Desperté de nuevo en la misma habitación, sola esta vez, sin acordarme de absolutamente nada de lo que había pasado.
La doctora me había propuesto ir al psicólogo y Mike había aceptado, pero ¿qué más había pasado? ¿Por qué había vuelto a caer inconsciente?
Suspiré relajándome del intenso dolor de cabeza y miré por la derecha fijándome en una de las cristalinas ventanas que no sabía que estaban ahí.
Más allá del cristal, se veían altos edificios, rascacielos y algunas personas estaban asomadas por unos balcones abiertos, hablando entre ellas y me pregunté si eran casa u oficinas.
Por el reflejo del cristal vi la puerta abrirse, pero me mantuve con los ojos pegados en la ventana a mi derecha hasta que la puerta se volvió a cerrar y me giré para ver a los cinco hombres entrar despacio mientras me miraban con lástima.
—Kay, ¿como estás? —Mike corrió hacia a mí y me abrazó.
—No sé... —Respondí confusa, dejándome abrazar como una marioneta.
—Me has preocupado tanto, mi niña, tanto... —Acarició mi espalda. —¿Me lo explicarás todo? —Se separó sentándose en la camilla y agarró mi mano.
—¿Explicarte el qué? —Él miró a los demás con incredulidad, que estaban sentados en la camilla vacía de mi izquierda.
—¿No lo recuerdas? —Volvió a mirarme y negué mientras ladeaba un poco la cabeza.
Suspiró profundamente acariciando mi mano y se mantuvo en silencio intentando sonreírme para hacerme sentir bien, pero lejos de hacer eso, las lágrimas salían de manera silenciosa por sus ojos sin parar, aunque él hacía como si no hubiera nada malo.
—La doctora te dará el alta en unas horas cuando estés estable y mañana por la mañana tenemos que ir a terapia. —Me informó pasando un mechón de pelo por detrás de mi oreja. —También tendrás que tomarte unas pastillas de vitaminas para recuperar fuerzas y seguir una dieta balanceada. —Asentí indiferente y volví a mirar por la ventana.
Estábamos a una gran altura si desde aquí solo se veían los edificios de mitad hacia arriba y me puse a pensar en qué piso deberíamos estar. ¿30? ¿31? Tal vez eso era demasiado. ¿12? ¿13?
—¿Qué piensas, mi niña? —Me preguntó mi tutor. El único que se atrevía a hablar, al parecer.
—En el piso en el que estamos. —Rió un poco junto a los demás.
—16. —Respondió.
—No es ninguno de los números que había pensado. —Hablaba sin pensar y sin tartamudear. No sabía porqué.
—¿Tienes hambre? —Le miré y asentí.
—Sí. Sí, tengo hambre. —Miró a los chicos, pero Matt se adelantó a hablar.
—Yo iré a buscarle algo. —Se levantó y miró a Josh, quien asintió y se fueron juntos.
—No me gusta Josh. —Hablé en voz alta cuando ellos dos atravesaron la puerta y la cerraron.
Mike miró a Ian, luego a Néstor, que ambos seguían sentados en la otra vacía camilla a nuestra izquierda, y después de nuevo a mí sin dejar de acariciar mi mano con un tacto paternal.
—¿Por qué no te gusta Josh? —Me preguntó con voz curiosa.
—Puede parecer que no, pero es un buen hombre. —Habló Néstor.
—Aunque a veces es un poco imbécil. —Completó Ian encogiéndose de hombros.
—Bastante imbécil, de hecho. —Afirmó Néstor y ellos tres se rieron con cierta complicidad por su amistad.
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Katie.
ChickLitKatie tiene veinte años, una vida de abusos demasiado difícil que cambia drásticamente de un día para el otro, eso sin contar el horrible temor a los hombres que padece por culpa del desgraciado novio de su madre. Dicen que el destino es caprichoso...