29. -Ganas.

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Una delicada sacudida en mi espalda, cerca de mi hombro, me hizo negar con la cabeza mientras hacía pequeños ruidos para seguir durmiendo.

Abrí los ojos cuando oí una suave risa detrás de mí, me apoyé en la cama con los antebrazos y limpié una baba casi seca que caía de la comisura de mis labios.

Me giré despacio restregándome un ojo con el puño y Matt estaba sentado en mi cama, lo que me hizo fruncir el ceño extrañada de porqué estaba aquí.

—Michael está al teléfono. —Me informó señalando el piso, indicando que el aparato estaba en el de abajo, y asentí mientras le veía levantarse.

Me levanté también y le seguí aún con los ojos medio cerrados, intentando mantenerme despierta y no caerme por las escaleras ya que, sin saber porqué, me estaba muriendo de sueño.

Vi a Néstor hablando por un móvil y me lo extendió con una ligera sonrisa despidiéndose de Mike, por lo que mi sentido auditivo me dejó escuchar. Mi audición y el sueño, también.

—¿Diga? —Me senté en el sofá inclinada hacia adelante.

—¿Kay, dónde estabas? —Me preguntó curioso.

—Ah... Me... Me dormí. —Murmuré ruborizada.

—Eso explica porqué no respondías los mensajes. —Se rió.

—¿Leíste el mío? —Asintió con un —ajá—.

—Sí, claro. No tenemos planes así que puedes ir a casa de tu amiga. Ya Néstor me avisó que él te lleva y te pasa a buscar después. —Miré al nombrado, pero él hablaba con Ian. —Yo no llegaré hasta mañana, Kay. —Me avisó y me hizo entrar en una de mis paranoias.

Miré de nuevo frente a mí la pequeña mesa baja rodeada de sofás mientras mi mente comenzaba a maquinar miles de negativos pensamientos sobre los chicos esta noche que Mike no estaba.

Intentaba mantenerme positiva, intentaba pensar con claridad que no pasaría nada. No me habían demostrado nada malo, pero eso cada vez estaba más difuso hasta que mis manos comenzaron a temblar y el teléfono casi cayó.

Por suerte, lo atrapé en el aire y me lo llevé de nuevo al oído para oír a Mike llamando por mi apodo mil veces, incluso por mi nombre hasta que respondí.

—Sí, dime... —Mi voz temblaba y yo era consciente de que ellos cuatro, presentes, me estaban mirando.

—Tranquila, Kay. Tú misma lo dijiste, nadie te va a hacer daño en casa. —Me recordó.

—En casa... —Murmuré para mí. —Lo tendré en cuenta. —Suspiré.

—Sabes que me puedes escribir o llamar y aquí estaré pendiente del teléfono. —Asentí.

—Claro. Si te necesito, lo haré. —Suspiró y, oyendo a alguien hablarle de fondo, nos despedimos.

Puse el teléfono sobre la mesa, subí hasta mi habitación cerrando la puerta y deslizando la espalda por ella hasta acabar sentada en el suelo con las manos en la cara.

Mis pensamientos estaban enfrentados y no sabía qué hacer para ponerlos en orden. No quería quedarme sola con ellos cuatro de noche y tampoco tenía esa confianza con Abby como para dormir en su casa.

No podía huir y fugarme como había hecho en mi antigua vida alguna noche porque Mike se volvería loco y no quería preocuparle a él, puesto que a Crystal y John me daba igual preocuparlos. Ellos tampoco se preocupaban por mí.

Solo me quedaba esperar a la noche, cerrar los ojos, bloquear la puerta con el seguro y rezar para que no me hicieran daño o tiraran la puerta abajo pues si John, que era un solo hombre, podía hacerlo... Ellos, que eran cuatro, podrían con un simple soplido.

Katie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora