Maratón 1/3
Volvía a estar en el asiento trasero del coche de Néstor de camino a casa, aunque Mike le había dicho de pasar por un supermercado primero, aparte de comprar para mis necesidades femeninas, porque también iba a comprar algo para hacer de comer.
Me sentía con una extraña mezcla de emociones y sentimientos que ni yo misma sabía lo que pasaba.
Me sentía triste, me sentía desconfiada y me sentía miedosa de nuevo, como cuando llegué el domingo.
La diferencia era que no era miedosa por los chicos, sino por el hombre al que tendría que ver todos los jueves de ahora en adelante hasta que él mismo decidiera si podría dejar de ir o no, y eso dependería de mí y mis mejorías, si hacía alguna.
Iba a ser todo un complicado reto hacer alguna mejoría con el Señor Jones porque me sentía incómoda con su sola presencia, la forma en que no dejaba de mirarme analizando cada cosa que hacía, cada movimiento, cada suspiro.
Era terriblemente insoportable y no iba a poder lidiar con ello. No, no podía con esa actitud arrogante y chulesca que tenía —el mejor psicólogo de la ciudad.—
En el momento en el que estaba recordando la consulta casi completa, me enfadé cerrando los puños apoyados en mis muslos y frunciendo el ceño con rabia.
Sí, me enfadé porque no me agradaba ese hombre.
Me daba rabia su actitud, su cara, su forma de vestir, la forma que apuntaba todo lo que salió de la boca de Mike y su forma de ser aunque no lo conocía salvo de cuarenta minutos.
No me daba miedo, me daba rabia, me molestaba. No quería volver a ver la cara de ese hombre porque comenzaba a odiarle.
Sabía que el próximo jueves volvería a verlo porque Mike había concertado otra cita por teléfono mientras volvíamos en el coche, pero aún así
Siempre fui Katie; la pobre niña que sufrió la desaparición de su padre a los trece años, la niña débil que se dejó hacer cualquier cosa por John desde los quince años y la niña huérfana que se quedó sin madre a los veinte, pero ya no quería ser esa chica.
Unos nuevos sentimientos estaban creciendo en mí y no eran para nada buenos. Eran rabia, molestia, enfado, cabreo, ira, desprecio... Era odio en todo su esplendor, en todo mi ser.
Eso era.
La palabra a lo que sentía era odio, era la palabra perfecta para describir lo que estaba sintiendo en el momento y para describir algo nuevo que nunca había sentido en mi vida.
Eran sentimientos negativos, odiosos y que solo sentía por el Señor Jones y por el propio John, ahora que lo pensaba. No les tenía miedo, los odiaba y a John siempre lo había odiado, pero nunca lo admití porque el miedo siempre era más poderoso.
La puerta de mi lado se abrió y, lentamente, llevé la mirada desde el suelo hacia ahí para ver a Mike delante de Néstor esperando a que me bajara del vehículo. No supe cuándo habíamos llegado.
Sabía que los dos estaban preocupados por mí porque no había dicho nada desde que me abracé al segundo mencionado llorando, temblando, suplicándole y pidiéndole ayuda para que me sacara de ahí lo más rápido posible.
No había prestado atención a nada, ni siquiera recordaba cómo había llegado al coche, ni cómo me había acomodado en él ni cuándo pusimos rumbo. Solo sabía que al mirar por la ventanilla ya estábamos en la carretera.
Pestañeé y me vi caminando por un pasillo con un gran letrero de —productos lácteos— sobre nuestras cabezas. Estaba en un estado mental tan ensimismado que tampoco recordaba en qué momento me había bajado del vehículo y entrado al supermercado con ellos.
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Katie.
ChickLitKatie tiene veinte años, una vida de abusos demasiado difícil que cambia drásticamente de un día para el otro, eso sin contar el horrible temor a los hombres que padece por culpa del desgraciado novio de su madre. Dicen que el destino es caprichoso...