cielo como si estuviera pensando en ellos y se entusiasmó cuando mencionó al último. —Los conoces, ¿verdad? —Me miró.
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Katie.
ChickLitKatie tiene veinte años, una vida de abusos demasiado difícil que cambia drásticamente de un día para el otro, eso sin contar el horrible temor a los hombres que padece por culpa del desgraciado novio de su madre. Dicen que el destino es caprichoso...