46. -No más debilidad.

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Mi mente se debatía entre dos posibles opciones:

1. Entrar a la consulta para enfrentarme al odioso, prepotente y arrogante del Sr. Jones.

2. Huir.

Mike había entrado primero y me había dejado atrás, así que miré sobre mi hombro para ver que solamente estaba yo en aquel enorme pasillo.

Si me iba por la puerta de emergencias que acababa de ubicar a un lateral, nadie se daría cuenta hasta que ya había salido del edificio a toda velocidad y sin mirar atrás.

Me caería una buena reprimenda cuando estuviera en casa, pero no sería algo eterno, lo podría aguantar, y encima pasaba por alto el mal rato de tener que estar lidiando con ese psicólogo.

Fruncí el ceño y negué con la cabeza.

Eso no iba a pasar.

Mike se estaba preocupando mucho por mí, me traía a la consulta, se gastaba el dinero en mí para que "mejorara" aunque ya no había nada que mejorar, y yo no podía decepcionarle o traicionarle de esta forma.

Le demostraría que no era la niña que él se pensaba que era, que de eso ya no quedaba nada. Le demostraría que era esa mujer fuerte que siempre tuve que ser y aparentar por crecer antes de tiempo, pero que nunca fui por miedo.

Entré a la consulta y cerré la puerta detrás de mí comenzando a caminar hasta la silla y sentándome, sintiendo la mirada del Sr. Jones en mí sin saber porqué me llegaba a asquear como si fuera el mismísimo John el que me estuviera mirando.

—Buen jueves, Katie, ¿vienes preparada para hablar de una vez? —Me preguntó con ese semblante de prepotencia.

Miré a Mike buscando algo de ayuda, pero me di cuenta de que me miraba de vuelta y supuse que estaba esperando para ver mi madura reacción de mujer fuerte ante este odioso hombre.

Volví a mirar al psicólogo analizando su postura y su rostro, el cual tenía una ceja levantada, su pose sentado en la silla, sus piernas medias abiertas y sus manos unidas frente a su cuerpo, esperando mi saludo o una respuesta.

La camisa negra de botones que tenía recogida a los codos, y que dejaba ver ese gran reloj de oro en una de sus muñecas, estaba perfectamente planchada y me hizo pensar que hasta podría tener gente trabajando en su casa para él.

¿También tendría alguna chica o chicas para tener relaciones sexuales? Incluso las podría tener para su uso y disfrute propio, o quizás las tenía así como John me había tenido a mí durante tantos años.

Tal vez las obligaba a que recogieran, hicieran la comida, lavaran o esas cosas, como yo fui criada por aquel odioso y repugnante ser, pero ahora sabía que un hombre también podía hacer las labores domésticas como una mujer.

No había nada de malo en eso y fueron mis chicos los que me enseñaron esa lección. Me gustaba poder compartir esas labores con ellos, era algo divertido y agradable.

Todo lo contrario a la situación dentro de la consulta viendo al psicólogo.

Mis dientes comenzaron a moverse, rozándose entre sí para hacer un chirrido interno, cuando tensé la mandíbula, mi ceño se frunció y mis manos, apoyadas en mis muslos al descubiertos por la falda, se cerraron hasta que se volvieron puños.

Los nudillos me dolían poniéndose cada vez más blancos y las uñas que tenía medianamente grandes se incrustaban en las palmas de mis manos por la fuerza ejercida de la rabia.

El Dr. Jones, como psicólogo profesional y el mejor de la ciudad que era, se dio cuenta del molesto estado de ánimo que me estaba consumiendo y solo pudo hacer algo que me terminó de enfadar: sonrió con orgullo.

Katie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora