Capitulo 16

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Fui derecho al minibar que tenía en mi despacho, saqué un vaso chato y me eché dos dedos de bourbon. Me lo bebí de un trago y volví a llenar el vaso, ahora con un par de dedos más. Eran casi las once, dejé la botella en el minibar y me senté en mi silla. Me retrepé y cogí el mando del equipo de música. Romeo Santos empezó a cantar una propuesta indecente.-
- Genial. Lo que me faltaba para martirizarme.- La letra de esta canción me la sabía de memoria y me llegaba al alma. Me hacía pensar en ella.
« Que bien te ves, te adelanto; no me importa quien es él. Dígame usted, si ha hecho algo travieso alguna vez, una aventura es más divertida si huele a peligro. Y si te invito a una copa y me acerco a tu boca, si te robo un besito, haré que no es conmigo. Que dirías si esta noche te seduzco en mi coche, que se empañen los vidrios y la regla es que goces. Si te falto el respeto y luego culpo al alcohol. Si levanto tu falda me darías el derecho a medir tu sensatez, poner en juego tu cuerpo... Si te parece prudente, esta propuesta indecente...» Había cerrado los ojos, pensando en ella sobre mi cuerpo, sintiendo la calidez de su cuerpo, su piel abrasando la mía, sus besos dejando heridas con sus dulces y salvajes besos. No sentí la puerta abrirse, pero sentí como los pelos de mi nuca se erizaban. Estábamos en penumbras en mi despacho, pero no había abierto los ojos.-
- ¿Qué haces aquí, Daniela?
- Hugo.
- ¿Qué haces aquí?
- ¿Y tú?
- Es mi empresa, es mi despacho. Contesta.
- Yo...- Se quedó callada. Abrasándome con sus ojos verdes, me sentí... débil. Indefenso. Nunca jamás me había sentido así, siempre he sido frío y eso me ha hecho sentirme fuerte, sentirme poderoso, en cierto sentido. Como si hubiera creado una coraza, todos estos años, para que nada ni nadie pudiera hacerme daño. Pero una morena motera se ha dispuesto a romperla y dejar mi alma al desnudo. Me siento abatido, cansado y solo quiero estar solo, no quiero ver a nadie, ni siquiera a ella. Ni hacerla enfurecer me parece apetecible...-
- Vete. Por favor. Déjame solo.
- No puedo.- Su respuesta me obliga a mirarla de nuevo. Está en el umbral de la puerta, nerviosa y pensativa. Pasa despacio y cierra la puerta. Se acerca a la mesa y me mira. Me mira. Me mira. Y así estamos... no se cuanto tiempo, solo mirándonos en silencio, diciendo con nuestras miradas todo lo que no podemos decir con palabras.-
- ¿Me invitas a una copa?.- Recuerdo esa pequeña estrofa de la canción, y sonrío levemente.-
- Solo tengo bourbon.
- Me parece bien.- Asiento y me levanto, le doy la espalda mientras abro la puerta del minibar y como un vaso y le sirvo dos dedos. Cuando me vuelvo se ha sentado en la mesa, justo frente a mi silla. Le tiendo el vaso y la observo mientras bebe. Me hace un gesto con la cabeza para que me siente. Yo me siento con mi vaso de bourbon y seguimos mirándonos.-
- ¿Qué haces aquí?
- No lo se.
- No me vale.
- Tendrá que valer.- Yo la miro escéptico.- Es verdad. No se que hago aquí. Pero se que debo estar. Y no me preguntes por que.
- No lo sabes.
- No.
- Yo tampoco. Iba camino a mi casa, pero sin darme cuenta he acabado aquí.
- ¿Estás bien?
- Supongo.
- ¿Y Cris?
- Si.- Asiente y se bebe de un trago lo que le queda en el vaso. Lo deja a un lado de la mesa, vacío. Me mira en silencio, y alarga la mano para arrebatarme mi vaso. Me lo quita y lo pone junto al suyo. Agarra mi silla por los reposabrazos y me acerca a la mesa, a ella. Siento como mi cuerpo empieza a chisporrotear como si de fuego se tratara. Vuelve a levantar su mano derecha y me acaricia la mejilla rasposa.-
- ¿Qué haces?.- Ella no me contesta, sigue acariciándome el rostro con su mano suave. Pronto se le une la otra, y me coge la cara entre sus manos. Me acaricia la frente y el pelo, y yo soy incapaz de salir de mi coraza, permanezco inmóvil, con los brazos inertes a ambos costados. Pero se inclina, se acerca. Se está acercando. Me besa la frente.- ¿Qué estás haciendo?
- No hablemos. No digamos ni prometamos nada.- Traga saliva.- Solo déjame, déjame ayudarte. Déjame que haga que olvides todo.- Yo suspiro y asiento, y así ella hundió sus maravillosos labios en los míos. Sus besos me calentaron no solo el cuerpo, también en el alma. Si bien me sentía débil, también me sentía vivo. Y el beso dulce y meloso se transformó en pasión, en deseo desmedido. Salí de mi coraza y puse mis manos en sus muslos. Subí lentamente por el costado y posé mi mano en su espalda. La necesitaba, la necesitaba entera. Necesitaba hacerla mía. Sabía que si empezaba no podría parar.-
- Daniela...
- Chss... nada, no digas nada.
- No podré parar.
- No quiero que lo hagas.- No tuvo que decirme nada más, me levanté de la silla y acaricié su pelo, sedoso y brillante. Su cara, morena y suave. Su cuello, su garganta... tragué saliva y volví a lamer sus labios, gruesos y húmedos. Ella puso sus manos en mis hombros y la abracé uniendo nuestros cuerpos por encima de la tela de nuestra ropa. Mi lengua recorrió su cuello, entre susurros y jadeos. Le quité la camiseta negra, y acaricié su vientre con la palma de la mano. Subí lentamente hasta sus pechos y me deshice del sujetador. Sus pechos grandes y firmes quedaron expuestos ante mi, acaricié uno mientras mi lengua jugaba con el otro pezón, lo lamía, mordía y succionaba mientras ella se revolvía de placer en mi mesa. Desabroché su falda y se la bajé con cuidado. Mis manos tocaron sus largas piernas, ahora desnudas, hasta sus muslos. Ella me desprendió de la camiseta y acarició mis pectorales como si fueran algo grandioso, ella me hacía sentirme así, importante. Bajó su pequeña mano por mi abdomen, y un gruñido se escapó de mi garganta cuando llegó a la cinturilla del vaquero. Podría a ver la tomado de cualquier manera, subiendo su falda hasta la cintura, sin ni siquiera desnudarnos, pero no era lo que mi alma desgarrada anhelaba. Sentir piel con piel, calidez con calidez, eso era lo que necesitaba, y ella lo sabía. Me desabrochó el vaquero y yo me apresuré a descalzarme, calcetines incluidos. Nuestra ropa íntima, todo estaba tirado de cualquier manera en un rincón, pero no importaba nada, solo nosotros y nuestros cuerpos. La hice recostarse en mi mesa, y yo me apresuré a besarla, los labios, el cuello, los pechos, el vientre... y llegué a su monte de venus, siempre depilado y suave. Le dí un beso casto y ella se arqueó. Con mis manos acaricié sus muslos, y se los abrí, coloqué sus piernas en mis hombros y hundí mi boca en su sexo, arqueó la espalda y gimió. Mi lengua lamió su clítoris y ella se agarró con fuerza a mis brazos.-
- Hugo.
- ¿Sí?
- Por favor.
- ¿Por favor, qué?
- Hazlo. Hazlo ya.- Yo no la obedecí. Hundí de nuevo mi boca en su humedad y succioné con fuerza su clítoris hinchado. Deleitándome con su sabor.- Hazme tuya, Hugo. Te lo suplico.- Su súplica me llegó a lo más hondo. Me incorporé y la observé, temblorosa, excitada, en mi mesa, en mis brazos. Obedecí, me agarré el miembro por la base y lo llevé a su abertura, no lo introduje, lo rocé rítmicamente arriba y abajo, un gemido de ella retumbó en mi mente, mientras de un empellón me introduje dentro de ella con facilidad. Un gruñido se escapó de mi garganta, mientras el placer me recorría todo el cuerpo.-Muévete, Hugo. Lo necesito.- Tenía tantas preguntas, tantas cosas que decir... pero no ahora, no en este momento. Empecé a mover las caderas, arriba y abajo, en círculos... Dios, que sensación. Que placer, que desesperación...
Los dos nos besábamos con ansias, con anhelo. Nos acariábamos por donde nos era posible. Nos habíamos echado de menos. Nuestros cuerpos se habían echado de menos. Seguía bombeando sin parar, pero mis fuerzas flaqueaban, estaba cerca. Muy cerca. Sentí como su coño se tensaba por dentro, exprimiendo mi polla dura y sensible.-
- Voy a correrme Dani, y tú también. Venga. Dani.
- Si, si lo noto.
- ¿Notas como mi polla palpita dentro de ti?
- Si.- Lo dijo entre jadeos. Yo empecé a sacarla entera, el vacío. Para luego entrar bruscamente, y llenarla. Los dos gemimos y jadeamos cuando nos abandonamos al placer de la carne, y entre espasmos, lenguas, saliva y besos, nos corrimos. Sentí resbalar sus fluidos mezclados con los míos entre sus muslos, y me pareció lo más erótico que había visto en mi vida. La abracé con fuerza, con miedo de que se sientera culpable y se marchara. Necesitaba tenerla un poco más. Sentir su piel contra la mía. Me aparté un poco para mirarla, y me encontré con su mirada verde esmeralda. Una pequeña sonrisa se formó en la comisura de sus labios y suspiré aliviado. Se incorporó y yo me retiré de encima de ella, me senté totalmente desnudo en mi silla, y ella se subió encima de mi, para que la acunara. La rodee con mis brazos, besándole paulatinamente la frente. Sentí una dicha pos coital que no había sentido jamás. Eso debe ser. Esto deber ser el amor. Sonreí para mis adentros, y me sentí un tonto enamorado. Pero un tonto feliz. No querría que acabara nunca. Quería guardar ese momento en mi retina para el resto de mis días. Pero el momento se acabó.-
- Debería irme.
- Vente a mi casa.
- No puedo, Hugo.- La realidad me golpeó con fuerza en las pelotas. Mi mente me traicionó olvidando y oí mi voz interior burlándose de mi. «No serás tu quien duerma a su lado. No quien despierte a su lado. Eso es solo un derecho que tiene el marido.» Me levanté bruscamente y la puse en pie.-
- Vistámonos. Te llevaré a tu casa.
- No. Mejor no. Cogeré un taxi. No te preocupes.- La felicidad se esfumó de un plumazo. No me había sentido peor en mi vida.-
- Como quieras.- Ella me miró mientras abrochaba su falda. Se acercó y me besó en los labios, un beso dulce y casto.-
- No pienses. Solo siente.- Terminó de vestirse y tras guiñarme un ojo se fue. Y ahí estaba yo; en pelota picada, en mi despacho, y enpalmado de nuevo...

TENTACIÓN SIN LÍMITEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora